Me hierve el buche

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Hace unos días me desperté llorando a la mitad de la noche.

No de un mal sueño. No.

De angustia.

De hartazgo.

De tristeza.

De impotencia.

Y desesperanza.

La realidad me alcanzó, incluso dormida, me alcanzó.

Y es que a 8 meses en lugar de las “dos semanas” que nos dijeron que iban a ser, ya no está cagado. Miren que soy resiliente. Que le he buscado los lados buenos. Que ha sido una oportunidad para muchas cosas y que sigo sin extrañar nadita lo de vivir agotada, con prisas y atorada en el tráfico.

Pero extraño mi vida.

Mi trabajo. A mis amigos. Extraño viajar o, aunque sea -porque tampoco es que viajara tanto- la posibilidad de viajar. Extraño tallarme los ojos cuando se me dé la gana, tocar a la gente y vivir sin tener que desinfectar todo. Extraño ver a la gente sonreír y sonreírle  (o que la gente pueda ver claramente que me cayó gorda) y dejar de vivir con la cara tapada, cosa que me parece francamente deprimente.

La semana pasada fue incluso doloroso, y esto es algo que jamás pensé decir, dar una conferencia frente a un auditorio vacío. Nunca pensé que fuera más fácil pararme enfrente de 700 mamás, que de nadie. Y es que podemos acostumbrarnos a todo, menos al vacío. Al contacto humano, al intercambio de miradas. A conectar con la otra persona.

Sucede que, gran parte de nuestra manera de conectarnos con nosotros, es conectando con los otros. Porque es de ellos de quienes obtenemos información, contención, aprobación o desaprobación.

Extraño. Mucho. Y me duele.

Me duele que mis hijos no vayan a la escuela. Que ellos también extrañen. Y extrañen tanto. Que por momentos exploten. Lloren. Griten. Piensen que jamás van a volver a nada de todo lo que hacían. Me duele ver a mis papás, tan bien portados, completamente atrincherados porque para ellos esto no son enchiladas, porque sé que piensan que tampoco es que les queden taaantos años como para gastárselos encerrados. Me duele ver a mis amigos preocupados hasta los huesos de sus negocios, algunos realmente en problemas, luchando, remando, buscando otros caminos… sufriendo.

Me duele ver cómo, por más ganas que le echemos, estamos todos, bastante deprimidos. Bajoneados. Cansados. Irritables y lo más pinche de todo… resignados.

Por eso, cuando veo, escucho, me entero, de gente que ya está en el modo de “hay que perderle el miedo, pero no el respeto”, “pobres niños no pueden seguir encerrados para siempre”, “ya la verdad es más importante la salud mental que cualquier cosa” y todas esas pendejadas para darse permiso de salir, como si no estuviera pasando nada, mis instintos depredadores y asesinos más primitivos se apoderan de mis entrañas.

No. Pinches. Mamen.

#TodoMal

Porque a ver:

Sí, efectivamente la salud mental debe de ser una prioridad y efectivamente es imposible mantenerse totalmente aislado. Nos volveríamos todos locos y además, mientras no haya una vacuna y una cura, esto no va a parar. Sí.

Soy la primera de la lista que he empezado a hacer concesiones con mis hijos e incluso conmigo. 

Ya era insostenible y estaban francamente bajoneados después de 6 meses, así que el día que el de 13 lloró durante dos horas y me dijo que ya no se acordaba de la cara de sus amigos, decidí que algo teníamos que hacer, peeeero con ABSOLUTA responsabilidad, de uno en uno, con mucho espacio entre cada encuentro y solo con familias que sabemos que están en el mismo plan

Han visto así cada quién a dos o tres amigos (repito: de uno en uno y eventualmente). Y yo también, en grupos MUY pequeños, nunca más de seis, siempre en espacios abiertos y solamente con personas que sé que están siendo igual o más cuidadosas

Salgo SOLO si es indispensable y pasan días sin que salga a ningún lado. Pido todo lo que puedo y en serio procuro no andar haciendo bola, ni mucho menos estar yendo de un evento a otro o siquiera considerar la posibilidad de uno de más seis personas.

Cuando mis hijos me cuentan que sus conocidos ya están en “reus” y las mamás anuncian que “fulanit@” ya está yendo a fiestas como si fuera algo de lo cual sentirse orgullosos me dan, neta, ganas de hablarles por teléfono y darles un poquito de mi opinión.

Me asombra. Me emputa. Me dan ganas de estrangularlos a todos.

¡Oigan! Una cosa es encontrar maneras y dejar entrar un poco de aire. Otra, muy distinta, es ser un completo irresponsable. Reuniones de 25 escuincles, ¿en serio, mamis? ¡Dos por fin de semana!

¿Es netaaaa?

Gente que según yo era bastante sensata (ahí se van los cuatro amigos que me quedaban del colegio de mis hijos y me vale madre) y que le parece que ya estuvo suave y que pobres escuincles “es que solo son 20 y suuuper cuidados y la fiesta es con tooodas las medidas”

¡Ay paaar favaar! Todos sabemos que en el momento que hay alcohol (¡porque, ooobvio, además hay alcohol! pero si quieren de esa pendejada hablamos otro día) N-A-D-I-E se acuerda de NINGUNA medida NUNCA, ni de seguridad, ni de higiene, ni mucho menos de la pinche Susana Distancia. Ningún adulto y, desde luego, ningún puberto.

Entonces…¿Qué esperan que suceda gente?

Dejémonos de hacer idiotas por favor porque sí, sí está muy cabrón.

Pero va a estar más cabrón cuando entre el frío, la influenza, la Navidad, la vacación y la absoluta e infinita pendejez de las decisiones tan estúpidas que se están tomando y entonces sí agárrense. 

Espérense a que los hospitales se saturen. A que se les mueran sus papás. Sus abuelos. Sus seres queridos. Ojalá ese día tampoco le tengan miedo al bicho y se sientan “muy en paz”.

Es francamente egoísta pensar que son los únicos pasándola mal y decidiendo salir a la calle como si no pasara nada y hacer vida normal. Entiendo la necesidad de hacerlo, de verdad lo entiendo. 

Yo también me quedé sin mil proyectos este año y no tengo ni la tercera parte de chamba que tenía. También me ha pegado duro en la economía familiar. En la armonía. En mi vida de pareja y  ni se diga de la personal ¿qué es eso? Pero decidir dejar de guardarse y andar de un lado al otro, lo ÚNICO que va a hacer es empeorar la situación. Y no, no tantito, gravemente.

Volteén a ver a Europa por favor. No entendimos nada la primera vuelta y no estamos entendiendo NADA de la segunda. Lo de “poner las barbas a remojar”, aparentemente no es lo nuestro…

No estamos viendo que lo peor está por venir y en lugar de ser sensatos, están decidiendo mandar todo el esfuerzo de estos meses al diablo y lograr que las cosas se pongan realmente de la chingada.

Para los que “ya les dio y entonces ya soy inmune y qué felicidad” les tengo una noticia: nadie sabe mucho de este bicho ¡y ese es el gran problema! Nada garantiza que no te vuelva a dar, que no sigas contagiando, o que el bicho mute y te de otra cepa, así que ojalá consideren cambiar de estrategia.

Y para los que andan posteando fotos de todos sus planes, sus viajes y sus actividades cotidianas como si no pasara nada. Tache. Y tache doble a los que tienen muchos seguidores y dan diario sabios consejos diciendo que neta la vida tiene que seguir y demases mamadas y son el peor ejemplo del mundo en un momento en el que deberían de usar su “influencia” en llamar a la cordura y ser responsables de su voz, a esos, un favorcito: cuando se contagien, no se vale chillar.

Me hierve el buche porque nadie está en su casa por gusto. Y porque lejos de aprovechar esta oportunidad para aprender y enseñar a pensar en los demás, a ser solidarios y a hacer equipo por el bien común, nuevamente, solo estamos pensando en nosotros y en satisfacer nuestras necesidades inmediatas y las de nuestros hijitos.

Porque pobrecitos.

Sí. Pobrecitos porque a este paso faltan muchos meses para que puedan regresar a la escuela y tú y yo a nuestras vidas. Pero no importa, espero que este fin sus fiestas estén chingonas.

Yo, mientras tanto, me imagino que me seguiré despertando de vez en cuando chillando y levantándome en las mañanas tratando de seguir poniendo mi granito de arena, apechugando el tiempo que sea necesario y aprendiendo a adaptarme a las circunstancias sin pretender que aquí no pasa nada.

Otra colaboración de la autora: No a la etiquetas

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