La vida en el encierro

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Pues heme aquí, en la semana dos del encierro de las muchas que nos faltan.

No tengo que contarle a nadie que se pone muy rudo por momentos y que, no por ser pesimista, pero se va a poner peor y falta un buen rato.

Este periodo pondrá a prueba nuestra salud mental, la fortaleza de nuestras relaciones y la capacidad de resistencia que tenemos ante las pruebas de esfuerzo. Lo tolerantes a la frustración que en realidad somos. Lo pacientes. Creativos. Constantes. Maduros. Empáticos. Responsables. Asertivos. Afectuosos. Capaces de contener. De resolver. De atender. 

Esta, señoras y señores, es la prueba máxima de resiliencia

Les mentiría si les dijera que tengo todo bajo control y que sé perfecto qué hacer.

Cero. 

Igual que  todos ustedes estoy muy preocupada. Me ataca la angustia por oleadas y, a veces, hasta me quita la capacidad de respirar y se me desbordan las lágrimas del estrés.

Extraño a mis papás, a mis amigos y mi libertad. Nunca pensé decir esto: ¡extraño dar conferencias y hasta mis turnos de ruleteo intenso vespertinos llevando y trayendo escuincles!

Extraño -y valoro más que nunca- mi asistencia doméstica que despaché para que puedan ir a contener a sus familias -con goce de sueldo obviamenteeee, y lo digo no por hablar bien de mi, sino por los hijos de la chingada que no lo están haciendo y las mandan a su casa sin pagarles- porque ¡qué pinche chambota es mantener una casa en orden y limpieza y no manchen cuantas veces al día come la gente y lo imposible que es mantener una cocina limpia más de 25 minutos!

Igual que todos ustedes, la paso muy mal por momentos. Y por eso, me he hecho un plan para navegar por los días, una lista de cosas que decidí que iba a hacer, o dejar de hacer, cada día, para ser la mejor persona que pueda ser en esta circunstancia tan abrumadora, ustedes decidirán si les sirve o no…

– Permito que las cosas no sean perfectas – La única manera de sobrevivir a esto es ser menos exigente de cualquier cosa y bajar el estándar de calidad iso 9000: está bien comer quesadillas un día, que los horarios no sean los habituales y que las personas que viven conmigo no dependan de mi para todo.

– Diario hago ejercicio. Punto final y sí o sí.

– Diario salgo a dar una vuelta un par de veces y obligo a mis hijos a hacerlo. Con absoluta responsabilidad. Sin acercarme o tocar a nadie, salimos a caminar. A que nos dé el sol. A recordar que afuera sigue habiendo vida.

– Diario hago algo útil que tenía pendiente.

– Diario le doy una pasada a mi casa. Vivir en un chiquero es deprimente. Pero, y esta es la clave: hay que saber que uno está limpiando para que se vuelva a ensuciar. Ni modo. Limpio porque me da paz, pero intento tener a raya a la Monica Geller que hay en mí y no obsesionarme, ni pasármela gritándole a todos que qué barbaridad y que qué desmadre. Limpio para que esté habitable. No para ganar un concurso.

– Yo no tengo que hacer toda la chamba sola. En esta casa vivimos cuatro, y los cuatro tenemos que tener roles, responsabilidades y participar cotidianamente. Es un extraordinario momento para aprender a valorar el trabajo que implica. A cocinar. Lavar. Trapear. Aspirar. Todos. Sin importar la edad. Cada quién hace su cama. Limpia su baño. Guarda su ropa. Lava sus platos y ayuda en lo que haga falta.

– Todos necesitamos ratos de desconexión solos. “De dejarnos en paz” -como dice el de 12, sabiamente-.

– Los tiempos de pantalla han subido. Sí. Ni pedo. Mientras sepamos balancear con lo demás y no nos pasemos hoooras aislados: ¡vivan las pantallas!

– Me tomo dos recreos al día para tirarme y vegetar y, normalmente, incluyo una cerveza en cada uno. Soy una mucho mejor persona después.

– Leo. Mucho. Novelas. Libros “de aprender”. Revistas. Medium. Leer es la mejor manera de evadir la realidad y bajar la ansiedad.

– Hago que mis hijos lean.

– Me acerco varias veces al día a abrazar a mis hijos, decirles que los quiero y verlos a los ojos.

– Los dejo ser. Permito que no estén al cien. Que peleen. Que estén mal humorados. Que se busquen cosas que hacer. Me fijo en que no haya groserías ni arbitrariedades, pero trato de recordar que ellos también están angustiados y que el pleito no es por el objeto en cuestión: es por el estrés.

– Me permito a mi no estar al 100. Y llorar tantito de pronto o que me valga madres si el piso está sucio. Si en ese momento me hace bien leer: leo. A nadie le importa el piso sucio, pero a todos les afecta una señora histérica permanentemente.

– Descanso. Suelto. Me doy chance de ir un día a la vez.

– Pido ayuda. Ayuda para limpiar. Para abrazarme. Para que me hagan caso. Ayuda para resolver algo o simplemente para que me acompañen y para no sentirme sola.

– Hago llamadas por teléfono -¡yo que odiaba hablar por teléfono!– solo para platicar y preguntar ¿cómo estás?

– Me mantengo lo más alejada posible de las noticias y no expongo a mis hijos a que las escuchen. Me informo y después, me largo de Twitter. No es necesario, ni saludable, saber todo, ni angustiarlos a ellos más de la cuenta.

– Me alejo del cel por ratos largos y lo apago temprano

– Fomento ratos de convivencia familiar con mis hijos y el Sponsor: rummy, peli, tirarnos en el jardín, pasear perros, leer algo. A veces, solo me acuesto junto a ellos en lo que ellos hacen otra cosa. Los acompaño.

– Me recuerdo que nada de lo que nadie hace en este momento es personal ni con ganas de joder. Que todos tenemos miedo. Angustia. Hartazgo. Ganas de salir. Que para todos es difícil. Eterno. Que la única manera de ganar es ponerse flojitos y cooperar ante la situación y ante los demás.

– Me enfoco en mi trabajo principal del momento que es contener a mis hijos y enseñarles a transitar por un momento tan difícil con gracia. Con sentido del humor. Con paciencia, tolerancia y resiliencia… si eso aprenden de esta crisis, habrá valido la pena.

 No me pierdo por nada mi sesión de terapia por teléfono: mi salud mental es prioridad.

– Agradezco todos los días mi situación y pido por la de alguien más.

– Trato de hacer algo diario por alguien más: compro algo local. Paso la voz. Soy paciente con alguien que no está bien ese día y estoy para él.

– Medito 10 minutos diario. Y, a veces, dos veces. Me cuesta un chingo. Pero me aliviana cañón.

– Me concentro en generar ambientes armoniosos.

– Respiro.

Trato de hacer toda la lista todos los días. Pero a veces ¡muchas veces! no me sale. 

A veces, lejos de ambientes armoniosos, se arma un desmadre. 

A veces, no quiero ser el adulto responsable y necesito que alguien más tome mi lugar y me abrace a mi, o se encargue de hacer la comida.

A veces, necesito espacio para cagarla y ser insoportable.

 Esas veces… también se valen. 

Volver a empezar cada día y tratar de hacerlo mejor poniendo un pie delante del otro, un día a la vez.

Y, sobre todo, me recuerdo a mí misma todos los días -y a veces muchas veces cada día- que: esto.también.va.a.pasar.

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