De ahí viene y así piensa

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El gobierno corre a la tormenta

Conforme el país se acerca a la gigantesca tormenta que se acumula en el horizonte, más ciegas y fantasiosas se vuelven las respuestas del gobierno de AMLO a la amenaza. Tal parece que se entretiene con la idea de correr hacia la tormenta, pensándola como una oportunidad para que su corriente política acumule más poder, también estimulado por su añeja cultura de resentimiento contra un pueblo que ignoró por tantos años el mensaje de la 4T. La tormenta será, según su idea anclada en un misticismo engendrado por el rencor, la oportunidad para eternizarse en el poder y repartir un flagelo necesario al pueblo insumiso.

El origen de su visión proviene de una noción religiosa: como castigo por la incomprensión de la superioridad de la propuesta de Morena, el pueblo debe sufrir el flagelo de la pandemia, pestilencia y hambruna para luego, en un auténtico acto de constricción, reconocer al verdadero líder y humillarse ante los pies del Salvador.

Todo marinero experimentado sabe que, cuando ve que se acerca una tormenta, debe encontrar cómo la esquiva o, de plano, huir. Nunca proponen adentrarse en ella, y menos gozosamente, a menos de que el capitán y su tripulación hayan sucumbido a un autodestructivo deseo de muerte. 

Siguiendo su deseo fanático, el gobierno se niega rotundamente a implementar políticas públicas que servirán para atemperar los impactos negativos de la crisis y alejar al país de la tormenta que se cierne sobre nuestra cabeza colectiva. 

En vez de poner todos los recursos del Estado al servicio de la planta productiva del país para paliar el efecto de la disminución de empleos y salarios, únicamente ve por sus proyectos favoritos: Dos Bocas, Tren Maya, Santa Lucía y programas sociales. De resto del país se olvida, afirmando que cada cierre de empresa es problema personal del empresario…y de los trabajadores y empleados. 

En términos de las lecciones político-filosóficas del marxismo del Siglo XIX, la idea de acelerar las contradicciones del capitalismo para arribar más rápidamente al socialismo (considerado como una “inevitabilidad histórica”) pudiera estar dentro del ámbito del pensamiento del presidente mexicano. 

El lenguaje de “transformación histórica”, “ni un paso atrás”, “nueva etapa histórica”, “derrota moral de los adversarios”, “derrota y desaparición del neoliberalismo”, “no es cambio de gobierno, es cambio de régimen” son frases hechas para satisfacción del pequeño grupo de cuadros tecno-burocrático-populistas que rodean al presidente, cuya escuálida formación política e ideológica permite un licuado de alta confusión.

Pero es imposible no advertir la labor de banalización sobre la política que ejercen esas consignas. No convocan al estudio, la reflexión ni el análisis sino a la reacción emocional. No busca profundizar en el análisis y reflexión sobre una sociedad democrática y el Estado de derecho. Más bien se promueve una cultura reactiva a los añejos resentimientos de la sociedad. No piensa en términos de qué construir hacia el futuro, sino qué destruir del pasado. Y tiene los ojos puestos en los presidentes mexicanos del “milagro mexicano”: corruptos y represores progenitores del actual modelo de gobernanza. De ahí viene y así piensa.

  ricardopascoe@hotmail.com

@rpascoep

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