La economía, un factor clave en el aumento de la violencia contra las mujeres en México y América Latina

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Debanhi Escobar, Ariadna Fernanda, Ingrid Escamilla, Mara Castilla y Alma Lourdes son nombres que resuenan con dolor en México. Víctimas de feminicidio como otras miles de mujeres de nombres que no conocemos, ya olvidamos, no salieron en las noticias o no se habló de ellas.

En nuestro país nos carcomen las historias de terror detrás de la muerte de estas personas. Terminar con la vida de una mujer se ha vuelto tan frecuente que no reparamos en pensar cómo es que llegamos a esta situación y mucho menos tenemos en cuenta que en otros lados del mundo están padeciendo el mismo horror.

La realidad es que no es una condición específica de nuestro país. En América Latina y el Caribe, sin incluir a México, se registraron 5,690 feminicidios entre enero de 2021 y lo que va de 2023, de acuerdo con el Mapa Latinoamericano de Feminicidios de MundoSur, una asociación civil Franco-Argentina que visibiliza e impulsa cambios para la construcción colectiva de sociedades inclusivas.

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En los últimos datos disponibles del Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que corresponden a 2021, Brasil lideraba como el país con mayor tasa de feminicidios de Latinoamérica con 1.7 por cada 100,000 mujeres. México, según esta fuente, era el segundo con una tasa de 1.6.

¿Cómo es que países tan distintos comparten tragedias tan similares? Ni siquiera hablamos el mismo idioma, ¿qué está pasando? El reporte de MundoSur indica que durante 2022 se perpetró un feminicidio cada dos horas en América Latina y el Caribe. El mismo año se denunciaron 968 casos de feminicidios en México, un aumento del 127 % con respecto a 2015. 

Ambición y poder, dos grandes razones detrás de la violencia contra mujeres

Libertad Argüello Cabrera, doctora en Ciencias Sociales con especialidad en sociología por el Colegio de México e historiadora por la UNAM, nos compartió un panorama más preciso de las razones detrás de este fenómeno: la ambición y el poder. 

La ambición entendida como la concentración de mucho dinero en pocas manos como parte del funcionamiento del sistema capitalista y el poder que los hombres ejercen contra las mujeres, como una población vulnerable. Explicamos estos puntos.

Si tenemos en común dos cosas con el resto de América Latina son la desigualdad y la precariedad. Pero estas condiciones no son casualidades, tienen un hilo conductor que confluyen en la colonización y la invasión; es decir, la violencia.

“Los países llamados ‘del tercer mundo’ -que son en realidad países colonizados- estamos en una situación de desventaja y obviamente las condiciones de la población están muchísimo más precarizadas (…) existe una acumulación histórica de desigualdad y obviamente de violencia”, nos compartió Argüello Cabrera.

Pero esta desigualdad no proviene de una sinrazón, sino que se debe a planes un poco más macabros. México y Brasil somos las dos naciones más sobresalientes en América Latina. México forma parte del T-MEC donde se incluye a la potencia mundial que significa Estados Unidos; y Brasil, el país más grande de Latinoamérica que forma parte del BRICS, con Rusia, China, India y Sudáfrica. No somos los países “pobres” de nuestras regiones. ¿Por qué compartimos la violencia contra las mujeres? 

Casi por la misma razón. La utilización de personas dispensables, desprotegidas y anónimas para las que se construyeron espacios de vivienda y trabajo que son inseguros a sabiendas de que nadie las iba a buscar, sólo beneficia a una macroestructura capitalista. 

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Hablamos, por ejemplo, del enorme despliegue de maquilas donde se contratan a mujeres vulnerables, migrantes o en situación de desplazamiento forzado, que aceptan trabajos con salarios precarios y a la merced de los depredadores. Como pasó con las “muertas de Juárez”, nos explicó la especialista.

Tanto en Latinoamérica como en México, en el modelo neoliberal que se implementó desde los años 60 se crearon espacios hacinados y alejados de las urbes -como las casas de interés social en México o la favelas en Brasil-, donde las mujeres en situación de vulnerabilidad podían vivir y acceder a trabajos relativamente formales como en las maquilas -en contratos y horarios- sin tomar en cuenta la situación de desprotección que implican.

“La propia dinámica de establecimiento de las maquilas va rompiendo ciertas cosas, tenemos todo el tema de la tercerización, del outsourcing, de los salarios y condiciones laborales completamente precarizadas en una dinámica en donde el Estado renuncia, de alguna manera, a proteger a la población con tal de seguir atrayendo inversiones”, resaltó Argüello.

La especialista destacó que estas condiciones crearon un ambiente atractivo para diversos delitos, como la trata de personas, la desaparición y el feminicidio. “Hay evidencias de que los mismos empleadores de las maquilas en Juárez seleccionaban a las mujeres que iban a secuestrar y desaparecer”, acusó Argüello. 

La autonomía económica de las mujeres: un logro y una condena

Este es el segundo punto. La especialista Libertad Argüello Cabrera nos explicó que hay una especie de disonancia entre el concepto de “hombre proveedor, protector y líder” que resuena en el consciente colectivo contra la realidad de los hombres pobres, es decir en carencia económica, que no pueden mantener la figura social que se les ha sido impuesta por la cultura en estas regiones.

Contrariamente, la autonomía económica de las mujeres ha aumentado. Entre 2011 y 2021, la prevalencia de mujeres que experimentaron violencia económica se redujo de 35.3 a 27.4% en México, sin embargo la violencia contra ellas va en aumento.

Uno de los “poderes” de los hombres -o mandatos sociales- era satisfacer las necesidades monetarias de la familia. En eso radica gran parte su concepción social: el hombre proveedor, el sustento de la familia. Las necesidades del modelo neoliberal que seguimos en México y América Latina no nos permite mantener el esquema tradicional de familia. Hombres y mujeres tenemos que salir a trabajar para poder costear una vida -optimistamente- digna.

“Además tienes todo un entramado publicitario, mediático, que constantemente está midiendo tu calidad humana a través de tu poder adquisitivo -o tu capacidad de consumo- que va generando muchísimo malestar y que en los hombres se refleja como una especie de emasculación simbólica; es decir, la mayoría de los hombres son cada vez menos potentes, poderosos, porque la mayoría está en la pobreza”, destacó la especialista.

En este sentido, el último lugar que les queda para ejercer poder es la casa, donde se desarrollan dinámicas de control y violencia hacia las mujeres e incluso las y los hijos. 

Libertad Argüello resaltó que además tenemos que agregarle que en este esquema de hiperconcentración económica, se abren las puertas para la economía ilegal: el narcotráfico, la trata de personas, el crimen organizado, que también representan un riesgo para las mujeres.

Las consecuencias de esta mortal combinación es que los crímenes contra las mujeres evidencian una mayor brutalidad. De acuerdo con el Índice de Paz México 2023, casi “una cuarta parte de las víctimas de feminicidio fueron asesinadas con armas blancas, mientras que la mayor parte, más de dos quintas partes, fueron asesinadas por ‘otros medios’. Es probable que estos últimos casos incluyan palizas y estrangulamientos”.

La violencia contra las mujeres en México y América Latina comparten factores económicos, políticos e históricos que se agravan bajo la lente patriarcal con la que se construyeron nuestras relaciones culturales con los hombres. 

En este panorama, no solo está claro que las poblaciones más vulnerables son las que salen perdiendo, sino que para cambiarlo hace falta reconocer que son el último escalón de una violencia que se ejerce desde las más altas cúpulas, quienes resultan los únicos beneficiados.

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