Un cuerpo propio

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Mi cuerpo es mío. De él me pertenece todo: las manos, los pies, el cuello, el ombligo, los ojos, las corvas, la nariz, la sangradura, las axilas, las cutículas, las pestañas, el vientre, las cejas, el corazón, los pulmones, el apéndice, la sangre en venas y arterias, el hígado, el iris, los huesos, músculos y tendones, el páncreas, la tiroides, los riñones, el estómago y los intestinos, los ovarios, los labios, los pezones, el útero, la vulva, el clítoris, la vagina…

Todo eso es mío, sólo mío. También son míos mis estrógenos, mi progesterona, mi prolactina; la oxitocina, la dopamina, la serotonina, las endorfinas, los pensamientos de mi corteza prefrontal, los impulsos de mi amígdala, las sensaciones de mi piel, mis fantasías, mis sueños, mis deseos, mis decisiones, obligaciones y derechos. Todo ello me pertenece a mí, a nadie más que a mí.

Por eso lo que hago con mi cuerpo es mío, lo que decido en mis reflexiones es mío, los aciertos, errores y golpes de suerte son míos; también mis consecuencias, aunque involucren a alguien más: somos seres aislados en experiencias colectivas.

Como este cuerpo es mío tu opinión acerca de él no es importante, ni para bien ni para mal; ni tus críticas constructivas ni destructivas; tus comentarios acerca de mi forma de vestir, mi manera de vivir, mi estilo de maternidad, mi formato relacional, mi elección laboral, mis ideas, el género literario que escribo y cómo lo comparto tampoco.

Como este es mi cuerpo propio yo decido cómo desea y a quiénes, qué le provoca placer y qué repulsión, qué necesita para excitarse y qué lo inhibe, qué no permite bajo ninguna circunstancia y hasta dónde está dispuesto a jugar para expandir su consciencia del erotismo.

Reconozco tanto y valoro tanto la posesión de mi cuerpo, la única posesión real, absoluta, intransferible e irrenunciable que tenemos, que reconozco y valoro tu posesión del tuyo y el de todas las personas.

Porque sí: el conjunto de respetos individuales por el propio cuerpo y los cuerpos ajenos crea empatía y respeto en la colectividad. Porque tener consciencia de la posesión del cuerpo, asumir las consecuencias, derechos y obligaciones de esa sencilla convicción, lleva a asumir la posesión del cuerpo también de los demás.

¿Por qué hay hombres que se sienten con el derecho de disponer del cuerpo de niñas y mujeres para violarlas y matarlas? ¿Por qué hay quienes se sienten con el derecho de prohibirles a sus parejas ir a tal o cual sitio o reunirse con tal o cual persona? ¿Por qué hay padres que venden a sus hijas, madres que prostituyen a sus hijas? ¿Por qué alguien te manosea sin tu consentimiento en la calle? ¿Por qué desconocidos creen que pueden opinar sobre tus caderas, tus ojos, tus piernas y hasta tus cejas?

Porque no existe la consciencia del cuerpo propio. Si la existiera quizás sería más probable decidir y actuar con empatía y dignidad.

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