Infancia en guerra: como marca la violencia a los “niños soldados” de Guerrero

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A sus seis años, Guillermo sueña con ser profesor de grande, pero eso será en un futuro en el que su comunidad, Chilapa, esté en paz. Por hoy, tendrá que cambiar la mochila y los útiles por un fusil de madera al hombro para “defender a su pueblo”. Aunque su arma no es real, sabe que esto no es un juego.

Guillermo es uno de los 19 “niños soldados” que el 24 de enero salieron uniformados –y algunos armados con fusiles– en este municipio, uno de los más pobres de Guerrero y donde opera desde hace 20 años el grupo delictivo Los Ardillos, quienes en el último año han desatado la violencia en el estado gobernado por el perredista Héctor Astudillo.

Hartos de los asesinatos y la inseguridad, los pobladores de esta zona, representados por la Coordinadora Regional de Autoridades de la Montaña y Costa Chica de Guerrero (CRAC-PC), se han armado para impedir que Los Ardillos causen más muertes. También han preparado a los niños (de seis a 15 años) para que “aprendan a defenderse si los quieren levantar o desaparecer”, o al menos eso dicen sus representantes.

La espiral de la violencia

El problema es que una vez que un niño, niña o adolescente se inserta en un grupo armado es difícil que salga de él, pues es común que de pequeños desarrollen un vínculo afectivo hacia ese grupo y se sientan más identificados con él, aún más cuando son huérfanos, explica Leonardo Mier, oficial de Protección a la Infancia de la UNICEF, en entrevista con Cuestione.

Por otro lado –explica Mier–, las marcas que deja esta experiencia para ellos, en donde muchas veces son testigos o partícipes en actos violentos, son irreparables y les generan traumas emocionales. 

Además de las secuelas psicológicas están las físicas, desde golpes o heridas de bala hasta desnutrición o, incluso, enfermedades de transmisión sexual. Es común que las niñas resulten embarazadas porque fueron violadas.

Así, los niños dejan los juegos, el estudio y la vinculación familiar –contemplados todos en la Convención de los Derechos de la Infancia–, se arman y abandonan la escuela para defenderse

Sin escuela ni futuro

Unirse a grupos armados hace que sus oportunidades de un futuro mejor se reduzcan, haciéndolos más vulnerables a otros delitos, como ser víctimas de abuso sexual. Aún si Guillermo y estos niños quisieran salir de esa espiral de violencia, la posibilidad de que estudien también es baja. De acuerdo con los pobladores de la zona, en su comunidad sólo hay preescolar y primaria, mientras que la secundaria más cercana está a kilómetros de distancia. 

Los mismos profesores y profesoras han tenido que huir de la violencia, dejando a los niños sin escuela. “Lo que hemos visto en los últimos días con los asesinatos en la zona es que los niños y niñas tienen miedo de ir a la escuela”, dijo uno de los voceros del CRAC-PC en una de las entrevistas con medios.

Un problema mundial

Se calcula que en todo el mundo hay unos 300 mil niños y niñas en condición de “soldado” o involucrados en conflictos armados, ya sea en el combate o “obligados a ejercer como cocineros, mensajeros, esclavas sexuales, o para realizar ataques suicidas”, alerta la UNICEF.

La presencia de un niño o niña “soldado” es la prueba del abandono del Estado, sin opciones más que hacer propias las batallas. Fallamos nosotros como sociedad al desprotegerlos.

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