Verdades al gusto

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Un acuerdo secreto. Millones de dólares. Un candidato presidencial, un cártel. Suena como la trama de una serie de narcos de estas que se han vuelto tan famosas, pero no lo es. Es una investigación periodística que ha hecho una revelación explosiva.

Lo que nos narran simultáneamente una investigación de ProPublica -un medio de investigación independiente- y otra de Anabel Hernández es que al menos la primera campaña presidencial de López Obrador habría recibido financiamiento del narcotráfico a cambio de un acuerdo de protección. 

Hay varias cosas que deben preocuparnos de estas revelaciones, y la primera es lo poco que nos sorprende. Hoy en día, en México, que nos digan que el crimen organizado financia a políticos es más una confirmación de lo obvio que un escándalo, y eso es una tragedia.

La sociedad debería estar ofendida, las autoridades judiciales, que supuestamente son independientes, deberían estar haciendo una investigación. Debiese haber un avispero agitado. Pero más bien hay una resignación nacional.

Otro elemento de preocupación es la tendencia social que se ha construido de elegir las verdades al gusto de cada quien. Cuando periodistas tan prestigiosos como Anabel Hernández u organizaciones como ProPublica han denunciado los vínculos entre criminales y políticos como Peña Nieto o Calderón solemos creerlo y tomarlo en serio. Nos confirma lo que sabíamos de la corrupción de antes.

Pero ahora, por alguna razón, esas mismas revelaciones, de esas mismas fuentes, ya no les resultan creíbles a muchos sectores. López Obrador, fiel a su costumbre, denuncia conspiraciones, incluso internacionales, para dañarlo. Siempre apegado a su guión, asegura que lo atacan porque es demasiado honesto. Niega que haya pruebas y llega al extremo delirante de exigir al gobierno de Estados Unidos que controle a los periodistas. 

Así ha reaccionado con todas las revelaciones de corrupción en su gobierno. Ya sea Segalmex, ya sean sus hijos empresarios o su círculo cercano, todo es parte de una guerra contra su honestidad. Eso le basta a amplios sectores de la población, que han renunciado a los hechos y prefieren la fantasía que se vende desde el Palacio.

Estas revelaciones, como las otras, quedarán en el limbo. Ni las autoridades harán nada al respecto ni tendrá más consecuencias que la indignación de algunos sectores políticos y sociales.

Pero más allá de su veracidad o no, lo que más debe preocuparnos de esto es la realidad que estamos viviendo en México. Porque el gobierno y el presidente pueden presumir un ligero descenso en la tasa de homicidios, ignorando que sus cifras son históricas, pero la gente no puede ignorar lo que está pasando.

Y eso es que el crimen organizado se ha expandido y está dominando cada vez más territorios. Las extorsiones están fuera de control y las mafias están ya involucradas en todos los procesos productivos del país, desde lo agrícola hasta lo industrial.

Según algunos estimados, los cárteles ya controlan una cuarta parte del territorio nacional, donde operan abiertamente y se autogobiernan. Si fueran un cáncer, podríamos decir que México ya hizo metástasis.

Así que no podemos confirmar si hubo un acuerdo secreto entre la campaña de López Obrador y el narco, pero sí podemos confirmar esto: se le ha dado vía libre para operar, crecer e influir. 

Entre todos los peligros que corre nuestra democracia, volvernos un narco Estado es uno de los que más debe asustarnos.

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