La rigidez del proyecto obradorista

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Prevaleció el voluntarista “me canso ganso”

Todo proyecto político tiene una utopía o imagen de futuro deseable. Si se cuenta con los medios para alcanzar los fines parciales y generales del proyecto, éste será viable; si no existen dichos medios o no pueden ser generados entonces el proyecto será inviable, es decir, no será otra cosa que vana ilusión.

Sin duda, la concepción y la práctica de la política proyectiva son posibles gracias al despliegue de la voluntad de los sujetos portadores del proyecto; voluntad que se expresaprimerocomo insatisfacción o inconformidad con el orden económico, político o social imperante, y después, como praxis política cuya productividad pretende ir realizando el proyecto. 

Hay, sin embargo, dos errores que acechan a los proyectos políticos y que pueden llevarlos a la inviabilidad: el voluntarismo y el fatalismo. Se cae en el primero cuando ante la dureza de las estructuras a transformar se sobrestima la capacidad de los sujetos impulsores del proyecto; el segundo, el fatalismo, ocurre precisamente cuando sucede lo contrario, es decir, la subestimación de la capacidad transformadora de los sujetos, lo que puede llevar a la reconciliación con el orden imperante, a la resignación y, por lo tanto, a la pérdida del proyecto.

Sin duda, no es tarea fácil dilucidar el punto de equilibrio que evite incurrir en el  voluntarismo o en el fatalismo, y que permita avances óptimos en la realización parcial o total del proyecto. Por ello, quienes impulsan proyectos políticos deben ser conscientes de los alcances y límites de su capacidad transformadora y de las características de la realidad a transformar, el grado de su maleabilidad y los cambios que dicha realidad registre. Las ansias de transformación deben tener presente, siempre, el principio de realidad.  

Generalmente, el voluntarismo está asociado a la rigidización de los proyectos políticos, lo que es un grave riesgo sobre todo cuando la realidad presenta coyunturas adversas al proyecto, pues al sobrestimar la capacidad transformadora de los sujetos no se considera necesario flexibilizar al proyecto para mantener su viabilidad; no hay necesidad, desde la autosuficiencia del voluntarismo, de ajustar la relación entre medios y fines. 

Lo anterior viene a cuento porque ante la compleja coyuntura nacional e internacional en curso, el proyecto obradorista —autodenominado “cuarta transformación”— es un claro ejemplo de voluntarismo y rigidización. 

No obstante la emergencia sanitaria que ha alterado fuertemente la vida cotidiana de los mexicanos y la profunda crisis económica que apenas inicia, el presidente López Obrador parece tener otros datos y ha subordinado los programas emergentes para enfrentar la crisis, a la continuidad de sus programas insignia tales como el aeropuerto de Santa Lucía, la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya, el Corredor Transístmico y otros. Por supuesto, se está atendiendo la emergencia económica pero sólo en la medida en que no afecte a los programas prioritarios del presidente.        

Asimismo, López Obrador mantiene su discurso polarizador y condena a todos aquellos que disienten de sus juicios y criterios, calificándolos a todos de “conservadores” o de “derecha golpista”. Además, aprovecha la emergencia para dar nuevos pasos en su empeño por concentrar el poder e intentó un libre rediseño del presupuesto, al margen del Poder Legislativo.

Cuando más requerimos a un jefe de Estado que convoque a la articulación de la diversidad social y el pluralismo político de la nación en torno a los grandes retos a enfrentar, López Obrador parece no estar dispuesto a asumir seriamente esta investidura y flexibilizar su proyecto para responder a los cambios de grandes dimensiones que se están gestando tanto en lo nacional como lo internacional. México y el mundo no serán lo que fueron antes de la pandemia y la crisis económica, ambos serán distintos, pero el proyecto obradorista sigue siendo el mismo, no registra cambios dignos de mención, no se adapta, no se flexibiliza, se mantiene rígido y con ello pierde viabilidad. 

No, esta profunda crisis no nos cayó como anillo al dedo —expresión, por cierto, de autoafirmación voluntarista de quien acostumbra presentar las derrotas como victorias—, ya que tendrá muy lacerantes consecuencias para el nivel y la calidad de vida de los mexicanos y para la nación. 

Al negarse a hacer un alto en el camino y flexibilizar su proyecto a la luz de las transformaciones y los retos de nuestro complejo presente, el presidente ha desperdiciado una buena oportunidad para rectificar el camino y corregir errores y hacerlo con justificación y legitimidad, dado el nuevo contexto. 

Prevaleció el voluntarista “me canso ganso” que conduce a la rigidez, y la rigidez lleva, tarde o temprano, a la derrota. 

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