¡Es el patriarcado, estúpide!

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Bien podríamos las mexicanas apropiarnos de la expresión liberal de los años noventa (It’s Economy, stupid!) que llevaría a Bill Clinton al poder y que pondría la economía al centro de la discusión política. Pero, en nuestro caso, lo que debería estar en el núcleo del análisis político actual es el patriarcado. 

“Otra feminista”, dirán, y sí, qué se le va a hacer. Mientras casi 20% de los hombres en México piensen que las mujeres son violadas porque lo provocan (ENADIS, 2017); mientras se siga asesinando a más de siete mujeres al día (ONU-Mujeres, 2016) por el solo hecho de ser mujeres; mientras 7 de cada 12 asesinatos de mujeres en América Latina sigan ocurriendo en México, el patriarcado es el que debe estar en el banquillo de los acusados.

La diferencia entre patriarcado y machismo

Aunque primos hermanos, estos dos conceptos deben ser entendidos y tratados por separado para no correr el riesgo de ser confundidos. El mejor ejemplo que se me ocurre para ilustrar la diferencia entre ambos es con la expresión “No todos los hombres”.

Al denunciarse los abusos físicos, emocionales, económicos y sexuales contra las mujeres, al evidenciarse la violencia de género, una posible y bastante usual respuesta (en boca tanto de hombres como de mujeres, aunque en menor medida) es: “no todos los hombres”.

Y esto es porque, en efecto, no todos los hombres son violadores, golpeadores, abusivos ni suscriben la creencia de que son superiores a las mujeres (en muchos o todos los ámbitos de la vida); ni tampoco la violencia de género proviene solamente de los hombres. Así que quien usa el argumento de “no todos los hombres” en realidad está aseverando que no todas las personas son machistas, aunque ya no aclara que sí, todas, estamos insertas en un sistema patriarcal.

El patriarcado es una construcción social e histórica que ya describí aquí, y que ha asignado roles tanto a hombres como a mujeres. Roles que se han incrustado en la médula de la vida social y que han determinado los destinos humanos. Habría que preguntarse con mayor seriedad hasta qué punto el hombre no ha sido también oprimido por su condición de género, porque se lo considera un instrumento para la guerra debido a su “naturaleza” violenta.

Cabría considerar, por ejemplo, que así como las niñas son usadas para la trata sexual, los niños son enrolados en ejércitos, sicariatos y guerrillas que los desechan y los reemplazan con la misma indiferencia con que se ha tratado a las mujeres. Se espera que una mujer se conciba y se comporte como un objeto sexual, y luego se la llama puta; y se espera de un hombre violencia y fuerza física, y luego se lo llama bárbaro.

Se ha logrado tipificar el feminicidio como delito, pero aún no se ha ido a la raíz del uso y abuso de la fuerza física masculina. Ésta sigue siendo para muchos y muchas “natural”.

El hombre es socialmente visto como una máquina bélica (y una máquina sexual) y no como una herramienta del propio sistema que lo pone a violar y matar (y ser matado).

Miles de hombres mueren en las calles, y de forma muy violenta, y eso es socialmente aceptable (“porque así son los hombres”). Esta lógica de opresión, explotación y sometimiento, que usa a hombres y mujeres para sus fines, es heteropatriarcal y –en efecto– empodera el rol masculino (como quien carga una pistola de balas) para el control político, a la vez que invisibiliza las acciones y el punto de vista femeninos.

Visto así, los hombres han sido las balas del cañón heteropatriarcal lanzadas contra otros hombres, mujeres, niños y niñas. La violencia de género siempre ha tenido la función social de oprimir a hombres y mujeres por igual.

Obsérvese por ejemplo la siguiente gráfica.

Fuente: La violencia feminicida en México, aproximaciones y tendencias, 1985-2016. Segob-Inmujeres / ONU Mujeres. 2017. Elaboración propia.

Lo primero que se observa es el aumento drástico –alarmante– de lesiones a mujeres en un contexto de violencia familiar (barras azules). Las lesiones por violencia no familiar en hombres es el segundo dato que brinca (barras moradas), aunque ésta ha evolucionado con mayor estabilidad. En todos los casos, violencias familiar y no familiar, tanto en hombres como mujeres, han crecido y confirman los roles asignados a cada género.

Es evidente, entonces, que iniciativas como la de imponer un toque de queda a las mujeres, para reducir la violencia contra éstas, es absurdo. Nótese en este segundo gráfico cómo se distribuye la violencia familiar / no familiar, por tipo de violencia hacia las mujeres.

Fuente: La violencia feminicida en México, aproximaciones y tendencias, 1985-2016. Segob-Inmujeres / ONU Mujeres. 2017. Elaboración propia.

Considerar que las mujeres se están exponiendo a mayores peligros por “salir a divertirse”, “andar solas y de noche” o por “no cubrirse” es otra expresión del orden patriarcal. La gráfica comprueba que las mujeres están más expuestas a todos los tipos de violencia en el seno familiar (en el sentido extenso: también son agredidas por familia extensa y/o parejas) que al exterior de éste. Los argumentos para mantenerlas en casa son poco razonables, irracionales y por tanto opresivos. La violencia psicológica (el miedo, la denigración, las amenazas) y la violencia económica juegan un papel central en el mantenimiento del orden social actual.

Ahora bien, salir a la calle tampoco es fácil. La impunidad de la que gozan los delitos más graves (asesinato, tortura, secuestro y, en el caso de las mujeres, agresión sexual y violación) ha mermado a la sociedad en su conjunto y puesto en evidencia las brechas de desigualdad económica, de género, edad, origen étnico, que prevalecen en México. En la intersección de la ineficacia del Estado y la indolencia social, las más desprotegidas son las mujeres jóvenes (menores de 40 años), con una alarmante tendencia hacia ser cada vez más jóvenes, en prácticamente todas las entidades federativas. El acoso en el transporte y lugares públicos está apenas siendo visibilizado, gracias a la constante denuncia de colectivos femeninos, y lo que muestran es pavoroso.

No he hablado de la violencia contra las mujeres trans, ellas viven un patriarcado tan más endurecido y agresivo que requieren un artículo, en una próxima entrega, aparte. Por lo pronto queda asentada la gravedad de la violencia de género que vivimos en México. Es una violencia que empieza en los hogares y se desparrama en las escuelas, las universidades, los lugares de trabajo, el transporte, la calle; una que se expresa bajo la forma de insultos, piropos y caricias no solicitadas, suspicacia, celos, infantilización y victimización también. No se necesita ser machista para vivir y convivir en una sociedad patriarcal y feminicida; y no se necesita ser mujer y haber sido acosada para entender lo que aquí se expone. Así que si viene alguien a decirle que la causa de los feminicidios es la desintegración familiar y los divorcios: no, no señor. Es el patriarcado.

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