El nuevo contrincante de Marcelo

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Hugo López Gatell

Faltan poco más de 4 años para que termine el sexenio de Andrés Manuel López Obrador (aunque muchos de sus fieles lacayos siguen atacando a Felipe Calderón como si siguiera gobernando). Y las apuestas por quién podría sucederlo han comenzado a correr.

Aquí hay que hacer una pausa para recordar una cosa y señalar claramente otra.

Recordar que el sexenio de López Obrador no va a durar estrictamente seis años. Tomó posesión el 1 de diciembre de 2018 pero su periodo termina el 30 de agosto de 2024. Eso quiere decir que su sexenio sólo durará cinco años y nueve meses. De esos 69 meses han pasado ya 17 meses. Casi una cuarta parte de lo que habrá de durar.

Lo que hay que señalar es que nadie, ni dentro del gobierno y el movimiento lopezobradorista ni fuera de él, espera que la elección del candidato del partido oficial (Morena) se dé mediante un proceso de elección directa, democrática y libre. Más bien, todo lo contrario: parecieran todos listos a revivir la muy priista tradición del tapado y el dedazo, en la que el presidente en turno designaba al candidato del oficialismo que, de paso, era seguro ganador ante la ausencia de una oposición competitiva (y las herramientas legales y extralegales del Estado para garantizar la victoria del “ungido”).

Así se vivieron las sucesiones presidenciales desde la de Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho y, hasta, la de Carlos Salinas Ernesto Zedillo.

Ahora, ¿por qué comenzar desde ahora con el tema de la sucesión? Porque los tiempos políticos en México se están adelantando, debido a la crisis sanitaria del COVID-19 y a la económica que se viene encima. Debido a lo anterior, el sexenio de López Obrador ha caído en una dinámica particular: este año se habrá, prácticamente perdido en términos políticos y económicos. El que viene hay elecciones intermedias, en las que se renueva Cámara de Diputados y una docena de gubernaturas.

El que sigue (2022) será el de la plenitud del poder lopezobradoriano pero, por la profundidad de las crisis que ya mencionamos, es probable que no alcance ni a cosechar ni a disfrutar mucho de las mieles de su cuarto año de gobierno.

Para entonces, habrá comenzado la pelea ruda entre los aspirantes de su entorno a sucederlo. Es decir, entre Marcelo Ebrard, actual secretario de Relaciones Exteriores; Claudia Sheinbaum, la jefa de gobierno de la Ciudad de México y, claro, Ricardo Monreal, el coordinador de los senadores de Morena.

¿Alguién más? Pues sí, sí hay alguien más. 

El caballo negro de esta competencia política se llama Hugo López-Gatell. El epidemiólogo sensación que ha encabezado la estrategia contra el coronavirus SARS-COV2 que azota al mundo desde diciembre del año pasado.

La personalidad de “Guapel”, como ya se le conoce en los chats familiares, ha cautivado a tirios y troyanos. Su credibilidad, estilo y claridad es aplaudida en muchos ámbitos, desde académicos hasta familiares. Vaya, hasta la doctora Julieta Fierro, astrónoma mexicana de renombre internacional ha alabado su desempeño, a pesar de no ser gran fanática del gobierno de López Obrador.

Así, el popular epidemiólogo se ha colado, poco a poco en la memoria de la población. Esto lo posiciona como un aspirante natural a crecer en la vida política del país, aunque él ya haya rechazado cualquier aspiración en ese sentido. Pero cómo olvidar cuando Andrés Manuel, allá por el año 2003 insistía con vehemencia que lo diéramos por muerto en la carrera presidencial hacia el 2006.

Es difícil pensar que en la labor que se le encomendó al doctor Gatell algo pueda ser clasificado como que “salió bien”. Nada puede salir bien cuando tu trabajo se trata de contar muertos y enfermos todas las tardes, todos los días.

Pero a la macabra encomienda, López-Gatell le ha puesto buena cara y se ha convertido lo mismo en protagonista de portadas de revistas de sociales que de polémicas con el New York Times. De todas ha salido bien librado.

En los “cuartos de guerra” -si es que tienen- de Marcelo, Claudia y Ricardo deben de estar preocupado viendo cómo crece la popularidad del único personaje del gobierno que logra navegar entre la “fuerza moral” e imponer sus decisiones. 

López-Gatell tiene, cada día, más enemigos al interior de un gabinete anodino, gris y miedoso porque es de los pocos que se atreve a decirle que no al presidente y, de alguna manera, a quienes piensan que es mejor contar muertos por el coronavirus que por hambre.

Pero a todos y todas, el doctor Guapel los está rebasando por la izquierda y por la derecha.

Vienen tiempos de definiciones políticas. El gran elector, Andrés Manuel López Obrador tiene una nueva opción en su baraja. 

Ya veremos qué dice su dedito.

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