Niñas y niños, los olvidados de la pandemia

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La pandemia de la COVID-19 ha cobrado vidas de cientos de miles de personas en nuestro país. Se han infectado millones. Todos los días contamos muertos y contamos personas enfermas. Todos los días nos peleamos por el uso del cubrebocas. Todos los días hay una nueva información sobre las vacunas.

De lo que no se habla nunca, en ningún lugar, en ningún medio, en ninguna conferencia de prensa es de esa víctima silenciosa, casi invisible: la infancia. 

Millones y millones de niñas y niños han vivido confinados ya casi un año. No van a la escuela. No hay parques abiertos para ellas o ellos. Mucho menos museos, ludotecas… nada. Pareciera que en este drama de confinamiento, enfermedad y fallecimientos, los derechos de la infancia simplemente hubieran dejado de existir.

La realidad es que la pandemia ha barrido con los derechos de niñas, niños y adolescentes a la educación, a una vida libre de violencia, a la salud y a recibir servicios sanitarios.

Ciertamente ha habido discusiones alrededor de la reapertura de las escuelas en nuestro país. Y es verdad que en muchos países han regresado a clases y luego han debido confinarse de nuevo. Pero las discusiones son pocas veces apoyadas con datos. Las decisiones de los gobiernos, menos.

En México no habrá regreso a clases mientras el semáforo epidemiológico siga en amarillo, naranja o rojo. No se buscan alternativas, nadie trabaja ni invierte en la adecuación de espacios para permitir a millones de niñas y niños convivir con iguales y recibir educación. 

Muchos analistas y especialistas advierten sobre el impacto desastroso en el nivel educativo y en la capacidad de interacción social de toda una generación si no se hace algo, pronto, por devolverlos a espacios donde niñas y niños puedan, pues eso: ser niñas y niños.

¡Ah! Pero eso sí: los centros comerciales ya están abiertos. Las personas pueden comprarse un pantalón en el centro comercial, pero las y los menores de edad tienen que permanecer en casa. Hombres y mujeres pueden ir a una cantina a beber, pero niñas y niños no pueden pisar un parque.

No importa que se haya descubierto, como lo reportó la revista Nature en diciembre pasado, que el sistema inmune de la infancia es mucho más efectivo que el de las personas adultas. Tampoco que los datos arrojen una muy baja infección de menores de edad. Las escuelas cerradas, pero las papelerías abiertas.

El drama va más allá de lo que van a perderse y a dejar de aprender en estos meses o años. Ahora, ellas y ellos, nuestros niños, están expuestos mucho más tiempo a fenómenos de violencia familiar. La crisis económica que ha golpeado miles de hogares está produciendo nuevos y muchos pobres. Muchos, claro: niñas y niños. 

Muchos de estos menores deberán dejar sus estudios. Muchas y muchos no reciben la atención necesaria porque sus padres y madres tienen que trabajar. Miles ya no tienen acceso a servicios de salud. No hay vacunas. No hay medicinas. No hay maestras y maestros que detecten casos de violencia, depresión o ansiedad en infantes o adolescentes.

La realidad, hay que decirlo, es que nuestros gobiernos han abandonado a la infancia a su suerte. Y nosotros, como sociedad, nos hemos olvidado de ellas y de ellos.

El saldo de este abandono sistémico y estructural es aún incalculable. El futuro de la humanidad depende, al fin y al cabo, de ellas y ellos. 

¿Cómo podremos verles a la cara y decirles que era más importante exigir que abrieran la cantina a que ellas y ellos fueran a la escuela? ¿Cómo podrán las y los políticos pedir su voto en el futuro si ahora son totalmente incapaces de atenderles?

La salud física, mental y emocional de nuestras hijas e hijos está en peligro y a nadie parece importarle un comino. 

Por eso es que esta semana habremos de revisar a profundidad los datos y cifras de cómo les ha afectado esta pandemia, pero también las historias, las voces, los dramas cotidianos de quienes deberían ser nuestra principal responsabilidad. 

Alguien, por favor, piense en las niñas y los niños. 

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