La estupidez no discrimina

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Llevo 104 días en mi casa

Muy pocas salidas indispensables.

Prácticamente cero socialización.

Nada de asistencia doméstica.

Decir que estoy hasta la madre de esta situación (por no decir mamada) se queda realmente corto.

Mi problema no es estar en mi casa, amo estar en mi casa. Ni mis hijos, que hoy más que nunca aprecio, admiro y amo. Ni el Sponsor, que gracias a Dios tiene uno de esos trabajos “esenciales” y va y viene diario, con su lonchera, a aislarse en su oficina solitaria (y salvarnos a todos, casi siempre, de querernos matar). Ni la joda de la casa, de la ropa, de la comida, que la verdad me salvan y me mantienen ocupada y activa o ya pesaría 654 kilos y me estaría muriendo de la aburrición. Ni lo de no andar en el jet set que nunca ha sido lo mío.

Mi problema es no ver cómo para cuándo chingados esto se va a terminar, dadas las circunstancias, y la absoluta e infinita incompetencia de nuestros líderes, pero sobretodo de la pendejez de la gente que piensa que ya estuvo bueno y están retomando la vida como si pinches nada ¡justo en el pico más alto de contagios! Y, no contentos con hacerlo, ¡presumirlo en sus redes como si escribiendo #sanadistancia debajo de su foto ya estuvieran protegidos!

¿Es neta?

¿Qué parte no han entendido de la gravedad de la situación?

Es como haber entrenado tres meses para un maratón y un día antes de la carrera salir y ponerse una peda descomunal con pericazos y todo.

¿Qué tal los de las graduaciones? “Ay es que pooooobres ni modo que no tengan fiesta, hay que hacerles una, aunque sea mini”. O los que compran, o fabrican, o no sé de dónde sacan una especie de cortina de plástico con mangas para poder abrazar a la gente cuando llegan a la fiesta y tres stories después, ya todos en la peda bailando abrazados (sin hablar de todo ese plástico que le avientan al mundo como si no tuviera ya mierda suficiente). O esos, los que ya hasta de viaje se fueron a alguna casa en la playa y conviven todos como si nada.

#TodoMal

Se confirma nuevamente que la pendejez es infinita y, definitivamente, no discrimina.

Me enfurece de una manera que no puedo explicarles.

Porque para su info gente que ya le vale madre: ¡nosotros también queremos salir! También estamos hartos, también nuestros hijos han tenido que dejar de hacer cosas y momentos importantes. También extrañamos a nuestros amigos, papás, viajes, trabajos y también nos ha costado mucho más de un huevo asumir que esto no está padre pero es lo que se debe hacer por el bien de todos y ¡justamente! para que todos podamos salir otra vez a nuestras vidas, familias y actividades.

Me parece increíble que no hayamos entendido que precisamente de eso se trata este momento del mundo: de aprender a parar. A asumir. A soltar. A dejar ir. Y, sobretodo, ¡dejar de posar! Es impresionante que teniendo la enorme oportunidad de enseñarle a los hijos a estar en familia, celebrar en corto y elaborar los duelos necesarios en cuanto a “perdidas” de eventos, viajes y celebraciones, y saber encontrar la felicidad y los lados buenos en circunstancias adversas, sigamos encontrando la manera de sobreprotegerlos, hacerlos totalmente intolerantes a la frustración y hacer todo lo posible (y a veces lo imposible o permitido) para que “no se traumen porque pobrecitos”…

No entendieron nada.

Lo de menos es si se contagian o no y a cuántos contagiarán a su vez si sucede… en ese aspecto confío en la selección natural y deseo que no tengan que arrepentirse de su pendejada… Pero es muy impresionante que un momento tan crucial de la humanidad se convierta en un nuevo reto para que las mamis helicóptero especialistas en evitar hijos traumados y aseguradas de que todos los minutos de la vida de sus criaturitas sean perfectos, espectaculares y extraordinariamente únicos y divertidos, no hayan aprovechado la oportunidad de enseñarles algo distinto y de pasada aprenderlo ellas también.

Empezando por tener dos gramos de criterio, informarse y usar el sentido común.

En mi caso, este momento que me tiene más allá de hasta la madre ha sido la oportunidad de enfrentarme a mí como nunca antes en mi vida. De conocerme. De pensarme. De reevaluarme. De hablar conmigo, pero sobretodo de escucharme. (es increíble toda la conversación que uno puede tener en su cabeza mientras lava platos, dobla ropa o trapea). De revisarme. Soportarme. Retarme. Comprenderme. Sorprenderme y Aceptarme. De estar quieta…entre muchísimas cosas más.

Y, paralelamente, de hacer todo eso con cada uno de los parientes con los que habito. Ver a cada uno de manera individual y descubrirlos en un momento de crisis, ver salir sus lados más extremos combinados con los míos y seguir encontrando maneras de conectar, convivir, comunicar y existir en este impasse de la vida.

Y entre miles de otras cosas que hemos aprendido todos en esta familia: entender que esto, es lo que hay hoy.

¿Cuándo se va a acabar? Nadie sabe. Vamos un día a la vez y tratamos de ponerle buena cara, aunque sabemos que hay días que no se puede y eso también está bien.

La oportunidad que representa para los hijos, y para nosotros mismos, aprender a estar y quedarnos quietos asumiendo que por el momento esto es así, es sin duda tremenda porque, efectivamente, hay muchas “perdidas” y, sin embargo, como siempre pasa, en medio del caos siempre hay belleza colateral, siempre hay ganancias, siempre hay aprendizaje y cosas asombrosas sucediendo y esas son las que tenemos que ver y, de pasada, dejar ir las demás banalidades.

Está bien que no haya fiesta. Está bien que estén frustrados. Aburridos. Nefasteados. Está bien que esté mal. No les va a pasar nada ¡al contrario! van a salir de esto siendo niños y chavos mucho más sensatos, aterrizados, capaces de valorar las pequeñas cosas que antes, entre tanta parafernalia y las 400 actividades cotidianas, no podían ver porque les parecía normal y nada era nunca suficiente.

Van a aprender que, justamente, todas esas estupideces en realidad no son necesarias, que se puede acabar prepa sin gastarse el presupuesto anual de una familia de bajos recursos en un viaje mamón cuyo principal objetivo es empedar. Que tus verdaderos amigos estarán cerca sin importar las circunstancias y los demás no eran tan amigos. Que no se necesita tanta mierda, ni tanta gente, ni estar yendo por cafés de 100 pesos todas las tardes para convivir. Que los hermanos son una gran prestación y que los papás y mamás podemos ser un dolor de muelas, pero también podemos ser una gran compañía. Que hay vida más allá de la pose y que, francamente, nadie necesita tantas cosas.

A los que siguen en cuarentena los saludo y les aplaudo, lejos de irse volviendo más fácil este pedo va profundizando sus grados de dificultad y se vuelve muy pesado. Ánimo. Hay días buenos y otros malos, usen los buenos y descansen los malos, vale madre si la casa no está impecable, protejan su salud mental y den prioridad a la de la familia sobre cualquier otro deber.

A los que no, y están afuera conviviendo y haciendo todo lo que no hay que hacer… no tengo nada que decirles que se pueda decir, y eso que no soy de las que se censuran mucho.

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