Un hongo nuclear. De ese tamaño fue el desastre en Chernobyl. Era el 26 de abril de 1986 y las autoridades soviéticas tenían, tuvieron y han tenido desde entonces otros datos.
¿Muertos? No más de 40. ¿Culpables? Tres burócratas negligentes. ¿Consecuencias? Indefinidas. La realidad supera por mucho los datos oficiales.
La serie de HBO y Sky que rompió récords de audiencia, en su capítulo final, plantea una hipótesis que no cayó nada bien en Moscú, la capital de la Rusia de Vladimir Putin: errores en la manufactura de componentes de la planta, negligencia, mala planeación, prepotencia y ambición, fueron los ingredientes iniciales de la tragedia que provocó la explosión en el reactor 4 de la planta de energía nuclear más grande de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Pero todo se mezcló con soberbia, opacidad, lentitud y mentiras. Eso dice HBO y eso niega el gobierno ruso de Putin, que ya ha prometido una serie de manufactura local para responder a la versión occidental.
Lo cierto es que, en el Partido Comunista de la URSS siempre tuvieron otros datos. Y ojalá eso fuera exclusivo de ese régimen. En general, los gobiernos del mundo tienen información que le ocultan, maquillan o niegan a sus ciudadanos. Es el sello de la casa. Y México no es la excepción.
El problema es que, el nivel de rechazo a la realidad afecta siempre directamente a los resultados de los gobiernos. A mayor negación, mayor desastre. Pregúntenle a Nixon. O al gobierno de la Alemania mal llamada Democrática que no se dio cuenta que le estaban tirando un muro. O, más recientemente, a la Inglaterra que aprobó una cosa llamada Brexit sin saber exactamente qué estaba aprobando.
En un mundo hiperinformado, la desinformación parece la norma.
Por eso no extraña que cada día, en México, el gobierno diga una cosa cuando parece estar sucediendo otra. ¿Inseguridad? “Yo tengo otros datos”. ¿Recesión? “Vamos bien”. ¿Corrupción? “Nosotros no hacemos eso”. ¿Despidos arbitrarios? “Sanjuana es incapaz”. El gobierno de México que se asume como el de una supuesta cuarta transformación siempre tiene otros datos.
Lo malo es que ese pleito entre la realidad y los datos suele tener consecuencias graves. De vidas, muchas veces.
Un reporte de la Organización Mundial de la Salud estima que “el número total de defunciones ya atribuidas a Chernobyl, más las muertes de trabajadores de servicios de emergencia y residentes de las zonas más contaminadas que se producirán en el futuro como consecuencia del accidente, se estima en 4,000, aproximadamente”.
Lejos, muy lejos de los alrededor de 40 de las cifras oficiales soviéticas.
Al cumplirse 20 años de la tragedia, en 2006, Mijail Gorbachov, quien fuera el líder del Partido Comunista Soviético y de la entonces URSS, cuando ocurrió el incidente, escribió un histórico artículo en el que inicia diciendo: “El accidente nuclear en Chernobyl, del que este mes se cumplen 20 años, fue tal vez —incluso más que la perestroika— la verdadera causa del colapso de la Unión Soviética.”
Tuvieron que pasar 20 años para aceptar la gravedad del problema. 20 años para confesar que sus datos, esos datos, los otros datos, causaron la extinción de uno de los regímenes más poderosos del Siglo XX. Gorbachov asegura que “la verdad es que no teníamos nada que esconder; sencillamente, carecimos de información durante un día y medio.”
El líder de una de las potencias más grandes del Siglo XX no tuvo información correcta durante 36 horas, mientras ocurría una de las peores tragedias nucleares de la historia.
Gorbachov tenía otros datos.
Y nuestro presidente, también tiene otros datos.
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