De la austeridad republicana a la ¿neoliberal?

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¿Vamos a un modelo de austeridad franciscana?

La propuesta sonaba más que pertinente para un país marcado por los excesos. Si algo distinguió al sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018) fue la frivolidad del desenfreno: Casa Blanca en las Lomas de Chapultepec que sería la envidia de la familia Limantour; viajes al extranjero en el lujoso avión presidencial aderezados con caviar y champaña con cargo al erario público; fotografías de miembros de la familia presidencial en el calor de hogar de Los Pinos publicadas en las revistas más “chic” del jet set mexicano. 

Por afanes de la mercadotecnia gubernamental, México ingresaba con pase automático a la lista de los países más exitosos del Primer Mundo. 

Desde su toma de posesión en el año 2018, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador puso en el centro de su programa y acción de gobierno el tema de la austeridad: reducción del gasto corriente respecto a salarios y prestaciones de altos funcionarios públicos de los poderes de la Unión y órganos autónomos; fin a los seguros privados a costa del presupuesto público; restricción al uso de escoltas, elementos de seguridad, secretarios particulares y asesores; limitación del uso de vehículos de propiedad del Estado al cumplimiento de fines de utilidad pública; eliminación de las pensiones de retiro a los ex presidentes. 

El sueño republicano del presidente se traducía en una política pública concreta que gozaba, obviamente, de una amplia simpatía popular

Dicen los clásicos del republicanismo, como Cicerón y Maquiavelo, que el bien común de una República (res publica) descansa no solamente en la creación de leyes e instituciones que eviten la personalización del poder del Estado, sino se requiere también que gobernantes y gobernados cultiven y compartan cierto ethos, es decir, ciertos valores y costumbres, entendidos como “virtudes cívicas”. 

Estos “hábitos del corazón”, señala Tocqueville en La democracia en América, son tan importantes para lograr la grandeza de una República democrática como lo son también la estructura institucional y jurídica. Dentro del catálogo republicano de virtudes cívicas destacan, entre otras, la igualdad, la fraternidad, la honestidad, el patriotismo y, por supuesto, la austeridad. 

Por eso cuando se habla de “austeridad” se le suele acompañar del adjetivo “republicana”, para destacar, precisamente, que la austeridad en una República (y no en una Monarquía) es, por definición, contraria a cualquier forma de lujo que practiquen tanto gobernantes como gobernados. La austeridad mexicana sí tiene adjetivos, presumía hacia el exterior el primer mandatario.

Sin embargo, el acierto inicial del gobierno de López Obrador pronto le ha abierto el camino a la crítica. Su política de austeridad comenzó a ser interpretada de dos maneras encontradas: como gobierno austero o como gasto público austero. No es lo mismo. 

Los defensores de AMLO han destacado que su política de austeridad republicana corresponde a un gobierno austero. Algunos de sus críticos, por su parte, han resaltado que su proyecto de austeridad, siguiendo al famoso economista Amartya Sen, se corresponde, en cambio, con una iniciativa proto neoliberal de gasto público austero. 

¿Cuál de las dos políticas de austeridad, republicana o proto neoliberal, ha implementado el gobierno de López Obrador en su año y medio de gobierno? Al respecto observo señales contradictorias. Si bien es cierto que su gobierno es austero, en el sentido republicano de la palabra. Y eso, en principio, y solo en principio, me parece correcto en medio del tradicional estilo faraónico de gobernar. 

Pero también lo es que la política de austeridad del titular del Ejecutivo se ha reflejado en significativos recortes ¿neoliberales? a diferentes rubros del gasto público: recortes del presupuesto a programas públicos (p.e., programa de presupuesto a brigadistas para combatir incendios); extinción de fideicomisos públicos (cine, recursos naturales o protección de personas defensoras de derechos humanos y periodistas); disminución de recursos a Centros Públicos de investigación del Conacyt (Instituto Mora, CIDE y otros), etcétera. 

A propósito de estos recortes, no pocos analistas han externado su preocupación de que la austeridad indiscriminada de la llamada Cuarta Transformación se ha traducido, en los hechos, no solamente en un gobierno austero, sino también, y, sobre todo, en un proceso de destrucción institucional, que se expresa en el desmantelamiento de algunas de las capacidades institucionales del Estado mexicano. ¿Paradojas del nuevo orden civil? 

Ahora bien, la discusión actual sobre el rumbo y orientación de la política de austeridad del gobierno lopez-obradorista ha tomado un nuevo rostro con el decreto presidencial del pasado 23 de abril, en plena emergencia de la pandemia, que propone eliminar hasta el 75 por ciento del presupuesto disponible de las partidas de servicios generales y materiales y suministros del gobierno federal. 

Si se confirma este decreto, cualquier cosa puede pasar en los días que corren: el gobierno federal de AMLO podría quedar prácticamente sin las uñas y dientes necesarios para cumplir no pocas de sus funciones sustantivas. ¿Estaremos acaso siendo testigos del tránsito de la austeridad republicana y proto neoliberal del gobierno federal hacia un modelo de austeridad franciscana sin límite alguno? 

No lo sé. Pero este asunto ameritaría otra entrega.

@ortiz_leroux

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