El infausto “memorándum” que pretendía abrogar la reforma educativa del sexenio pasado, ahora se ha convertido en un “documento de trabajo interno” del actual gobierno. ¡Qué tumbo! De presentar un documento fundacional de su presidencia en cadena nacional, se ha transformado en un “aporte” al debate sobre la educación.
Que, dicho sea de paso, ni siquiera es eso, porque no aporta nada nuevo al debate. Es más, es un documento carente de ideas pero repleto de afirmaciones que, como dijo José Ramón Cossío, “es autorreferente en cuanto a su autoridad”.
El primer tumbo es, por supuesto, el cambio al “propósito” del memorándum un día después. Desautoriza lo que autorizó. Pero el siguiente tumbo es la autodescalificación a sí mismo por ser la autoridad competente, como se dice en el mismo documento. Es de esperarse que alguien le hubiera dicho que era absurdamente ilegal lo que estaba haciendo y rayaba en lo dictatorial.
Pero los tumbos conforman la segunda naturaleza del gobierno. El subsecretario Herrera ha sido descalificado dos veces en público por el mismísimo presidente, cuando se refería a temas torales de políticas públicas. Anunció que se iba a postergar la construcción de la refinería Dos Bocas y el presidente lo negó tajantemente. Después el subsecretario habló de los beneficios que tendría el cobro de la tenencia vehicular federal, y el López Obrador lo desmintió en una mañanera, delante del propio subsecretario. Nadie pestañeó ni renunció.
La justificación oficial de la cancelación del proyecto del aeropuerto de Texcoco fue su “corrupción galopante”. Sin embargo, hace poco el secretario de Obras informó en sesión pública que no se había detectado corrupción en lo que llevaba la obra. El presidente desmintió al secretario al día siguiente en la mañanera y ratificó la acusación de corrupción.
El periodista Jorge Ramos encaró al gobernante en la mañanera acerca de la información oficial sobre la tasa de homicidios en México, mostrándole lo equivocado de sus datos. Por la tarde el gobierno trató, pero falló, de enmendar sus datos para acomodarlos a lo que había dicho el presidente erróneamente esa mañana.
A la mañana siguiente un periodista quiso atacar a Ramos, descalificándolo, hasta que se informó que ese “periodista” era, en realidad, empleado de un diputado de Morena. Llama la atención que se le diera la palabra, pues se restringe el acceso a las mañaneras a periodistas de medios acreditados.
Acto seguido, en la siguiente mañanera, se dieron datos sobre la creación de empleos formales, señalando que no se había tenido un incremento tan grande en 10 años. Una reportera mostró las inconsistencias de la información. Sus aseveraciones descubrieron un gobierno dispuesto a decir lo que fuere, mentiras incluidas, con tal de justificar su “diferencia” con el pasado.
Y después vino el famoso “memorándum”.
Con tantos tumbos, queda la duda. El memorándum era para: ¿mostrar el rostro dictatorial del régimen? o ¿mostrar su ignorancia? o ¿abrir el debate público? o ¿encubrir los tumbos anteriores con uno más grande?
@rpascoep