Bullying

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México se conmovió ante la muerte de la niña Norma Lizbeth, que falleció tres semanas después de ser brutalmente golpeada por una compañera, ante los ojos pasivos de sus compañeros y compañeras.

Se tomaron la molestia de grabar el suceso, pero no de intervenir o detenerlo. A partir de esa tragedia, múltiples denuncias de acoso y bullying se han hecho públicas. Esto se ha sumado a otro problema: la inoperancia de las autoridades escolares.

Según testimonios de la familia, el profesorado y quienes eran responsables de cuidarla en la escuela ignoraron o no supieron cómo actuar para detener el abuso, que venía sucediendo desde mucho tiempo antes.

Este caso es importante porque ha visibilizado una realidad cotidiana, de muchos niños y niñas: el constante acoso y la falta de medidas para prevenirlo. Uno esperaría que desde la Secretaría de Educación Pública hubiera importantes pronunciamientos sobre acciones que se tomarán para capacitar al profesorado y personal académico para prevenir, atender y sancionar estos comportamientos. Pero no.

Y no solo no ha habido una postura oficial respecto a acciones que se podrían tomar, sino que desde Palacio Nacional se da el ejemplo contrario: un constante bullying, desde la mayor posición de poder, contra quien no se pliegue a los deseos del presidente.

La prensa crítica es uno de los sectores que más cotidianamente es agredida. Con adjetivos como conservadores, corruptos o mentirosos, cada semana distintos medios son atacados. Y no es que la prensa no tenga defectos o sea perfecta, pero lo que es un hecho es que crea un ambiente de hostilidad constante que en nada sirve para hacer de México un país menos agresivo.

Esa agresividad se ha visto, por ejemplo, tras el evento del 18 de Marzo, en que un grupo quemó una imágen de la ministra presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña. Si bien el mandatario condenó el hecho, lo hizo a su manera: aprovechando para hacerse la víctima.

Y es bastante normal que se quemen ese tipo de imágenes – le ha pasado a López Obrador y a muchos otros políticos – pero no es casual.

Desde que asumió ese cargo, Norma Piña ha sido señalada una y otra vez en las conferencias mañaneras como una adversaria del régimen. Antes, tras una ola de ataques en redes sociales contra ella, el presidente las desestimó. Alegó que quizá eran los mismos supuestos “conservadores” quienes lo habían hecho.

Aquí está la clave del problema. 

López Obrador es un presidente muy popular, con una base de seguidores leales que toman su palabra como guía. Asumen que sus posiciones son las que deberían tomar. Y en ese proceso legitiman la estigmatización de grupos o de personas individuales.

Es bullying promovido y alentado por el Estado. Si en lugar de ese lenguaje divisivo y hostil hubiera una búsqueda de diálogo, las tensiones sociales serían mucho más leves. No estaríamos tan polarizados ni con la propensión a etiquetar y descalificar a otras personas.

Así que este es nuestro doble dilema: uno, que las escuelas implementen protocolos funcionales para evitar que el bullying cause más tragedias. Dos, que desde el poder del Estado se entregue el ejemplo central de que el respeto entre las personas es crucial para la unidad nacional.

Al final, ¿qué cultura queremos crear? ¿Una de confrontación o una de solidaridad?

Porque el primer paso que tenemos que dar es así de sencillo: seamos amables.

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