Hachas, bisturís, y política: El problema con la corrupción

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Hace unos días regresó un buen amigo de Francia y aprovechamos para ponernos al día. Inevitablemente terminamos hablando de la 4T. Discutíamos la forma tan arrogante con la que muchos de los funcionarios (de todos los niveles) arribaron a sus nuevos puestos, dieron por hecho que quien antes ocupaba sus cargos necesariamente era corrupto y, por ende, les maltrataron al momento de hacer el cierre de gestión y el paso de estafeta.

Ahí mi amigo mencionó: no se dan cuenta que van a tener que seguir trabajando con muchos de ellos. Es como la Alemania nazi. Si bien en 1945 Hitler ya había muerto y la plana mayor del nazismo había dejado sus cargos; el Estado se había construido bajo la lógica nazi en los últimos 12 años, los mandos medios y toda la burocracia seguía ahí. Y con ellos se tuvo que reconstruir otro tipo de Estado.

Recordé la investigación que ahora estoy haciendo sobre impunidad. La impunidad se gesta desde arriba y desde abajo. Desde arriba, cuando las redes de macrocriminalidad -integradas por políticos, empresarios y criminales- capturan a los órganos de justicia. En la medida que hay políticos en la red, hay también una demanda explícita de impunidad. Aquellos que pertenezcan a la red, saben que pueden hacer actos de corrupción, desaparecer personas, matar, extorsionar en completa impunidad, porque pertenecen a la red.

Pero también hay impunidad que se gesta desde abajo, en los burócratas y los servidores públicos. Cualquier estudioso de los sistemas de seguridad y de justicia sabe que esas instituciones tienen toda una lógica organizacional cuyo principal objetivo es otorgar ganancias para los operadores del sistema: el policía que pide un soborno en la calle, el MP que pide uno para realizar una denuncia, o para acelerar una investigación, el custodio que pide otro para dejar que una persona vea a su familiar en un centro de reclusión. Esos sistemas no están hechos para impartir justicia, sino para obtener ganancias para esos burócratas y servidores públicos.

El mismo problema se tiene con los actos de corrupción que se materializan en licitaciones amañadas. Sabemos que el nivel de corrupción en las licitaciones es monumental, pero la sensación que comienza a gestarse es que prácticamente todas las licitaciones eran adquiridas por medio de sobornos. Lo mismo si eran para tornillos que para plataformas petroleras, para medicinas que para bultos de cemento.

¿Este fenómeno es nuevo? Para nada. ¿Se acuerdan del toalla-gate del expresidente Vicente Fox? Lo llamativo de ese caso no era sólo la compra de productos suntuosos para la residencia de Los Pinos con cargo al erario, sino que en todos ellos se pagaban sobre precios, y en algunos casos se duplicaba el valor que los bienes licitados tenían en el mercado. Con el paso de los días en ese lejano junio del 2001, se supo que los sobrecostos aparecían en todos los rubros, incluyendo la comida; y que la empresa que había ganado algunas de esas licitaciones era una empresa fantasma. ¿Les suena familiar?

Los bienes y servicios comprados por medio de actos de corrupción a través de licitaciones amañadas aumentan su precio porque ahí se carga el pago del soborno, que puede ser tan grande como la Casa Blanca de Enrique Peña Nieto. En el mejor de los casos, sólo se paga más por bienes o servicios licitados con corrupción. La situación puede ser mucho peor y esos bienes o servicios pueden ni siquiera ser entregados, como parece que sucedió con las empresas fantasma de Javier Duarte.

Esas licitaciones amañadas pueden ser coordinadas desde arriba, por medio de redes de macrocriminalidad que involucren incluso a gobernadores, secretarios generales de partidos, secretarios de gabinete, expresidentes, como en la red del gobernador César Duarte en Chihuahua, las empresas fantasma en Veracruz, o la Estafa Maestra en el gobierno de Enrique Peña Nieto. Mucho del desvío de ese dinero probablemente se usará como ingreso ilegal en las elecciones.

Pero también puede suceder que esos actos de corrupción se den por medio de licitaciones amañadas por mandos medios y bajos del gobierno. Esos que no compiten en las elecciones, y que se quedan independientemente de los gobiernos electos, como sucede con la corrupción desde abajo en los sistemas de justicia para generar impunidad, como parece haber sucedido al novato expresidente Vicente Fox cuando ordenó transparentar todos los gastos realizados por Los Pinos sin tener ni la menor idea de lo que iba a encontrar.

Seguramente por ahí va uno de los principales temores del actual presidente Andrés Manuel López Obrador, quién tiene como principal bandera el combate a la corrupción: la noticia a 8 columnas donde se documente una licitación federal amañada y sobre precios producto de algún soborno.

Es importante tener en cuenta que se trata de dos problemas que requieren dos tipos de soluciones: combate a las licitaciones amañadas desde arriba; y desde abajo. En las primeras puede entenderse el uso del hacha como herramienta de política pública. Con el hacha se realiza el cambio de los mandos más altos para saber (o al menos intentar) que la corrupción no se cocine en los despachos de los secretarios, subsecretarios o directores generales; u otras medidas como mayores controles en el proceso de gasto.

Pero como Vicente Fox ya nos lo enseñó, ningún presidente está exento de que los mandos medios y bajos realicen licitaciones amañadas. Aquí es donde se necesita el bisturí, y este es el trabajo más complicado y de más largo plazo: cambiar la cultura organizacional de los servidores públicos -y de buena parte de la clase política- que está sustentada en la corrupción, en el “aprovecha ahora que hay”, o en el “yo no pido que me den, nomás pónganme donde hay”. La herramienta del bisturí está en manos de los secretarios y subsecretarios, son ellos quienes tendrían que cuidar quién y cómo se realizan las licitaciones al interior de sus dependencias.

El problema es que parece que se estuviera usando especialmente el hacha, mientras se deja poco (o nulo) espacio para que las y los secretarios puedan utilizar el bisturí. En este marco debe leerse la renuncia de Germán Martínez al IMSS.

La estructura burocrática nazi tuvo sólo 12 años de conformación, de 1933 a 1945. La estructura burocrática sustentada en la corrupción en México tiene décadas. Nadie duda que la estructura alemana cambió… ¿Hay esperanza?

@LDVazquezV

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