Narcotráfico en México | La guerra que nunca debió ser

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Miles de millones de pesos gastados. Cientos de miles de vidas perdidas. Violencia y temor. Ese es el verdadero resultado de la llamada guerra contra las drogas, una guerra que comenzó perdida y que no hay señales de que vaya a terminar.

Esta guerra no es un accidente y, sobre todo, no era inevitable. Pero hay que entender cómo se inicia, sus graves consecuencias y también hay que buscar que tenga un final. En México recordamos bien el principio: durante el gobierno de Felipe Calderón se decidió que había que parar al narco con cualquier medio posible. Eso implicó involucrar a las Fuerzas Armadas a fondo en lo que pronto se volvió una violenta crisis.

Pero en realidad empezó muchos años antes. Fue a finales de los años setenta que Richard Nixon, presidente de Estados Unidos en esa época, concibió el término “guerra contra las drogas” y determinó que estas eran el “enemigo número uno” de su país. 

Y es cierto que había en ese momento una creciente preocupación por el aumento en el consumo de estupefacientes y de criminalidad. Sin embargo, la decisión no fue por seguridad ni por salud: fue política e ideológica.

Como se explica claramente en el libro “Persiguiendo el grito” de Johann Hari, la verdadera motivación tenía mucho que ver con moralismo y racismo. En efecto, en esas épocas se volvió común la idea de que el consumo de marihuana convertía a los negros en violadores, y que había detrás de las drogas una profunda depravación moral.

En su extenso estudio, Hari determina que en realidad no es la droga lo que causa las acciones dañinas, sino el ambiente. Los ambientes de pobreza, marginación, desconexión social y depresión son los que hacen que las personas que consumen terminen realizando acciones violentas o desesperadas.

Así, la realidad es que las adicciones y el abuso de drogas son un síntoma de nuestros problemas sociales, y no la causa. 

Además, lo que está claro es que la estrategia actual no está funcionando. Como informamos en Cuestione, el disparado aumento en gastos de seguridad y armamento no ha tenido ningún efecto en el consumo de drogas de la población. Los millones gastados no han reducido el uso en absoluto. En lo que sí ha tenido un efecto es en una espiral de violencia que ningún gobierno logra contener. 

¿Cómo se puede resolver este problema? ¿Con más armas, más ejército, más militarización? Muchos especialistas, y la experiencia de otros países, demuestran que hay un camino mucho más sencillo: la regulación.

En efecto, legalizar las drogas siempre suena radical y peligroso. Hay personas que consideran que se perdería una generación entera. Sin embargo, lo que hemos visto en los países que regulan algunos tipos de consumo de droga ha sido una caída en la violencia, la criminalidad y las muertes. 

¿Por qué? Porque la prohibición hace que las drogas ilegales sean mucho más peligrosas que las legales. La razón por la que, actualmente, mueren unas 40 personas cada día por sobredosis de heroína en Estados Unidos es porque compran algo que realmente no saben qué tan puro es. La regulación, como ha sucedido con el cannabis en algunos lugares de Estados Unidos, ha permitido que su calidad esté controlada.

Y no solo eso: ha generado cientos de millones de dólares en impuestos. Es decir, no solo permitiría un control sanitario de las drogas, sino que sería un ingreso para la nación. Esto no es especulación: el caso del estado de Colorado en EU es emblemático. Desde que se legalizó la venta de marihuana hace siete años, ha generado cerca de 10 mil millones de dólares en ventas. 

Solo en 2020, pleno año de la pandemia, significó el pago de casi 400 millones de dólares en impuestos. Sumado a eso, la ley establece que un 3% de lo recaudado debe ser utilizado para mejorar escuelas o los servicios educacionales. En una época en que los gobiernos necesitan recursos adicionales, esta podría ser una importante entrada.

Pero sobre todo, sería una forma de arrebatarle al crimen organizado uno de sus negocios más rentables. Por eso no deja de ser irónico que quienes más se oponen a la legalización de las drogas no son solo los políticos conservadores; son también los cárteles de drogas, que saben que lo peor que les puede pasar es que empresas legales les quiten su negocio. En gran parte, porque su negocio no son solo las drogas: es el miedo que generan y les permite controlar poblaciones enteras.

Nada lo demuestra más claramente que el fin a la prohibición del alcohol en los Estados Unidos en los años 30 del siglo XX: toda una peligrosa mafia perdió, casi de inmediato, su poder corruptor y su negocio.

Por supuesto que una legalización de las drogas exigiría un importante control legal y de salubridad, pero sobre todo demandaría que todo ese dinero que hoy se gasta en armamento se invierta en lo que realmente hace falta: políticas de prevención, educación y – quizá lo más importante – una cultura de cuidados en la que nadie que sea adicto deje de recibir apoyo y atención para recuperarse.

Para entender mejor este problema, sus posibles caminos y sus enormes desafíos, esta semana en Cuestione analizaremos las experiencias de legalización, las razones por las que algunos se oponen y otros lo promueven, y las alternativas que existen.

Al final, sabemos bien que las drogas pueden ser malas. Pero hemos descubierto que la prohibición es peor.

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