¿El pueblo manda?

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“Morena es un instrumento de lucha para el pueblo de México y en Morena el pueblo manda”, dijo Claudia Sheinbaum, virtual candidata de Morena a la Presidencia, hace unas semanas. Esto en el marco del proceso interno del partido del oficialismo para determinar las candidaturas a las nueve gubernaturas que estarán en juego el próximo año.

Tras un proceso al límite de la ley, rompiendo los esquemas de la legislación democrática y con muchos y muy sospechosos gastos de promoción, finalmente se dieron los resultados. ¿El pueblo decidió?

Pues en realidad no tanto. Las encuestas que se realizaron dieron unos resultados y la dirigencia de Morena dio otros. Por supuesto, está el argumento del género: dado que el Instituto Nacional Electoral determinó que cinco de las nueve candidaturas tenían que ser para mujeres, eso le dio un amplio margen de maniobra a los dirigentes para decidir arbitrariamente quién compite dónde.

Así, muchas de las candidaturas no fueron para quienes recibieron más apoyo, sino para quienes eran los preferidos desde Palacio Nacional. Destaca por supuesto el caso de Omar García Harfuch, por dos razones.

Una, porque arrasó en la encuesta, pero Clara Brugada recibió la nominación. Esto tras una larga y hostil campaña de morenistas diversos para golpear y cuestionar a García Harfuch. Fue desde el interior de Morena que se luchó contra su opción, bajo la lógica de un supuesto “purismo” político que solo existe cuando conviene; cuando no, no hay problema en nombrar a ex priistas o conversos de último minuto.

Por otro lado, esto es un duro recordatorio para Claudia Sheinbaum de que su “bastón de mando” no era ni siquiera simbólico: no era NADA. La aspirante presidencial podrá llamar a la unidad, hacer juramentos al “pueblo” y demás, pero este proceso ha hecho evidentes los límites a su poder. Está claro que desde la presidencia se determinó quiénes podían participar, en qué condiciones y, finalmente, quién ganaría.

Pero este proceso, lleno de simulaciones y negociaciones a puertas cerradas, es solo una de las señales que deberían preocuparnos. Porque lo que estamos viendo es la construcción de una dinámica política de cinismo que se supera a sí misma cada día.

No es que sea algo nuevo, por supuesto, pero sí es algo que se nos prometió que ya no pasaría. Así como vimos un proceso truculento en la designación de candidaturas, vimos la semana pasada otras señales preocupantes.

Por ejemplo, la sumisa aprobación del Presupuesto Federal para 2024, en la que la mayoría morenista simplemente siguió órdenes presidenciales. A pesar de la urgencia de designar recursos para la reconstrucción de Acapulco tras el huracán Otis, y la responsabilidad de los y las legisladoras de analizar cada rubro y ver cómo se puede mejorar el gasto, nuestro Congreso simplemente obedeció. ¿El pueblo manda? No en nuestra actual legislatura: no se escuchó ninguna opción distinta a la de Palacio Nacional.

En esos mismos días renunció el ministro de la Suprema Corte Arturo Zaldívar, para brincar de golpe a la campaña de Sheinbaum. Abandonando su encargo constitucional, y mostrando sin vergüenza su alianza política con el régimen, Zaldívar no se molestó en esperar los tiempos legales para que su renuncia sea aceptada. 

Así que mientras la demagogia cotidiana del presidente y sus seguidores sobre que “el pueblo manda” y “el pueblo pone y el pueblo quita”, lo que vemos es un sistema democrático en el que nadie está respetando las formas: ni electorales, ni legislativas, ni siquiera en la Suprema Corte. 

Cuando todo esto pasa, la oposición grita y manotea, señalando con el dedo, pero al mismo tiempo aletargada con sus débiles liderazgos y sus dificultades internas. Su alternativa de nación no está clara ni bien dibujada. Sus potenciales candidaturas aún no logran colocarse.

Entre un oficialismo autoritario y antidemocrático, y una oposición ausente, solo queda clara una cosa: no, el pueblo no manda.

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