Un mundo raro

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Vivo en el limbo de los escritores. No en ese mental a donde llegas con estupefacientes o exceso de licor en el cuerpo antes del mediodía, sino en el limbo editorial, un sitio difuso, configurado de manera inconsciente por los actores del libro. Como cuando naces en una familia católica y te haces católico por inercia e imitación, la forma de hacer las cosas se hereda de generación en generación y quien dibuja fuera de la raya queda expulsado del olimpo de manera automática, no vaya a ser que amenace la existencia de los lamesuelas que tantos orgasmos al ego le provocan a quienes toman las decisiones. 

Recibo miradas de desdén de escritores, periodistas y editores célebres porque si me publico y promuevo a mí misma es porque debo escribir muy mal y mis libros deben estar mal hechos (algún día contaré la soberbia que me ha tocado capotear), aunque tenga 23 años de experiencia y varios centenares de títulos de otros autores editados en mi haber.

También recibo miradas de admiración, otras con envidia, algunas más con menosprecio de escritores independientes porque debo ser tan mediocre que lo único que tengo es una piel muy blanca y dinero. Además, escribo de sexo, y el sexo vende. “Así cualquiera”, “inventaste el agua tibia, morra”, dicen (sí, cualquiera, por eso hay miles de personas haciéndolo). Y no, no tengo dinero, no recibí una gran herencia y me dedico a hacer libros, lo que no es un negociazo. 

Entonces caí en un limbo chistoso. No pertenezco a ningún lado: ni al de los autores estrella de las editoriales, ni al de los autores independientes que tienen cien trabajos para sobrevivir; ni al de los escritores que publican las grandes editoriales, pero deben hacer la mayoría del esfuerzo de difusión ellos mismos, ni al de los escritores que se unen para tener la posibilidad de estar en una feria de libro; ni a los que viven de participar en cuanta beca y concurso existe y con ese dinero subsisten durante todo el año; mucho menos a los que se quedan sentados mirando furibundos cómo tropeles de escritores malos publican mientras ellos, genios incomprendidos, viven en el olvido; ni a los que deben hacer preventas, sorteos o provocar lástima para encontrar financiamiento, todos ellos medios muy loables para conseguir el objetivo de ver tu obra en papel y tinta. 

Yo me las he ingeniado para financiar la impresión de mis propios ejemplares (sí, ya sé que soy privilegiada, por eso en vez de maldecir ese privilegio, lo aprovecho y lo comparto).

Fui editora independiente, publiqué a más de 300 autores durante 15 años, financiando alrededor del 50% de los libros, con lo que aprendí muchísimo y también decidí que deseaba dejar de hacerlo, ya cumplí mi cuota de apoyo financiero a escritores; aunque sí presento gente, recomiendo proveedores de impresión y comparto lo que sé a quien me pregunta –puedes descargar gratis mi libro Libera tus libros, el arte de hacer y vender libros en México en mi sitio web.

Confieso que la llegada a este limbo extraño no estuvo del todo planeada, yo tenía un objetivo en la vida, dedicarme a escribir, e hice lo necesario para alcanzarlo. Gracias a eso desarrollé habilidades diversas, incluso a veces hasta “contrarias”: soy altamente creativa, pero también altamente eficiente para ejecutar proyectos; soy tímida, pero sociable; miedosa, pero imprudente (hay quien prefiere valiente, yo tengo mis dudas); puedo hacer un libro desde la idea, hasta encuadernarlo con mis propias manos, además de hacer la publicidad, diseñar las cajas de texto, portadas, stands, imagen personal, campañas de mercadotecnia, entregarlo en los centros de distribución, hacer cotizaciones, presupuestos, reportes de ventas, facturar, etcétera, etcétera, etcétera. 

Y además utilizarme a mí misma de modelo para seducir a los posibles lectores para que elijan leer mis títulos (tengo bien claro que no soy modelo, y también que hay para quienes resulta atractivo que escriba de erotismo y tenga una eróticamente explícita forma de vivir).

Así fue como terminé aquí, en mi limbo particular. Quizás las líneas anteriores poseen más tono de desahogo, que de motivación. En realidad son una celebración por construir algo diferente, un camino propio cual montaña rusa. A fin de cuentas siempre quise una vida a mi manera, un mundo raro. El mío.

*Este texto es una invitación nada sutil a leer escritores independientes, quizás te sorprendas. 

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