La Cuarta ¿Frustración?

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Los tres costales del pasado que cargará AMLO.

En unos días, López Obrador recibirá un país ensangrentado, empobrecido e indignado. En estos cinco meses de espera el gobierno entrante ha esculpido su propia estatua de bronce. La historia, nos dicen, se escribe por adelantado, y en los anales de la gloria patria ha quedado plasmada la Cuarta Transformación aun antes siquiera de empezar.

La epopeya prometida, sin embargo, está lastrada con tres pesados costales del pasado. El primer costal: los mafiosos del poder, los fifís y camajanes, se han tornado los aliados más valiosos. Son los nuevos consejeros del gobierno. El usurero de Banco Azteca (Salinas Pliego), los que inundaron el país con pésimos contenidos televisivos (Azcárraga, Vázquez Aldir), el banquero que controla el 40 por ciento de la deuda pública de estados y municipios (Carlos Hank González a través de Banorte). Ellos y otros como ellos, los grandes beneficiarios del status quo, serán los consejeros del presidente.

El segundo, la militarización: en campaña López Obrador fue claro: los militares regresarán a los cuarteles en seis meses. Ha cambiado de opinión. El ejército asumirá el mando de la seguridad pública a través de la Guardia Nacional. Y eso simplemente está mal: las botas militares en las calles nunca serán una opción democrática ni progresista. La opción democrática de la seguridad tiene que ver con cuerpos policiacos locales, que rindan cuentas ante su prójimo: ante una asamblea comunitaria, ante un cabildo, ante consejos de vigilancia ciudadana. Civiles que duerman en el mismo barrio y lleven a sus hijos a las mismas escuelas de las comunidades que cuidan. El soldado representa el paradigma contrario: está entrenado para disparar y después averiguar; vive en un cuartel y sólo le rinde cuentas a su superior. La Guardia Nacional es síntoma de desesperación y anhelo de orden, más acorde con Bolsonaro que con Obrador. Es, además, vocación centralista. Los gobernadores y alcaldes han protestado con razón. Sus policías estatales y municipales terminarán por desaparecer, asfixiadas de irrelevancia y escaso presupuesto.

El tercer costal se llama impunidad. Los corruptos del pasado respiran tranquilos y se suben al barco de la transformación. Los que se llevaron el dinero público en camionetas seguirán disfrutando el botín de las estafas maestras, las casas blancas, los sobornos de Odebrecht y los históricos saqueos al erario. Mantendrán su reputación y su poder económico. Y con éste, también su influencia política quedará incólume.

He ahí el dilema de la transformación. Cómo cambiar sin molestar a nadie. Esos tres costales que López Obrador se ha echado a la espalda le lastrarán los pies. Tiene por ahora una ventaja coyuntural: los partidos de oposición quedaron tan vapuleados que se la han puesto fácil. Extraviados, la agenda la dicta Andrés Manuel y sólo atinan a reaccionar. Quizá veamos una oposición más interesante al interior de Morena que del PRI o del PAN.

Transformar significa afectar. Romper. Derribar un edificio para construir algo nuevo. Pero si se dejan los cimientos, las paredes, los acabados y solo se cambia la pintura se llama remodelación. Y si ese es el camino de AMLO, quizá en unos años hablaremos de la Cuarta Frustración.

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