Los dos pueblos

Compartir:

- Advertisement -

Incluyente o excluyente

Uno de los nuevos protagonistas de la vida pública mexicana es el pueblo. Ya no son las clases sociales o la sociedad civil las que son sometidas diariamente a la crítica y el escrutinio públicos. El pueblo llegó para quedarse y parece que nos acompañará por varios años. 

Quizá el principal responsable del renacimiento del pueblo, como un actor social y un referente del lenguaje político, es el presidente López Obrador. No hay día que pase en el que el titular del Ejecutivo no haga alusión en sus conferencias mañaneras a la figura del pueblo, sea para recordar que su gobierno tiene un origen popular o para destacar su sabiduría y nobleza. “El pueblo es sabio”, “El pueblo está feliz”. 

Sin embargo, en medio del uso y abuso que se ha realizado de la expresión pueblo y sus potencialidades en el debate político actual, no está de más volver a desempolvar preguntas cruciales: ¿qué es el pueblo?, ¿quiénes forman parte de ese festejado o denostado grupo social? 

Identifico, siguiendo a Andrés Rosler (Razones públicas, Katz, 2016), dos grandes concepciones de la palabra “pueblo”, que se remontan hasta los orígenes del pensamiento político, bajo los nombres de demos en Grecia y de populus en Roma. La primera concepción, que podría denominarse como “exclusiva”, entiende por pueblo exclusivamente a una parte de la comunidad política, en especial la más pobre o desventajada, que a la vez gobernaba a toda la comunidad. Por eso en la Grecia antigua la democracia era identificada como el gobierno (kratos) de la mayoría de los pobres (demos).

En la segunda concepción, que se podría llamar “inclusiva” y era empleada en la Roma antigua, el pueblo no designa a una parte de la comunidad política, sino a la totalidad de los ciudadanos (populus). De ahí que en las democracias modernas se invoque a la soberanía popular, para dar cuenta de la idea de que todos los ciudadanos (y no solo la parte pobre o rica) son soberanos y ejercen su soberanía, por medio de los poderes públicos que se renovarán a través de elecciones libres y periódicas.

Cuando el presidente López Obrador hace referencia al pueblo en sus liturgias mañaneras, lo hace en el primer sentido: el pueblo lópezobradorista no está conformado por todos los ciudadanos, sino está integrado por los pobres. De ahí su lema de campaña: “por el bien de todos, primero los pobres”. El uso obradorista de la noción pueblo es contrario, por cierto, a un relativo consenso que se había instalado en el discurso político, que asociaba al pueblo con toda la ciudadanía.

Este asunto sería recordado como una simple anécdota más, entre otras, si no fuera por las consecuencias políticas prácticas que conlleva el uso de la palabra pueblo bajo una u otra definición. A cada concepción del pueblo, en efecto, le corresponden visiones completamente diferentes sobre la ciudadanía y el desacuerdo. 

La concepción exclusiva, por ejemplo, segrega a los ciudadanos según su extracción socioeconómica, lo cual sienta las bases de la uniformidad de la opinión pública. Para esta mirada, además, la existencia de desacuerdos sobre las decisiones populares, se debe a que ciertos grupos se comportan como enemigos del pueblo. El desacuerdo político es siempre un conflicto entre el bien y el mal (¿les suena el eco del pueblo bueno?).

La concepción inclusiva del pueblo, en cambio, cuenta con una idea diferente de la ciudadanía, pues el sector popular se compone de clases o grupos con intereses e ideologías distintas, y por tanto supone que no es la uniformidad sino la pluralidad lo que distingue a la opinión pública. De manera que resulta erróneo, según esta visión, pensar que la política se reduce a una lucha entre buenos y malos, sino ésta remite a una arena en la que se encuentran posiciones legítimas en desacuerdo. 

A partir de lo señalado se puede afirmar que el pueblo de López Obrador no parece ser compatible con la pluralidad social, cultural e ideológica que caracteriza a las democracias actuales. Pero sí es sensible, en cambio, a las necesidades de los grupos sociales menos favorecidos. 

En sentido estricto, la idea de pueblo que sostiene el presidente es clásica y anti-moderna. Por el contrario, el “otro pueblo”, es decir, el pueblo del discurso liberal y democrático modernos, si bien se hace cargo de la pluralidad de las sociedades contemporáneas, al reconocer que pueblo es sinónimo de clases o grupos con intereses e ideologías distintas, también puede resultar, en ciertas circunstancias, indiferente a la llamada cuestión social. 

Los dos pueblos serán convocados a votar en las elecciones del 2021. ¿Cuál de las dos narrativas populares resultará triunfadora? No lo sabemos. Pero lo que sí sospechamos es que ambas representaciones del sector popular tienen sus pros y sus contras. 

En términos prácticos, la visión obradorista del pueblo cuenta con la ventaja pragmática de que acaba concentrando la difusa representación popular en el liderazgo de una persona carismática con atributos extraordinarios, pero tiene la desventaja de que ese personaje exclusivo acabe condenando a las instituciones democráticas a ser un obstáculo para el ejercicio personalista de la soberanía popular. 

En cambio, la mirada inclusiva del pueblo, que podrían enarbolar los opositores a AMLO el próximo año, tiene la desventaja pragmática de que carece de ese líder carismático y providencial que encarne la soberanía popular, pero cuenta con la ventaja de que puede denunciar abiertamente el ejercicio arbitrario y autoritario del poder soberano por parte del líder popular y cesarista. 

La moneda está en el aire.

SUSCRÍBETE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibe las noticias más relevantes de México cada mañana, inicia tu día informado.