La advertencia

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AMLO y su idea simple del mundo…

Apuntes:

López Obrador comía en cualquier fondita a pie de carretera. En un pueblito de Hidalgo —ya no recuerdo cuál— me invitó a sentarme a su mesa. Quién eres, qué estudiaste, cómo entraste a trabajar a ese periódico. Le intrigaba que un muchacho de 24 años cubriera su campaña.

Pero era también un acto de empatía. Apenas supo que estudiaba Letras (en mis ratos libres), me contó su reciente amistad con García Márquez. La escena se repitió en otras fonditas durante 2005 y principios de 2006. El hombre que sería presidente intentaba ganarse al joven que enviaba notas a la redacción de Reforma.

En Michoacán se acabó la amistad. En un estado perredista las plazas estaban a la mitad. Lo publiqué. En un restaurante, Lázaro Cárdenas —el gobernador— aceptó preguntas de la prensa: ¿Por qué no están llenas las plazas?, le pregunté al mandatario local. Cárdenas estaba a punto de responder cuando Obrador lo interrumpió: “eso no es cierto, eso lo dice Reforma”.

Después la molestia fue contra el periódico, que publicó una encuesta donde Calderón estaba en empate técnico. “Están arregladas en Los Pinos”. Sus propias encuestas, afirmaba, lo ponían 10 puntos arriba. Se las pedimos pero nunca las mostró.

Luego vendría la cerradísima victoria de Calderón, las marchas, la toma del Paseo de la Reforma y el plantón frente al Palacio Nacional. López Obrador volvió a recorrer el país. Lo volví a cubrir algunas veces como presidente legítimo (ostentaba ese título, que le había dado una asamblea en el Zócalo).

Recuerdo una en Tlaxcala. Me apuntó con su dedo desde el templete: “ahí está Reforma, el boletín del PAN, el boletín de la derecha…” La gente empezó a rodearme, enojada, y yo me hice a un lado.

Escenas similares ocurrieron con reporteros de diversos medios en varias partes del país. Cuando menos en una ocasión terminó en una golpiza a un periodista.

López Obrador posee una idea simple del mundo: lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. Por eso su retórica es tan eficaz: el mal del neoliberalismo contra la bondad de su proyecto. La mafia del poder contra nuestro movimiento. Los fifís contra el pueblo sabio. Son historias fáciles de entender como el cine de Hollywood. La política, sin embargo, es el reino de los matices.

Gobernar, más que dictar comunicados, implica agregar intereses. Entrar al resbaloso terreno de la relatividad; estar dispuesto a la deliberación. Pero la deliberación no es su fuerte. Las reuniones de gabinete —según las crónicas de prensa— son monólogos. No tenemos noticia de discusiones o debates internos. El presidente les llama la atención, los apura, les truena los dedos.

Lo mismo pasa en la arena pública: si el Congreso o la CNTE no están de acuerdo con una decisión, responde con un “memorándum”. López Obrador habla con la convicción del líder: tras varias vueltas por el país sabe lo que es bueno para México: transferencias bancarias, megaproyectos, militarización.

Si una comunidad se opone a un megaproyecto, es porque son conservadores. A los cuestionamientos del zapatismo sobre el Tren Maya, la respuesta es el silencio. “Me están cucando”, dice, como si oposición y provocación fueran sinónimos.

López Obrador sigue siendo el político terrenal que detiene su camioneta en una fondita a pie de carretera. Pero ahora habla desde el Palacio Nacional: “Y si ustedes [los periodistas] se pasan, ya saben lo que les sucede”, dijo en una reciente conferencia matutina: un amargo recordatorio de que el periodismo se hace al margen y, a veces, a pesar del poder.

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