Contragolpe conservador

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La indignación era brutal. “¡Es una persecución contra los cristianos!”, gritaba un comentador conservador de Estados Unidos, cuando el Congreso de su país aprobaba una controversial ley, el Equality Act, que prohíbe cualquier forma de discriminación contra las personas por su preferencia sexual, nacionalidad, raza u otras.

En esencia, la ley garantiza la protección de personas ante potencial discriminación en su trabajo, escuelas, finanzas, lugares públicos y demás servicios.

La ley ha sido duramente condenada por los Republicanos. Estos aún tienen mayoría en el Senado y probablemente no dejarán que pase, al menos no como está.

El gran drama es este: las nociones de “libertad religiosa” en EU establecen que una persona, en congruencia con sus valores religiosos, puede negar servicios – por ejemplo, hacer un pastel para una boda gay – a quienes no respondan a dichos valores.

La nueva ley deja poco espacio para este tipo de actitud, y es considerada, por los conservadores, violatorio de sus derechos a decidir a quién atienden. Pero no se están quedando con los brazos cruzados.

El contragolpe conservador avanza y con fuerza: en los últimos tres meses, cinco estados de EU (Georgia, Ohio, Mississippi, Kentucky y Alabama) han aprobado legislaciones altamente restrictivas para impedir el aborto. No lo pueden impedir por completo, ya que es un derecho derivado del fallo de la Suprema Corte en el caso Roe versus Wade de 1973; pero sin duda lo pueden hacer mucho más difícil.

Estas leyes incluyen que no se puedan realizar abortos después de 6 semanas (lo aceptado en general son unas 20 semanas), no se puede abortar por violación o incesto, sino solo por peligro inminente para la madre, y así. Además, colocaron penas de hasta 99 años a los doctores que participen en un aborto.

No es algo nuevo: desde 2010 muchos estados con legislaturas conservadoras han dedicado horas de su trabajo a buscar formas para dificultar el aborto. Han puesto regulaciones imposibles para los centros de aborto, restricciones sobre su ubicación y otras trabas.

Todo este esfuerzo tiene un objetivo, quizá coordinado: gracias a Donald Trump, la Suprema Corte está por primera vez dominada por jueces conservadores, los suficientes para que, de llegar este tema a la máxima instancia de ley, el fallo de 1973 pueda ser revertido.

Este es el caso de los Estados Unidos, pero no resulta contrastante con lo que está pasando en muchos otros países.  En Brasil, su presidente Joao Bolsonaro se ha convertido en paladín simultáneo del neoliberalismo económico y de la reacción cultural. Su actitud hacia minorías sexuales, mujeres, afrodescendientes y pobres en general raya en una especie de protofacismo.

México – obvio – vive un momento propio, pero de esquizofrenia respecto a su eje liberalismo-conservadurismo.

Es difícil definir a la izquierda que hoy nos gobierna.  Por un lado, suceden cosas como el confuso “homenaje” al líder de una iglesia evangelista en Bellas Artes, así como una rutinaria referencia del presidente de la República a Cristo, la Biblia e imágenes religiosas.

Por otro, avanzan algunas potenciales leyes progresistas respecto a la legalización de la mariguana y garantías cívicas; al mismo tiempo, se construye una policía militar, se perjudican las vidas de las mujeres y los niños – refugios, estancias – mientras se desarrollan planes integrales para combatir el feminicidio.

El avance y la normalización de las ideas de no discriminación, de equidad de género, de respeto mutuo han avanzado muchísimo en las sociedades. De hecho, en general, las personas están instaladas en posiciones más progresistas que sus gobernantes, por muy democráticamente electos que sean.

Pero el efecto ha sido también galvanizar y envalentonar a las voces más reaccionarias. Y estas voces, en general, también están ligadas a poderes políticos, económicos y comunicacionales.

Lo que pase en Estados Unidos con las mujeres y las minorías sexuales debe importarnos de la misma forma que nos importan nuestros migrantes. Y nuestra vigilancia a las autoridades de nuestro país, para evitar retrocesos en la laicidad o el respeto a los derechos humanos, es vital para el bien de toda la sociedad.

Pero sobre todo, como parte que somos del mundo, no debemos jamás bajar la guardia ante la indispensable promesa de lograr una sociedad justa e igualitaria.  

Es responsabilidad de cada persona. Cada día, en cada lugar.

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