Las disculpas que no llegaron

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Estos días se dio a conocer una comunicación de López Obrador con la corona española, instándola a “admitir la responsabilidad histórica” del Estado español sobre los abusos cometidos durante la conquista y colonización de lo que hoy es México, y a que “ofrezca disculpas o resarcimientos políticos” por ellos. López Obrador parece haberse comprometido a enviar al rey español una lista de cada uno de los “delitos” cometidos en durante este período, aunque ya no sabemos si esta nota roja historiográfica fue de hecho elaborada.

Muchos vieron en la solicitud del presidente una actitud de victimización que se aviene mal a la realidad de los actores del momento. La compasión no era una virtud muy respetada, y, para ambos bandos, palidecía frente motivaciones como el honor ligado a las hazañas de batalla. Entre los conquistadores había diferentes niveles de crueldad.

En un extremo estaba Pedro de Alvarado, que a la menor provocación entraba en trance Tarantino y comenzaba una carnicería. En el otro estaba el propio Hernán Cortés, para quien la violencia era sólo un recurso, entre otros, de un hábil juego político, y a usar con moderación. Pero los conquistadores más crueles llegaron a intimidarse con la furia asesina mostrada por los tlaxcaltecas en la toma de Tenochtitlán. Estos, a su vez, vengaban de esta forma la opresión que habían sufrido bajo un sistema despótico.

Sin embargo, sigue siendo un proceso con perdedores muy claros. La población originaria del actual territorio mexicano, en un cálculo razonablemente conservador, constaba de 11 millones de personas. Para 1558, esta cifra se redujo a entre dos y tres millones, producto de las muertes violentas, las enfermedades y la explotación laboral bajo el sistema de encomienda.

A los sobrevivientes se les impuso un sistema opresivo, si bien con elementos paternalistas, pero con una jerarquía estricta que asignaba a los sujetos una posición de menor rango en la medida en que su “sangre” tuviese un mayor componente indígena. Los economistas Daron Acemoglu James Robinson han mostrado cómo estas instituciones coloniales, diseñadas para extraer recursos naturales y explotar a la fuerza de trabajo, tuvieron un impacto negativo sobre las perspectivas de desarrollo futuro de las naciones que las sufrieron.

La idea de la disculpa, entonces, no es descabellada. El Papa Francisco ya se disculpó por el papel de su Iglesia en este desastre. En 2008, el Congreso de Estados Unidos ofreció disculpas por la esclavitud, que tuvo fin en 1865. Pero España misma ya reconoció que estas reivindicaciones se tratan de lo que es correcto, independientemente del tiempo transcurrido: en 2015 se concedió la nacionalidad española a los judíos sefardíes, un acto de reparación por la expulsión que sufrió este grupo en 1492.

Una disculpa sincera hacia la población indígena podría sonar así: “Reconozco que se cometió una gran injusticia sobre sus antepasados, tan grande que sus efectos aún pesan sobre ustedes. No puedo hacer nada para repararlo, y lo lamento profundamente”. Una gestión diplomática hábil y paciente podría haber conseguido esto, pero la prisa de la neo pareja presidencial por ventilar este asunto hizo inviable tal escenario. Dice AMLO que el incidente ha servido para recuperar la memoria histórica. Tal vez sobrestima su relevancia como historiador. Los hechos a los que se refiere son de sobra conocidos, y nadie propiamente los niega.

Yo espero, en cambio, que la discusión se oriente ahora a exigirle a quienes pueden hacer algo para remediar la discriminación y la marginación que viven los indígenas de hoy se pongan a trabajar, dejando a otros las lecciones de historia.

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