Entre moches y soplones: el cambio que nunca llegó

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Comienza, ahora sí en forma, el año de las campañas electorales. Junto con ellas empiezan también las revelaciones y traiciones que exhiben a una clase política cuya promesa de cambio por la alternancia nunca llegó. Cambiaron los partidos, los discursos, los colores, pero la clase política mexicana ha sido la misma de siempre: mentirosa, corrupta, abusiva. 

Después de liquidar a Notimex, su ex directora Sanjuana Martínez, acusó que en la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, le pidieron entregar el 20% de la indemnización de los trabajadores de la agencia para apoyar la campaña de Claudia Sheinbaum. 

Aprovechando la oportunidad política, la precandidata a la Presidencia de la República, Xóchitl Gálvez, corrió a presentar una denuncia ante el Instituto Nacional Electoral en contra de su contrincante morenista y el presidente Andrés Manuel López Obrador por los presuntos actos de corrupción a los que hace alusión Sanjuana.

Al mismo tiempo, Marko Cortés se dice traicionado en Coahuila y da a conocer unos acuerdos cupulares que bordean la ilegalidad. Un “acuerdo mafioso”, según palabras del presidente Andrés Manuel López Obrador, para repartirse cargos, incluidas cinco notarías, una magistratura y el Instituto de Transparencia.

La lección que nos dejan los políticos entre moches y soplones es que podrán cambiar los colores, las frases y los tonos, pero la clase política mexicana no ha cambiado ni en 10, 20 y 30 años: mismas prácticas y mismos modos. 

Hace más de veinte años, Vicente Fox Quezada ganó la elección presidencial bajo la promesa de un cambio de régimen. La promesa democrática de terminar con siete décadas de corrupción y compadrazgo hizo de la alternancia el remedio mágico que todo México esperaba. Pero todos se acomodaron. Los compadres, los amigos. Los candidatos verdes, blancos y colorados.

Con Felipe Calderón la promesa no fue muy diferente: poner alto a la corrupción y la violencia aunque hoy sabemos que el ex jefe de la lucha contra las drogas en su administración, Genaro García Luna, está acusado de robar más de $700 millones de dólares en fondos públicos además de ser un triple agente: del gobierno, de Estados Unidos y de los narcos.

Llegó también el momento de Enrique Peña Nieto, un  joven representante de una “nueva clase política” llena de encanto y de glamour. También llenó las cabezas de nuevas ideas y promesas de paz duradera. Además llegaron las reformas fallidas y las denuncias de los actos de corrupción de los Lozoya, los Ruiz Esparza y los Duarte entre muchos otros.

Ahora estamos en la supuesta alternancia, que nuevamente se erigió como una respuesta prometiendo una gran transformación. La promesa era no mentir, no robar y no traicionar al pueblo bueno, un pueblo que hoy vive en la opacidad que provoca la sombra de elefantes blancos faraónicos que huelen a nepotismo y corrupción. 

Llegó el momento de las Claudias, de las Xóchitls. De una oposición descompuesta que no sabe lo que hace, que convoca a los mismos de siempre bajo la eterna promesa de un cambio verdadero y de un cambio que se ve lejano, como sueño guajiro de la falsa redención; tiempos de un oficialismo que lejos de ser algo nuevo, busca con todo replicar el modelo mexicano de los 70.

¿Qué debe pasar para que esto cambie en México? Cambiar de partido no basta. ¿Se necesitará un cambio cultural, social o incluso generacional para que seamos una nación que se indigne ante esta evidente corrupción política generalizada? 

El verdadero cambio exige mucho más que otras personas y otras ideas. Exige un profundo cambio de paradigma.

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