La República de un solo hombre

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Es lamentable que en nuestra República –espacio de convivencia donde la soberanía reside en el pueblo y la propiedad de las tierras y aguas corresponde a la Nación–, ciertos bienes que deberían estar en manos de muchas personas con frecuencia terminan, de manera ilegal, en manos de unos cuantos. En la lista de bienes arrebatados a la gente pueden enumerarse lo mismo tangibles (playas, bosques, tierras) que intangibles (plazas públicas, educación, puestos de trabajo, información, etc.).

Por ejemplo: no habrá manera de vencer a la pobreza que afecta a la mayoría de la población, si muy pocos concentran indebidamente mucha riqueza. No podremos vivir en un Estado de Derecho, si muy pocas personas tienen acceso a la justicia. No será posible que la mayoría de las personas goce de salud si solo unos cuantos tienen acceso a medicamentos.

En este mismo sentido tampoco habrá manera de tener buenas políticas públicas, y el desarrollo asociado a ellas, si un solo individuo concentra datos, cifras y decisiones. No habrá información pública, transparencia y rendición de cuentas si el criterio de una sola persona se impone al de todas las demás. No se podrá tener democracia si un solo individuo acapara los reflectores y los megáfonos de la discusión pública para silenciar a los demás.

Si tener otros datos es deseable, contar con una voluntad indomable es útil y no embodegar la información es encomiable; tener una República de un solo hombre no lo es. Hacer política en una República significa discutir entre todos lo que nos es común a todos. Las decisiones públicas deben ser producto de discusiones, no de simulaciones. No se debe de llamar debate a lo que en realidad es un monólogo.

Las y los mexicanos merecemos una República que se precie de serlo, lo que significa muchas más cosas que un líder carismático y popular. También tiene que haber una oposición responsable y vigorosa; medios de comunicación incrédulos e indomables; intelectuales escépticos e increpantes; beneficiarios de programas sociales exigentes y conscientes de sus derechos.

Para la mayoría de la población, la política es sinónimo de pleitos, ineptitud y corrupción, pero lo cierto es que en una República la política es tan inevitable como el día y la noche, por lo que su permanente degradación solo beneficiará a los pocos que sepan venderse como una opción distinta. No necesitamos un República de un solo hombre, necesitamos una República democrática donde haya liderazgo, pero también tolerancia; donde haya decisión pero también rendición de cuentas. México ya ha vivido demasiadas puestas en escena como para reeditar otra.

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