Juanito y la economía moral

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En su próximo libro, Andrés Manuel López Obrador explicará las motivaciones y objetivos de sus decisiones en materia económica. Su título, “economía moral”, es de altos vuelos. 

Remite a un conjunto de valores compartidos en ciertas comunidades alrededor del derecho a la subsistencia, y que fundamenta la confrontación colectiva contra terratenientes explotadores o agencias del Estado. El libro podría ser un testimonio sobre lo que ocurre cuando los grupos oprimidos llevan a uno de los suyos al poder, con el mandato de hacer lo necesario para garantizar para ellos el mencionado derecho a la subsistencia.

Pero mi impresión es que AMLO se refiere a algo más simple: si las acciones en sí mismas son correctas en su sentido moral. Un ejemplo. En 2009, cuando el Tribunal Electoral le retiró a Clara Brugada la candidatura del PRD por la Jefatura Delegacional de Iztapalapa, AMLO instruyó al electorado a votar por el candidato del PT, Rafael Acosta (“Juanito”), quien, tras obtener el triunfo tendría que renunciar para dar el lugar a Brugada. 

Juanito se negó a cumplir su parte del trato, y durante algunos meses fue un dolor de cabeza para la facción de López Obrador. Cuando se le preguntó sobre la conveniencia del pacto con Juanito, a la luz de los resultados, AMLO contestó: “No me equivoqué, era lo que teníamos que hacer ante la injusticia que cometió el Tribunal… de quitarle la candidatura a Clara Brugada”.

Parece ser que el presidente utiliza criterios similares en decisiones de trascendencia para la economía nacional. La más notable es la relativa al NAIMcancelado debido a la supuesta corrupción del proyecto, sin atender a las consecuencias de esta decisión sobre el clima de seguridad de las inversiones, y por lo tanto en el bienestar de la población en general; las consecuencias apenas las estamos comenzando a sentir.

De hecho, cuando es cuestionado sobre los grupos o personas afectadas por sus políticas, López Obrador responde cada vez más aludiendo a su estado psicológico: “tengo la conciencia tranquila”. No es poca cosa que el presidente pueda afirmar, de manera creíble, que su conciencia pesa más en sus decisiones que la mucha ventaja personal que podría sacar de su cargo. 

Es rebatible, no obstante, que seguir a la propia conciencia sea el único comportamiento moralmente aceptable, o el más apropiado cuando se ejerce la política. Sobre este punto, el sociólogo Max Weber hizo una célebre distinción entre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad”. López Obrador responde a la primera, y eso es lo que mantiene su conciencia tranquila. Quien responde a la ética de la responsabilidad, en cambio, toma en cuenta las consecuencias de sus acciones “y no se siente en situación de descargar sobre otros aquellas consecuencias de su acción que pudo prever”.

No extraña, entonces, el desprecio de AMLO y su equipo hacia la técnica, que es el uso del conocimiento para anticipar consecuencias. Su ética es indiferente a tales consideraciones. 

Se puede ver en Urzúa a un representante en el gabinete de la ética de la responsabilidad. Tras su salida, es claro que el presidente y su grupo cerrado son propensos a confundir esta ética con neoliberalismo.

Así, cabe esperar que en su libro AMLO presente una larga discusión sobre el bien y el mal, tal vez nos presuma el reposo que obtiene con el sueño de los justos. Veremos poco, no obstante, de la dificultad de balancear sus convicciones con la preocupación por las consecuencias de sus actos. 

Es decir, el balance que Weber llamó “vocación política”, y que nuestro presidente no ha mostrado aún.+

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