La decisión del presidente

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El presidente y sus seguidores habían logrado establecer el tablero. El contenido del Plan Nacional de Desarrollo estaba en consonancia con el proyecto gubernamental autodenominado Cuarta Transformación, y el presupuesto estaba alineado a financiar los proyectos prioritarios del presidente, aquellos que llevan su etiqueta: programas sociales como Jóvenes Construyendo el Futuro y pensiones para adultos mayores y para discapacitados, el Aeropuerto Felipe Ángeles, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el Corredor Transístmico, entre otros. 

Estos programas avanzaban no obstante críticas e inconformidades, entre ellas las provocadas por los efectos de la astringencia presupuestal en muchas otras importantes áreas de la Administración Pública. El presidente promovía la venta de cachitos de lotería y seguía gobernando con su peculiar estilo personal, a golpe de mañaneras giras los fines de semana

Si se revisan las declaraciones de López Obrador acerca de la pandemia de coronavirus, se constatará que inicialmente sostuvo que no había motivo de preocupación ya que su gobierno, dijo, había hecho una planeación adecuada y tomado las medidas pertinentes. 

Empero, la pandemia seguía expandiéndose a varios continentes y registraba números crecientes de infectados y fallecimientos asociados al nuevo virus, lo que llevó a que los gobiernos determinaran duras y perentorias medidas para evitar peores afectaciones. 

En desconcertante contraste, nuestro presidente seguía llamando a que no nos aisláramos, contradiciendo las recomendaciones hechas por su propio gobierno,  y en sus giras ponía el ejemplo al repartir saludos, besos y abrazos a diestra y siniestra.

Pasaron las semanas y el mal sueño se trocó en pesadilla, alterando con dureza la vida de millones de personas en todo el mundo. El reconocimiento de la gravedad de la pandemia llegó casi simultáneamente a otras malas noticias. En un marco de nulo crecimiento económico el peso se devaluó y el precio del petróleo cayó estrepitosamente. 

La economía mundial está sufriendo un violento freno y se ha iniciado una recesión mundial de consecuencias ominosas y duración incierta. Se calcula que para el próximo año la economía mexicana podría decrecer en un rango de hasta siete por ciento. Por otra parte, las medidas de aislamiento social dejan en la indefensión a millones de mexicanos que “viven al día” y que, en consecuencia, tienen un fondo de resistencia económica sólo para muy pocos días.

Ante esta crisis, muchos gobiernos han decidido tomar medidas extraordinarias y urgentes para atender los efectos sociales y económicos de la pandemia y la recesión, reorientando su política económica, reordenando sus prioridades y alterando sus presupuestos a fin de destinar recursos que en algunos casos llegan hasta el 10 o 12 por ciento del producto interno bruto, a programas emergentes que tienen el propósito de apoyar directamente a los sectores sociales y económicos más vulnerables, así como a evitar el desempleo y la falta de inversiones. 

Es así que al presidente mexicano se le presentó una disyuntiva en un marco de recursos limitados y bajo la premisa de que no recurrirá al endeudamiento externo. Una opción era cancelar o posponer proyectos tan costosos como la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya o el Corredor Transístmico para destinar sus respectivos presupuestos a programas de ayuda directa a la población vulnerable y evitar la quiebra de empresas, sobre todo de las micro y medianas. En síntesis, esta opción consistía en subordinar la continuidad de los programas insignia de la 4T a las necesidades urgentes provocadas por la pandemia y la recesión. 

La otra opción, por lo contrario, consistía en subordinar la atención a las urgencias de la crisis, a los programas insignia de la 4T, a pesar de los costos sociales, económicos y, seguramente, también políticos que se tendrán. Y esta segunda opción fue la preferida por el presidente: priorizar los programas de la 4T y subsumir en ellos la atención a las urgencias sanitarias y económicas provocadas por la crisis.

Por supuesto, López Obrador trató de crear discursivamente la percepción pública de que seguirían adelante los programas presidenciales y también serían debidamente atendidas las necesidades planteadas por la actual crisis, pues obtendría dinero del Fondo de Estabilización, la cancelación de fideicomisos, la banca de desarrollo, la enajenación de bienes de la delincuencia, la reducción del salario de altos funcionarios y el presupuesto destinado al aguinaldo de un sector de burócratas. 

Dice el presidente que se pretende apoyar a 22 millones de personas, otorgar 2.1 millones de créditos y generar 2 millones de empleos en ocho meses, y todo ello sin detener los programas de la 4T, ya que además algunos de ellos serán profundizados. Por el bien de todos espero que tenga razón, pero sus cálculos parecen demasiado optimistas.  

Entre asumir los costos de cancelar o posponer proyectos emblemáticos de la 4T o atender con suficiencia los retos que serán provocados por la atención a los efectos de la pandemia y la crisis económica en los ámbitos social, económico y político, López Obrador prefirió la segunda opción. Una vez en este camino, sin duda el gobierno tendrá que hacerse cargo de  manifestaciones de inconformidad social y política que podrán seguir minando la legitimidad por desempeño del gobierno, situación que también debió de haber entrado en los cálculos del presidente. 

En México la etapa más dura de la pandemia está por llegar y la crisis económica mundial apenas inicia. Viviremos situaciones dolorosas y preocupantes y entonces veremos si los cálculos del gobernante fueron correctos. 

La decisión está tomada.

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