El Vaticano homosexual

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Entre sacerdotes, obispos y cardenales…

Cuenta una leyenda familiar que mi pobre abuela me llevó a escondidas a la iglesia y me hizo bautizar en secreto. “Le quité los cuernos al niño”, le dijo a mi mamá. Salvo ese oculto ritual, mi vida transcurrió lejos de Dios: nunca aprendí a rezar ni hice la primera comunión. Hijo de comunistas, me explicaron el mundo no como el invento de un Creador sino como una sucesión de movimientos: de la Tierra alrededor del sol, del mono hacia el hombre, y de los trabajadores hacia su liberación. Sus héroes no eran Yavé sino don Quijote, Emiliano Zapata en lugar de Jesús.

A los 22 años me inicié como periodista. Me reclutó el diario Reforma y me asignó la cobertura de los asuntos religiosos, en especial de la Iglesia católica. Fue una revelación deslumbrante. Todo era nuevo para mí: desde la fe de los peregrinos que pedaleaban hacia la Basílica de Guadalupe hasta las historias de los clérigos. Los había de todo: valientes defensores de derechos humanos y astutos capellanes de ricos y poderosos, que me contaban sus pactos secretos con los dueños del país.

Aun después de dejar el diario continué escribiendo sobre la Iglesia. Había un tema que se asomaba, a veces insinuado, a veces con lujo de detalles: la homosexualidad entre sacerdotes, obispos y cardenales. Llegó un momento que empecé a preguntar entre curas: ¿cuántos sacerdotes mexicanos son gays? Los moderados decían que 50 por ciento; los audaces, que 70. Quise escribir un libro, aunque fuera un reportaje al respecto. Coleccioné testimonios: me contaron de auténticas fiestas gays en iglesias, de obispos-cazadores de homosexuales que eran en privado “señoras duquesas”, de concubinatos entre sacerdotes que duraban décadas, de rectores de seminarios que noviaban con sus seminaristas y más. “No es el momento todavía”, me pidió un sacerdote que se recuperaba del alcoholismo tras el dolor de ser homosexual y homofóbico. Esa frase, pronunciada con amargura, me hizo enfriar el proyecto, lo dejé pendiente y pasaron los años…

El periodista francés Frédéric Martel tuvo la misma idea pero a una escala superior, y él sí escribió el libro: se propuso describir la homosexualidad en la Santa Sede en el libro Sodoma, poder y escándalo en el Vaticano (Roca editorial, de próxima aparición en español). Lo sustentó con entrevistas a 41 cardenales, 52 obispos y monseñores, 45 nuncios y diplomáticos de alto rango, 11 guardias suizos y más de 200 sacerdotes y seminaristas en 30 países. Su conclusión es demoledora: “Este libro no trata de la Iglesia en su conjunto, sino de un tipo muy especial de la comunidad gay, cuenta la historia del componente mayoritario del colegio cardenalicio y el Vaticano”.

Martel no es un inquisidor. Sodoma renuncia a sacar del clóset a cardenales y obispos: “Quede bien claro que para mí un cura o un cardenal no debe avergonzarse de ser homosexual; al contrario, creo que debería ser una condición social como cualquier otra. Pero es necesario poner al desnudo un sistema basado —desde los seminarios más pequeños hasta el colegio cardenalicio— en la doble vida homosexual y en la homofobia más ostentosa” (p. 13). La palabra clave es sistema. Un sistema basado en la omertà (el pacto de silencio), donde cada quien cuida su clóset pero todos se lanzan a condenar a los homosexuales. Entre más homofóbica sea su Eminencia el Cardenal Zutano, más probable es que pertenezca “a la parroquia”, la palabra secreta para nombrar a los prelados gays. El sistema significa una cruzada antigay librada por por gays de clóset.

El libro de 600 páginas —adelantado en exclusiva a esta columna— cuenta las peripecias de Martel en su investigación. Hábil reportero, consiguió vivir meses en el Vaticano. Entró a las casas de cardenales y pasó noches entre los prostitutos de la estación de Roma Termini para conversar con los preferidos de los prelados. Acumuló anécdotas sobre las técnicas de seducción de cardenales, los gustos sadomasoquistas de algunos, la preferencia por los árabes de otros, los apodos de locas de unos más. Varias veces “le echaron los perros”. Estos cuadros de costumbres alternan con revelaciones de importancia histórica, como la hipótesis de que Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, haya canalizado fondos al sindicato Solidaridad de Polonia. Sodoma: un estudio sobre la homosexualidad que es a la vez un ensayo sociológico y un libro de aventuras.

Sodoma es, también, un acto de fe en Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, quien no es homosexual a diferencia de cuatro de sus predecesores, siempre según Martel. Cuenta Martel que, apenas lo eligieron Santo Padre, Bergoglio dijo: “se acabó el carnaval”. El celibato sacerdotal —le dicen a Martel los cercanos a Francisco— convirtió a la Iglesia en sociológicamente homosexual y secretista. “Francisco sabe que las posiciones de la Iglesia deben evolucionar, y que para lograrlo tiene que entablar una lucha sin cuartel contra los que utilizan la moral sexual y la homofobia para ocultar su hipocresía y su doble vida”. Pero sus adversarios son mayoritarios y poderosos. De modo que Francisco, dice Martel, vive en Sodoma. No es que esté “entre lobos” —como escribió el vaticanista Marco Politi— sino “entre las Locas”.

Lanzado simultáneamente en 20 países y siete idiomas, el libro de Frédéric Martel es una bomba dirigida al corazón de la Iglesia. Su onda expansiva alcanzará varios países, México entre ellos y, creo, ayudará a la causa de la liberación gay, aun de aquellos gays que, en nombre de Dios, se han convertido en los más despiadados cazadores de homosexuales.

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