La fantasía de la soberanía científica

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Desde antes de asumir como directora General del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), María Elena Álvarez-Buylla viene anunciando, como su prioridad, promover lo que llama la “soberanía científica y tecnológica”.

La etiqueta tiene su atractivo, si uno lo piensa. La soberanía se refiere a la autoridad suprema en una sociedad, que se expresa tanto en la capacidad para emitir leyes de cumplimiento obligatorio como en la autonomía en las relaciones con otros gobiernos.

En los estados democráticos, esa autoridad de última instancia reside en el pueblo. O sea, que si uno realmente lo piensa, es un misterio qué diablos significa “soberanía científica y tecnológica”. Álvarez-Buylla dice que se trata de la capacidad que tiene el país para decidir qué tipo de investigación, tecnologías, conocimientos e innovaciones son los más pertinentes para impulsar el bienestar de su población. De acuerdo con entrevista que sostuvo con Ana Vega, esta soberanía se ve vulnerada en nuestro caso porque el país genera valor en forma de talento que, de alguna forma, es apropiado por el extranjero vía la fuga de talentos o por las grandes empresas que se instalan en el país. Desde esta perspectiva, no extraña que vea como un desperdicio de recursos los destinados a becas para estudios en el extranjero.

Pero en términos generales el desarrollo científico requiere de contactos, intercambios y apertura en general. La lógica del progreso científico supone la exposición, a la vez competitiva y colaborativa, de cada grupo de trabajo al conocimiento existente y a los avances de otros de grupos.

Los defensores de la soberanía científica podrían esgrimir una poco conocida historia de éxito. Se trata de una monarquía africana que deliberadamente se aisló del mundo, desarrollando métodos y técnicas distintas a las conocidas y que le permitieron ser, en la actualidad, el país con mayor desarrollo tecnológico del mundo. Ese país es Wakanda., una de cuyas características más relevantes es que no existe. Es una creación de Marvel Comics y usted pudo apreciar sus maravillas en la película Black Panther.

Un país real que habla mucho de soberanía científica y tecnológica es Venezuela. Entre los logros que, de acuerdo con el gobierno, se han conseguido con esta orientación están tres satélites que ha lanzado al espacio… y básicamente eso.

Existen países que dieron el “salto”, convirtiéndose en potencias económicas impulsadas por el desarrollo tecnológico. Es el caso de Singapur, cuya estrategia para convertirse en una potencia tecnológica fue todo menos “soberana”. Desde los 60, se buscó activamente atraer inversión extranjera directa intensiva en capital. Para potenciar la transferencia de tecnología, se trabajó en elevar las habilidades de la fuerza de trabajo mediante gasto educativo (cerca del 20 por ciento del presupuesto), los maestros están altamente capacitados y el envío de estudiantes universitarios al extranjero, bajo la condición estricta de regresar a su país y la garantía de ser empleados donde corresponda a sus conocimientos. Enviar a estudiantes al extranjero es una de las formas más eficientes de transferir conocimientos científicos de los países más avanzados hacia los menos desarrollados. La nueva administración, con su lógica de tendero, hace mal en considerar gasto lo que es propiamente una inversión. El presidente, de hecho, afirma que en el extranjero nomás se aprenden “malas mañas”.

Al hablar de ciencia y tecnología, el término “soberanía” es inapropiado, pues conduce a medidas aislacionistas que atentan contra el desarrollo científico del país, que debe ser el objetivo final de los cambios que sin duda requiere el sector.

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