Hacerle a la ma… má (o el infierno de las fiestecitas infantiles)

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Oigan …y ¿qué onda con las fiestas infantiles?

¿Alguien me explica?

Ya sé que ya pasaron varios años, pero cuando yo era chica, la fiesta infantil consistía en unos amigos, un espagueti a la boloñesa, UNA piñata con algunos dulces, un pastel hecho por mi mamá y se trataba, principalmente, de jugar. ¿A qué? …ese era nuestro problema y hasta donde me acuerdo, nada de todo eso fue, nunca, un tema.

La pasábamos bomba.

Ahora, las fiestas infantiles son un circo. O una granja. O una “experiencia”. O un show de súper héroes furiosos -que más que entretener, aterrorizan a los escuincles- o de princesas “encantadoras” esperando a que las encuentre un príncipe para poder sentirse realizadas y pues… amigas dense cuenta.

Pero principalmente, las fiestas infantiles ahora se tratan, de apantallar a las otras mamás, -aunque eso implique gastarnos el presupuesto mensual de una familia con otra realidad económica o incluso el nuestro en muchos casos.

Desde qué nos ponemos y que nos vengan a peinar y maquillar -pero sin que parezca que nos peinaron y maquillaron-, hasta  tener un tema y comprar toooooodo la parafernalia referente -para luego tirarlo a la basura. Por supuesto, no una, ¡tres piñatas!, a las que los niños ya ni les pegan porque no se vayan a lastimar y entonces los organizadores –porque obvio hay que tener organizadores– las rompen con las manos y, desde luego, ya no hay manera de que los chamacos recojan sus dulces porque para que no “se traumen”, las mamás –o algun@ de l@s asistentes con los que acude a la fiesta, porque pues, qué cansado estar persiguiendo escuincles– se tiran ¡literalmente! al piso para acaparar con su cuerpo la mayor cantidad posible de golosinas y entregárselas como trofeo al pequeño que ¡obvio! está totalmente frustrado y furioso porque la mamá del de junto le consiguió más, peeeero ¡no teman! para eso la mamá organizadora y siempre precavida -como debe de ser- tiene 700 kilos más de dulces para repartir a los que “no les tocaron”.

Esta escena la viví en carne propia cientos de veces en las fiestas con mis hijos:

Mamás  -o emplead@s- perdiendo totalmente la compostura, arrancándole a otros niños su botín, madreándoselos –“sin querer” pero pues ¿qué esperan que suceda si se tira un adulto arriba de 10 niños de 4 años?- a la hora de aventarse y enseñándoles a los niños todo, menos las cosas básicas y elementales que asistir a una piñata puede enseñar:

1. La vida no es justa -francamente, entre antes lo aprendan, mejor.

2. Hay que aventarse por lo que uno quiere.

3. Hay que aprender a mirar a tu alrededor, compartirle al que no le tocó nada y está llorando, o asumir que chance el que agarró más fue porque tuvo una estrategia, hizo equipo con alguien, o es un hijo de la chingada y en el futuro hay que estar preparados para todos esos escenarios.

4. Hay que tener llenadera -no necesitas siempre ganar todo, especialmente cuando implica chingarte al otro. Ganar a costa de todo, y de todos, nunca es ganar, es no saber perder y eso, en la vida, será un enorme problema.

5. Hay que aprender a apañárselas so-los.

6. Hay que volverse experto en eso de la tolerancia a la frustración.

Todo el episodio piñata es digno de un análisis psicológico clínico. Ahí es donde conoces realmente a la gente y el tipo de mamis con las que estás tratando.

Desde la que organiza, la que se la pasa chupando -¿por qué chingados hay “vinitos” en las fiestas infantiles?- , la que siempre manda al hijo con la “nanita” -¿plis, podemos normalizar no decir “nanitas”?- hasta la que se avienta, siempre ¡siempre! sale a relucir en todo su esplendor la mayor o menor imperiosa necesidad de farolear, caber, agradar y quedar bien -o desentenderse por completo- durante una hora interminable de dale, dale, dale, no pierdas el tino -que ahora ya tampoco tienen que cantar los niños: lo hace el organizador, con un micrófono, dentro del salón de fiestas ya de por sí infernal, con música infantil estridente e infernal y 35 escuincles en un sugar rush infernal (porque obvio, lo único que han tragado es azúcar en cualquiera de sus formas) ¡qué increíiiible idea!, dijo nadie nunca- y que deja clarísimo quién es quién en la vida.

En el tema de la comida, nunca he entendido por qué hay un menú para los niños -que normalmente es un asco- y uno para las mamás de los niños -que normalmente son puras cosas que “no engordan”- y luego nos preguntamos que por qué nuestros hijos no quieren comer nada más que nuggets y papas fritas, tienen un desorden alimenticio o un problema con el alcohol 🙄.

¿No podríamos mejor hacer UN menú apto para todos?

Más fácil. Más sano. Más barato. Y, sobre todo, más saludable física y mentalmente para todos los involucrados, permitiéndole a los niños elegir una mejor opción y a las mamás darse permiso de comer algo más que lechuga de vez en cuando. ¿Por qué la pinche división de la comida? No entiendo.

En el tema del show, pues miren, los detesto.

¿En qué parte del cuento se chingó el tamagochi y pensamos que a los niños hay que tenerlos apendejados permanentemente, viendo, en estado catatónico y en donde, la mayoría de las veces, les hablan como si fueran unos pendejos -¿verdad amigüitaaas?-  y no, mejor, los dejamos jugar?

Si van a contratar -esto sí lo hice alguna vez- contraten personas -pueden ser los primos o hermanos grandes- que organicen juegos, concursos y cosas tan trilladas y “vintage” como: saltar la cuerda, carreras de costales, el limón y la cuchara, comerse las donas colgadas y demases actividades que ¡sorprendentemente! siguen siendo súper divertidas, para que tengan alguna actividad un rato del evento, pero por lo demás, el chiste según yo, es dejarlos jugar.

Dejarlos romper la piñata. Dejarlos recoger los dulces y dejarlos lidiar con su frustración. 

Salirnos de la ecuación y dejar a los niños en paz, supervisando de lejos y estando presentes sin pretender que todo esté “organizado” permanentemente.

En las fiestas infantiles ahora, igual que en las bodas -mi opinión acerca de ellas merece una columna aparte– tiene que haber un “happening” tras otro. No vaya a ser que usen su imaginación, se organicen solos, o se aburran un rato ¡imagínense qué preocupación y qué traumático podría resultarles eso!

Y ya por último, el tema de los regalos. Nadie necesita taaaantos regalos y se vuelve insostenible comprar 3 o 4 regalos al mes durante una época de la vida.

Entonces les sugiero dos cosas:

Uno: si van a regalar regalen cosas pequeñas y útiles: un rompecabezas, un libro, algo que de preferencia sea para que el escuincle haga algo, no solo acumule “cosas”.

Y dos, algo que yo implementé varias veces, fue organizar a un grupo de mamás para juntar una lanita y con eso, le preguntábamos a la mamá en cuestión qué le hacía gracia a la criatura y eso comprábamos ¡mejor una cosa buena que 100 mierdas como principio fundamental de vida!

Me tocó así dar: bicis, carreolas para las muñecas, juegos de mesa, o aportar para el ahorro que el niñ@ estaba haciendo para algo específico en ese momento; lo hice incluso para los regalos de 15 años para comprar alguna cadenita que le durara a la chamaca y no fuera ooootra playera en su clóset… algo no perecedero para recordar ese momento de su vida.

Aclaroooo que la “coperacha” la armábamos las mamás de los invitados porque, me informan, ahora hay una modalidad en donde la mamá te invita a la fiesta, y de pasada, te pide una cuota para ELLA comprarle un regalo a SU hijo y te pide que por fa no le traigas otra cosa, más que dinero,  y pues… híjoles… todo mal, plis no sean esa mamá.

Y, finalmente, la modita de dar regalos de despedida no sé a ustedes, pero para mi, el regalo es que el invitado te haya convidado a su fiesta, no que encima de todo te tenga que dar un reloj por haber venido (cosa que nos sucedió) Insisto: si van a dar un regalo, den algo hecho por ustedes con sus hijos que tenga significado y que no sea , oootraaaa veeeez, para ser aprobadas por “la real academia de las fiestas” y pierda todo el sentido.

Creo que hay que ponerse más creativos y formar personitas menos consumistas y materialistas. Y creo que, efectivamente, como eso implica ponerse la pila, y muchas veces ser uno quién lo haga -lo mismo el que invita o el invitado- preferimos gastar más, salir del paso y hacer cosas absolutamente impersonales, solo por palomear y quedar bien.

Las fiestecitas infantiles -que para mi siempre fueron un vía crucis y no extraño absolutamente nada-  son una gran oportunidad para replantearnos el tren del mame imparable en el que nos hemos subido sin cuestionarnos nada y recordar que el objetivo principal es que nuestros hijos disfruten y que  aprendan que disfrutar ¡nunca! depende de ningún exceso, ni de que “todo el mundo” esté, ni dónde estés,  ni  cuánto gastes.

Menos invitados.

Menos show.

Menos mamis chupando alrededor.

Menos queda bien.

Y más, sobre todo más: enseñarles a nuestros hijos que no hace falta tanta cosa para ser feliz, ni para pasarla bien.

De hecho, la mayoría de las veces, en las fiestas gigantes, el festejado ¡se la pasa llorando! ¿se han fijado? Pinche mil pesos después, el celebrado se la pasó de la chingada, su mamá quedó como trapeador y el papá sale regañado porque no llegó a tiempo para presenciar, y padecer, todo esto… en tiempo real.

En realidad, pasarla bien -y esto se sigue comprobando en la vida adulta- sucede cuando estás rodeado de tu gente cercana, haciendo algo que te gusta sin que haya que hacer un show, poner tres mil puestitos, ni hacerle tanto a la mam… ada.

 #BájenleUnasRayitas #Porfis

Otro título de la autora: ¿Cuándo le doy un celular?

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