El PRIAN ha muerto; viva el PRIMOR

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En 1988 el PAN llegó con una posición radical frente al régimen, con un duro Manuel Clouthier como candidato. Se le habían arrebatado triunfos en Durango y en Chihuahua, poco antes. Durante el proceso electoral el PAN fue hombro con hombro con Cárdenas desafiando al régimen y alimentando el conflicto poselectoral.

Pero tras la elección de Salinas, el PAN decidió limar asperezas y entablar una alianza con el PRI, tanto para realizar una democratización pausada (el gradualismo) como para reconocer triunfos locales del blanquiazul (Baja California, Guanajuato, Chihuahua), y alinearse en un proyecto económico afín (el neoliberalismo).

Además, harían mancuerna para impedir la llegada de la izquierda, en ese momento encabezada por el PRD de Cuauhtémoc Cárdenas. Se estableció así lo que se llamó la Concertacesión, que más tarde López Obrador identificó como el PRIAN; una simplificación retóricamente eficaz, pero con algún fundamento real. 

Y en efecto, hubo coincidencia ideológica, si bien había también rivalidad. Así, el PAN no respaldó un proyecto energético de Ernesto Zedillo. Y con Vicente Fox, el PRI decidió no apoyarlo en sus reformas estructurales, con vistas a regresar al poder. Tampoco respaldó la reforma energética de Felipe Calderón. Bajo Peña Nieto, el PAN decidió respaldarlo en algunas reformas estructurales.

En elecciones presidenciales, PRI y PAN fueron cada uno por su lado, pero había una especie de entendimiento para cerrar filas (informalmente) por quien se ubicara en segundo lugar. 

Pero a nivel estatal la dinámica era otra; PAN y PRD fueron muchas veces juntos (la primera, en 1991 en San Luis Potosí). En varias ocasiones lograron derrotar al PRI. Lo del PRIAN no era tan automático, pero discursiva y políticamente fue muy eficaz. En 2018, algo falló. El pleito entre el PRI y el PAN por espacios electorales (primero en 2016 pero sobre todo en 2017) fracturó la alianza de manera brutal, así como el pésimo cálculo del PRI de que de verdad podía ganar en 2018.

Se dedicaron a aniquilarse mutuamente, yendo sus respectivas clientelas a las arcas de López Obrador (en 2016, había empate técnico entre PAN y Morena; a fines de 2017 la ventaja no era superior a 10; este año terminó con 30 de distancia). 

Ese pleito, el desplome del PRI y el enorme crecimiento de Morena auguran que el PRIAN habrá llegado a su fin (tanto los acuerdos reales como la parte mítica). Los morenistas no acababan de creer que el pleito era real; el PRIAN eran dos partidos en una misma mafia; imposible que se pelearan en la realidad.

Se habla ahora de que en lugar del PRIAN surgirá el PRI-Mor(ena). ¿Es sólo discurso demagógico, o algo habrá de real en lo que viene? Se calcula que muchos sectores, militantes y legisladores del PRI irán a dar a lo que será (al menos por ahora) el nuevo partido dominante, si ahí les abren la puerta (como hasta ahora ha sido). 

Yeidkol Polevnsky (una de los dos líderes formales de Morena) recién declaró que su partido abre las puertas a priístas arrepentidos para incluso ocupar candidaturas. Y empezó ya ese éxodo. Todo indica también que quienes queden en el PRI probablemente decidirán trabajar cercanamente a Morena, pues no tendrá mucho sentido hacerlo ya con el PAN, también sumamente debilitado.

Y probablemente, los tecnócratas perderán el control y quizá abandonen el PRI (como muchos hicieron en 2000). ¿Para qué orbitar alrededor de la oposición si puedes hacerlo con el nuevo partido de gobierno? 

De ser así, contribuirá el PRI a darle a AMLO la mayoría calificada en el Congreso. Pero el riesgo para el tricolor es que lejos de ser un socio equitativo del PRIMOR, podrá terminar siendo un partido paraestatal de Morena, una especie de nuevo PPS, o incluso semejante a lo que ha sido el desprestigiado Partido Verde. Y desde esa modesta posición contribuirá con López Obrador a impulsar su proyecto de gobierno.

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