Y, entonces, me fui

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Debí irme cuando vi que “mi amor” era tu manera de dirigirte a todas, no nada más a mí, tu supuesto “único” amor. Buena estrategia para no confundir los nombres cuando el amor no es amor, sino necesidad de multitud.

Debí irme cuando te dije que saber que “mi amor” éramos todas me lastimaba y tú, enojado, me ignoraste toda la noche: “así soy yo, si no te gusta, puedes irte”. Y aún así me quedé. 

Debí irme cuando te fuiste de viaje con ella y me dijiste que no querías desperdiciar los boletos de avión; a fin de cuentas ya los tenías. ¿Cómo no me di cuenta en ese instante de que jamás te detendrías a pensar en mí antes de tomar decisiones? ¿Cómo no comprendí tu concepto perverso de “libertad”?

Debí irme desde la primera pregunta con la respuesta “yo no doy informes”, y mi curiosidad se convirtió en el detonador de bombas de indiferencia y ley del hielo.

Debí irme cuando salías con mi prima estando yo embarazada de nuestra hija y tu reacción fue un “no me la cogí, ni fue para tanto.”

Debí irme desde la primera escena de celos, sin justificación, culminada en gritos y mentadas de madre.

Debí irme cuando te pedí más compañía y en vez de abrazarme, te enojaste conmigo.

Debí irme desde mi primera duda respecto a mi percepción de la historia. ¿Cómo fue que te creí más a ti, que a mis propios ojos?

Debí irme desde la primera vez que me explicaste mis emociones equivocadas.

Debí irme desde la primera vez que ignoraste mi opinión: claro, tú eres más experimentado, más inteligente, más audaz, más valiente, y yo una simple mortal.

Debí irme cuando te pedí no apretarme las tetas con fuerza y volviste a hacerlo.

Debí irme cuando me escupiste aquel buche de whisky mientras hacíamos el amor.

Debí irme la primera vez que inferí la verdad de tus mentiras. 

Debí quedarme en la chingada desde la primera vez que me mandaste allá a gritos.

Debí irme desde tu primera transformación bajo el influjo del alcohol, ¿quién era ese desconocido y qué hizo con mi adorable, decente y tranquilo novio? ¿Quién era ese hombre furioso, violento y desalmado y dónde dejó a aquel que había jurado respetarme?

Debí dejarte cuando me di cuenta de que nada te sería suficiente.

Debí irme desde tu primera “junta de trabajo” en viernes de seis de la tarde a seis de la mañana. 

Debí irme desde el primer “nadie más te va a aguantar, agradece que yo sí te acepto como eres”.

Debí correr desde el primer “eres muy buena en lo que haces, pero como que algo te falta” que se convirtió en un “a nadie le importa lo que escribes, eres una inútil”.

Debí abandonarte cuando comencé a abandonarme para llenar tus expectativas imposibles.

Debí pararte frente al espejo desde la primera ocasión en que me dijiste que estaba gorda y había perdido el bonito cuerpo después de parir a nuestros hijos.

Debí irme al comprenderlo: jamás estaríamos solos, aunque tu cuerpo ocupara el espacio frente a mí, tu mente se quedaría pendiente de aquel último mensaje de tu conversación de WhatsApp mientras esperaba, en silencio, tu parte en nuestra plática en el presente.

¿En qué momento decidí quedarme contigo, si a todas luces tú querías a una mujer muy distinta a mí?

¿Y todavía preguntas por qué me fui?

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