La historia de una niña y su hermano

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La niña es pequeña, pero quiere ser escuchada.  “¿Te puedo preguntar algo?”. Claro. Dime.

Antes de preguntar, tiene una historia, la historia de su hermanito. “Lo están buleando en la escuela”, dice.  ¿Cómo? “Hay un niño que le pega todos los días, y se burla de él. Ya no quiere ir a la escuela, ya no le gusta. Es triste, antes le gustaba. Pero ahora se esconde en el recreo”.

Le pregunto si ella lo ayuda. “Sí, o sea, trato, pero tampoco puedo estarlo cuidando siempre”. Me dice que ya fue y le dijo a sus papás, que le dijeron a la maestra “¡Pero ella no les creyó!” exclama indignada. “Imagínate, les dijo que a mi hermano lo estaba molestando ¡un amigo imaginario!”

¿Y qué hicieron? Platica que fueron con la directora, que al principio tampoco se lo tomó muy en serio, hasta que sus papás descubrieron quién era el niño. “Y entonces se dieron cuenta que ese niño le pega a otros en el salón, a muchos, a las niñas también. Es un bully y nadie se había dado cuenta”.

En la escuela admitieron que había un niño con “problemas para relacionarse”, pero nadie estaba prestando suficiente atención como para darse cuenta de que era violento.  

La niña sigue molesta: “Le dijeron a mis papás que mi hermanito tenía que defenderse, que quizá lo molestaban por su culpa”.  Cuenta que sus padres tuvieron una fea discusión con la directora. “Papá le dijo que culpar a la víctima era como decir que a una mujer la maltrataron por cómo iba vestida”.

¿Y qué pasó?. “Al final hablaron con el niño malo y lo obligaron a disculparse. Ya no le pega, pero lo sigue molestando, no lo deja trabajar en clase”. Y llega al final a su pregunta: “¿Tenía razón la escuela o los papás?”

Me deja pensando en los horrores de la violencia en las escuelas, en lo atribuladas que pueden ser nuestras infancias. Pero sobre todo, me deja pensando en la forma en que las autoridades responden ante las denuncias.

Las instituciones primero dicen que te lo estás imaginando; luego que quizá fue tu culpa; luego que lo van a atender, pero que no es tan grave. Al final toman alguna medida paliativa, menor, que no termina de resolver el problema.

Esto le pasó a esta pareja de hermanitos, pero nos pasa a todos y con demasiada frecuencia.

Nos pasa en México, cuando vivimos en la era de “tengo otros datos”. ¿Es una refinería una mala idea? La gente experta dice que no tiene viabilidad, que será más cara, que el lugar no es adecuado. La respuesta es: es que ustedes están vendidos, son corruptos, están ardidos.  

¿Fue un error detener el aeropuerto de Texcoco, proyectar el de Santa Lucía? Todo parece indicar que será más caro y menos funcional. Otra vez, los críticos son los que tienen la culpa, los que están mal, los que se imaginan cosas.

Se medio admiten cosas –como la “cachetadita” del bajo crecimiento económico– pero al final se le minimiza, se dice que hay otra información. Porque lo que necesitan las instituciones no son “pruebas” o “datos”, necesitan que no se les pierda la fe. Sin esa fe, sienten, no hay autoridad.

Al final, cuando sea imposible ocultar el problema, se tomarán medidas paliativas, a medias, que no reconocerán la dimensión del conflicto. Y quizá mejore un poco –quizá no-, pero igual ya habrá un daño hecho que se pudo haber evitado.

Como los padres de esa niña, como esa niña misma, lo que hay que hacer es señalar, levantar la voz, pelear por que se atienda la realidad; rechazar el dogma, el facilismo institucional de “no pasa nada”.

Porque sí están pasando cosas. Estoy seguro que el niño, al final seguiría adelante con su vida, más triste y lastimado, pero seguiría. Lo mismo con nuestro país.

El tema es: a qué costo.

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