La política económica del ganso que se cansa

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Contra la costumbre, al renunciar a la Secretaría de Hacienda Carlos Urzúa no alegó “razones personales”. Más propiamente, Urzúa enunció cuáles son esas razones personales. Como lo presenta en su carta hecha pública por él mismo, la renuncia está motivada por un desacuerdo por la forma en que se conduce la toma de decisiones. 

Hugo B. Margáin tuvo con Luis Echeverría un desacuerdo sobre el descuido en el gasto público. Pero a Margáin se le pidió la renuncia, y cuando la entregó pretextó motivos de salud. 

Esteban Moctezuma renunció a la Secretaría de Gobernación en 1995 por su desacuerdo con las decisiones de Zedillo relativas al proceso de paz en Chiapas, varias tomadas sin su conocimiento, pero también se declaró enfermo, como quien pide su día económico. Gracias a su discreción, ambos pudieron mantenerse dentro de la administración pública.

Algunas reacciones iniciales han visto en la carta de renuncia un efecto de la rivalidad personal con Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia. Esta rivalidad es real, y algo de eso deja ver Urzúa en su renuncia-denuncia. Pero Urzúa, al hacer públicas sus críticas hacia el gobierno de López Obrador, quema sus naves y cancela la posibilidad de volver al gabinete. Por lo tanto, las razones que da para separarse del cargo deberían ser tomadas como más que un mero berrinche.

En cierta forma, algo de esa dignidad le fue concedida por el presidente. Como con otras polémicas sobre su gestión (aeropuerto, desabasto de medicinas, recortes, Tren Maya, refinería), afirma que subyace un enfrentamiento entre las fuerzas del cambio y los defensores del orden neoliberal. La novedad ahora es que esa pugna también se da al interior del gobierno.

Parece poco plausible que exista algo así como un desacuerdo ideológico en el gabinete de López Obrador. Las muestras de incompetencia, dogmatismo y desprecio o desconfianza hacia el saber experto han sido muchas. Más aún, en boca del presidente, “me canso, ganso” se ha convertido en el grito de batalla de la afirmación de la voluntad frente a las objeciones de carácter técnico a sus proyectos. Hoy López Obrador dio un paso adicional en descalificar como “neoliberalismo” a cualquier argumento que oponga evidencia a la fuerza de sus convicciones. 

En Corea del Norte el voluntarismo económico se oficializó bajo la doctrina del movimiento ch’ôlima: las insuficiencias técnicas, tecnológicas y de recursos pueden ser compensadas con trabajo duro. Bajo esta doctrina, no existe algo así como un proyecto irrealizable por falta de insumos, pues siempre se puede contar con el trabajo de las masas debidamente motivadas. 

Los resultados del movimiento ch’ôlima son evidentes en Norcorea, pero también en países con liderazgos así inspirados, como Cuba y Venezuela. En México tuvimos algo así con el sucesor de Margáin en Hacienda, López Portillo. Frente a los llamados a devaluar su respuesta fue la mejor expresión que conozco del voluntarismo económico: “Aquí no se devalúa nada, porque aquí hay muchos huevos”. Esta persona, convencida de que la economía no es de razones, sino de huevos, después fue presidente. Es la misma persona que recordamos llorando por el efecto de ese enfoque sobre los pobres del país –aún así, cerró su sexenio mostrándole su hombría a los banqueros.

Arturo Herrera ya ha mostrado su profesionalismo y seriedad, y el presidente hizo bien en nombrarlo con rapidez. La pregunta es si podrá contener al movimiento ch’ôlima que el presidente alienta y fortalece con sus decisiones.

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