En realidad, no es tan grave

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En su cuento “Remembering Needleman”, Woody Allen narra las extravagancias del personaje del título. Entre ellas, cuenta que una noche, al asomarse por el palco en la ópera, cayó sobre el foso de la orquesta. “Demasiado orgulloso como para admitir su error, asistió a la ópera todas las noches durante un mes y repitió la caída en cada ocasión. En poco tiempo, desarrolló una ligera conmoción cerebral. Señalé que ya podía dejar de lanzarse, pues su punto había quedado claro. Contestó: ‘No, unas cuantas veces más. En realidad, no es tan grave’”.

Las recientes declaraciones de López Obrador sobre la fundación de México me hicieron pensar en el señor Needleman. El domingo pasado afirmó que México se había fundado hace 10 mil años. No es secreto que México existe como país desde su independencia con respecto a España, hace casi 200 años. Si, para ayudar al presidente, entendemos la “fundación de México” como una metáfora de la existencia de una civilización, tendremos que remontarnos a la olmeca, establecida hace unos 3 mil 500 años. Si viajamos más atrás en el tiempo, hace unos 7 mil  años comienza a registrarse la agricultura. Entonces, la “fundación” de México sólo puede significar la existencia de seres humanos en el territorio.

Algún reportero quiso salir de dudas y le preguntó sobre el punto al día siguiente. La respuesta fue, básicamente, el señor Needleman lanzándose deliberadamente desde su palco: “¿Desde cuándo se conoce que existe el hombre en América? Pues desde hace alrededor de 5 mil, 10 mil millones de años”. Es decir que América está poblada antes de que existiera el planeta tierra. No sólo no se retractó, sino que llevó el error a lo demencial.

El dato en sí mismo es trivial. Aunque el presidente y su esposa a veces parecen tomarse muy en serio como historiadores, dudo que el incidente desate debates y coloquios que cambien la historiografía del país y la forma en que entendemos los orígenes remotísimos de la nación. Pero la anécdota ilustra claramente, por extrema, la forma en que López Obrador responde de manera sistemática ante la fuerza de la realidad.

En campaña hizo una propuesta a la que pocos prestaron atención, y quienes lo hicieron no la tomaron en serio: cancelar el NAIM. Las advertencias sobre la absoluta ineficiencia del proyecto bastaron para convencerlo de proceder con él. En el mismo sentido, López Obrador tiene un plan de combate a la pobreza que requiere de grandes recursos.

La planeación y la implementación son evidentemente deficientes, pues no se cuenta con la infraestructura para llevarlo a cabo, ni una estimación apropiada de sus costos, ni una idea clara de quienes son los beneficiarios. Pero en vez de planificar adecuadamente, se ha procedido con recortes mayúsculos para financiar un plan inexistente.

Por lo pronto, se registran problemas de personal y abasto de medicinas en el sector salud y millones de familias dejaron de recibir el subsidio que otorgaba Prospera. Los efectos de esta forma de tomar de decisiones no son inmediatos, y si se corrige el rumbo algunos podrían ser revertidos. Pero ya sabemos lo que piensa el presidente de los costos de persistir en su error: “En realidad, no es tan grave”.

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