La urgente bodega presidencial

Compartir:

- Advertisement -

“Mi pecho no es bodega”, dice y dice AMLO

Si no nos queremos sorprender, dentro de poco tiempo, con que andan ya queriendo desaparecer a las instituciones que le hacen contrapeso al Poder Ejecutivo (y a su hijito pródigo, el Legislativo que a todo le dice que sí), deberíamos de comenzar a plantearnos la posibilidad de rentarle una bodeguita al pechito del presidente López Obrador.

Si algo célebre nos ha dejado este nuevo sexenio es, sin lugar a dudas, la gran colección de frases del prócer de la cuarta transformación, el adalid de la honestidad y catador de puestos de carretera, sí, el mismísimo presidente Andrés Manuel López Obrador.

Hay unas más jocosas que otras. “Me canso ganso” es, por mucho, la más pegajosa.

Estas jocosidades presidenciales son, por curioso que parezca, un reflejo de su personalidad. La del ganso refleja su legendaria testarudez. “Me canso ganso que voy a ser presidente”, habrá pensado por allá del 2005 saliendo de la Cámara de Diputados donde lo intentaban desaforar.

Hay otra que habla de su gran capacidad para decir lo que se le de la gana y, claro que está bien. En este mundo y en este país, la libertad de expresión debería ser un derecho que todas las personas defendamos. Porque cuando el presi dice: “mi pecho no es bodega”, lo que realmente está queriendo decir es que va a hablar del tema que le plazca, cuando le plazca, sin importar las consecuencias.

Y pues qué padre.

Solo hay un pequeño detalle: en un país como México, las palabras de un presidente muchas veces se toman como tablas de la Ley. Si el jefe dice: “que se acabe el robo de gasolina”, a alguien se le puede ocurrir, no sé, la genial idea de cerrar los ductos de gasolina.

O sí el supremo líder asegura que los de la Corte son unos avaros, habría quien podría interpretar eso como: vayamos a apedrearles sus autos de lujo a esos fifís.

Por eso se vuelve, digamos, llamativo, cómo al jefe del Estado mexicano le da por atacar cada que puede a ciertas instituciones que, por cierto y curiosamente, representan los pocos contrapesos con que cuenta el Poder Ejecutivo (ya que el Legislativo es completamente sumiso a la voluntad presidencial).

El Instituto Nacional Electoral, el de Acceso a la Información, el de Evaluación Educativa, la Suprema Corte de Justicia de la Nación son, seguido, blanco de la incontinencia verbal del presidente. Y, de paso, de la tijera presupuestal de legisladores y funcionarios de la Secretaría de Hacienda.

Y, atención, no se me malentienda: esta columna no trata de defender lo indefendible. Excesos en esas instituciones hay y ha habido desde hace mucho tiempo, ni duda cabe. De que se puede y debe mejorar a cada una de ellas, tampoco.

Pero eso no quiere decir que sea buena idea que nos dediquemos a apedrear a las pocas instituciones que nos fuimos dando junto con nuestra democracia, ahora que el presidente López Obrador parece empeñado en desmontarla. Ya lo ha dicho él: prefiere la democracia participativa que la representativa porque el pueblo es sabio y es bueno.

Así que: ¿para que gastar en un instituto oneroso y arrogante cuando se pueden hacer asambleas en el Zócalo y decidir las cosas importantes de este país levantando la mano?

¿Qué necesidad tenemos de un ente que se dedique a pedirle información al gobierno -información que piden los ciudadanos- si en la 4T, para empezar, todos son bien buenos y, además, el mismísimo presidente contesta con “total transparencia (dice)” las muy agudas preguntas de los reporteros todas las mañanas?

¿Evaluar maestros? Ne’mbre, a quienes hay que evaluar (sin castigo, tampoco, por cierto… al menos es parejo) es a todos los tecnócratas corruptos que nos tienen hundidos en la pobreza y mediocridad. O sea, imagínense que hasta (malditos neoliberales) tuvieron la maligna ocurrencia de hacer exámenes de admisión a los alumnos que quieren estudiar en una universidad. ¿A quién demonios se le ocurrió eso?

Ahora, ¿qué vamos a hacer con el desbodegado pecho presidencial? Porque como sus palabras se comiencen a traducir en animosas políticas públicas impulsadas por los siempre solícitos “quedabien” de la 4T, pronto nos podríamos enfrentar a la nada agradable desaparición de instituciones clave para la democracia y la defensa de las libertades individuales.

Sería confirmar la definición que los alarmistas llevan vociferando desde hace años: que AMLO es un mesiánico, dictadorzuelo, antiderechos y conservador mandatario. Y yo no creo (espero) que él sea todo eso que le achacan sus malquerientes.

¿No habría manera de hacerle una bodeguita a su pechito, señor presidente? O, buscando parafrasearle: “Por el bien de todos, primero la bodega”.

SUSCRÍBETE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibe las noticias más relevantes de México cada mañana, inicia tu día informado.