El Estado ausente

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Fue una noche de terror en Caborca, una pequeña ciudad de Sinaloa. Una noche que marcó a una comunidad. El 19 de febrero en la madrugada un convoy de 19 camionetas, marcadas con una X y gente vestida como militares, cargando armas largas, aterrorizaron a quienes ahí viven.

El convoy de criminales entró a Caborca y las alarmas de la ciudadanía se dispararon. No es la primera vez que les pasa. Ya en 2020 sucedió algo similar. Pero esta vez fue peor. Se apoderaron del pueblo, disparando contra casas y negocios. Irrumpieron en hogares, levantando personas. Los chats de WhatsApp, que se han convertido en la única herramienta de la gente para ponerse en alerta, se encendieron.

Los delincuentes mataron al menos a dos personas, y secuestraron a otras tantas. Pertenecían al Cártel de Sinaloa, que ahora se está disputando el territorio con la gente de Caro Quintero. Fue una escena del viejo oeste, con una diferencia: no había ni asomo de las autoridades.

Ni los policías municipales, ni las autoridades estatales, ni la Guardia Nacional intervinieron. Dejaron sola a la gente. Por cuatro horas duró el ataque, que vecinos y periodistas locales subían a redes sociales. Nadie de ningún gobierno respondió, y los llamados al 911 fueron ignorados.

“Nos desampararon”, dijo una vecina a medios tras esa noche terrible. Doña Esther, de 72 años, contó a una televisora que balearon su casa desde afuera, y que sus hijas y nietas estaban aterrorizadas. Desde entonces, cada vez que escuchan un auto pasar las niñas más pequeñas de su casa lloran.

Tardarían muchas horas en llegar las fuerzas armadas, mucho después de que se fueron los criminales. No hubo detenidos, no hubo ayuda, no hubo nada.

La gran tragedia de esto es que no es, ni remotamente, una historia aislada. La ciudad de Colima ha vivido semanas de terror en las pocas semanas de este año. Primero aparecieron mensajes de grupos criminales amenazándose unos a otros. En dos semanas hubo múltiples balaceras en esa ciudad y las inmediaciones. Es un combate entre grupos criminales desplazados, especulan los especialistas, pero esto es importante: no están desarticulados, simplemente se están moviendo de un lado a otro, mientras las fuerzas armadas aparentan pacificar una zona para encender otra.

Además de las balaceras, en Colima empezaron a aparecer bolsas con cadáveres y cuerpos torturados. Igual que ejecuciones que parecen ser al azar: un estudiante, un hombre que solo caminaba por la calle. No hay evidencia de que estuvieran involucrados en ninguna red criminal.

Y al mismo tiempo, Zacatecas enfrenta una brutal violencia de carteles ante la pasividad del gobierno, que manda a la Guardia Nacional de un lado a otro sin impacto significativo. Tras muchos días de cuerpos colgados, masacres, ataques y momentos de terror, la sociedad marchó para exigir un alto a la violencia. El asesinato sin sentido de cinco jóvenes los movilizó, pero llevan muchas semanas viendo escenas de terror. Y no pasa nada.

La gente de Caborca ya lo ha visto antes: tras horas de horror, las autoridades vienen por unos días, y luego se van. No cambia nada, no se resuelve nada.

Mientras esto pasa en muchos lugares de nuestro país, la secretaria de Seguridad Pública, Rosa Icela Rodríguez, se pasea en la conferencia mañanera del presidente presumiendo que se acabó la impunidad, se acabó la corrupción, y que los índices criminales están bajando.

Lo hace con total soltura, y sin embargo manipula datos con descaro. Porque compara “el máximo histórico”  – que fue durante este mismo gobierno – de secuestros con el mes pasado, y así, sí parece que bajó. Lo mismo con todos los crímenes. Pero así no funciona: se comparan períodos similares, no fechas convenientes que dan la impresión de progreso.

Y sí, conocemos la reacción usual: es la herencia maldita, todo empezó con Calderón, los conservadores y demás. No es falso. Llevamos muchos años fracasando en seguridad, empeorando en muchos crímenes, con una sociedad cada vez más desconfiada.

Pero hoy la responsabilidad es de quien nos gobierna. Y en muchísimas comunidades, ciudades y regiones, el Estado simplemente está ausente. 

Ha escogido esconderse. Ha escogido dejar a la gente a la deriva.

Pero ahí están los muertos, ahí están las víctimas.

Solas.

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