¿Abogado prostituta?

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Todos somos prostitutos. Nos guste o no, nos parezca adecuado o no, sea cómodo o incómodo: abogados, médicos, ingenieras, arquitectas, locutoras, actores, directores de empresas, gerentes, escritoras, periodistas, meseros, amas de casa… todos usamos nuestro cuerpo y sus extremidades, ya sea la cabeza, las manos, las piernas, los brazos, el cuello, los pies, para llevar a cabo el trabajo que hemos elegido. Quienes laboran como trabajadores sexuales lo hacen con el sexo.

¿Qué diferencia tiene poner el cuerpo para defender a un cliente en un litigio y provocarle el placer del problema resuelto, que poner el cuerpo para provocarle a un cliente el placer de la penetración o los labios en la piel?

¿Qué diferencia tiene poner el cuerpo para dirigir una empresa trasnacional y provocar placer en los múltiples involucrados al hacer posibles viajes a otros países, pagos de colegiaturas de montos astronómicos en escuelas de prestigio, ropas de marcas expuestas en pasarelas, que poner el cuerpo para llevar a los clientes a las estrellas y hacerlos olvidar sus problemas cotidianos con excitación y orgasmos?

La diferencia es que ese placer es carnal y es provocado por el sexo. Y más cuando lo ejerce una mujer. Porque, claro, un abogado y un director poseen sus cerebros, sus lenguas, sus dientes y sus manos para los apretones cierra negocios, pero las mujeres y su sexo se perciben son posesiones de otros, y ¿quién se cree una mujer como para tomar sus propias decisiones?

“Ninguna niña nace para puta”, leí que Coral Herrera escribió en su libro contra el amor romántico, Dueña de mi amor. Cuando lo vi se me salieron las lágrimas y comprendí a aquellas feministas y a aquellos hombres que consideran el trabajo sexual como algo indigno para un ser humano, y entendí su necesidad de salvar a esas personas de un destino terrible para llevarlas a la iluminación.

Pero después leí en Puta feminista, el libro testimonial de Georgina Orellano, trabajadora sexual y secretaria general de AMMAR, el sindicato defensor de los derechos laborales y humanos de las y los trabajadores sexuales argentinos: “Los discursos dominantes sobre la prostitución que dieron lugar al borramiento de nuestras decisiones y voluntades son aquellos que nos consideran siempre desde el lugar de víctimas, ésas que no pueden pensar por sí solas, ésas que necesitan ayuda, ésas que buscan salir de un infierno. Como si las putas no pensáramos”.

Y entonces comprendí que debía dejar de ser parte de esa gente de moral blanqueada en las iglesias y en la academia, sin interés en conocer los problemas ahí donde suceden: en las calles, para convertirme en alguien con mayor conciencia de las diferentes realidades del mundo. Porque creo que la libertad es lo más importante que tenemos, y una mujer con dinero en un mundo de hombres es mucho más libre. Y si para eso es necesario utilizar el sexo, no tiene por qué ser un trabajo indigno.

En este punto seguramente ya llegó a tu cabeza la frase “trata de personas”, porque sí, es bien sabido que el comercio sexual es uno de los detonantes de las desapariciones forzadas de niñas, niños, mujeres y hombres. Por eso es tan importante, en vez de buscar la abolición de la prostitución, mejor optar por despenalizarla y que obtengan condiciones dignas de trabajo, como en cualquier otra ocupación: donde hay prohibiciones, surgen mercados negros.

Por eso hoy quiero dejarte con una reflexión: ¿tu opinión acerca del trabajo sexual está fundamentada en tus miedos y prejuicios, o en un conocimiento profundo y consciente de la realidad?

El único riesgo de escuchar ideas opuestas es el de abrir los ojos.

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