Los precarios

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Líderes populistas toman la agenda política

Un fantasma recorre Europa: es el fantasma del populismo. Y ojalá fuera solo Europa: desde los Estados Unidos hasta Brasil, líderes populistas han tomado la agenda política, dominando el debate e instalándose en el poder.

Unos son de izquierda, otros son de derecha; todos son nacionalistas y antisistémicos; casi todos están imbuidos en un discurso cuasi religioso, reivindicando la relación entre la política y una dudosa espiritualidad. Y todos – digo todos, ya que son hombres en su inmensa mayoría – vienen a salvar a su pueblo.

¿De dónde viene su atractivo? En primer lugar, hay que reconocer un importante fracaso del sistema liberal. La concentración de la riqueza, junto con el crecimiento de la desigualdad, han sido definitivos en el ascenso del populismo.

Pero junto con eso, también ha emergido una amplia nueva clase social: los precarios. ¿Quienes son los precarios? No son, precisamente, la clase trabajadora pobre que Marx describe como el proletariado. Son un nuevo segmento construido a partir de la migración, la fragilización del trabajo, y, en particular, la desesperanza aprendida.

Es un gran grupo social que simplemente no encuentra salida. Ni para ellos ni para su descendencia. Mientras ven la riqueza de las clases superiores crecer, mientras los medios de comunicación y las redes sociales les muestran cada vez más todo lo que no tendrán, más crece su frustración.

La economía global y de mercado ha elevado los niveles de vida en la mayor parte del mundo, eso es innegable; pero también lo es que ha traído inseguridad económica para amplios sectores. Esto se hizo evidente con la crisis financiera de 2008.

No son flojos, ni son tontos, ni son malos.  Están enojados y ansiosos. Y esa sensación se convierte fácilmente en un deseo destructivo de tirar todo lo que está – lo bueno y lo malo – para construir una cosa diferente.  Se habla mucho de acabar con la corrupción, de “regresar a las raíces”, de cerrar fronteras, de destruir a las élites.

Es una combinación peligrosa, porque es en general conservadora en lo valórico – patria, familia -, pero no es necesariamente progresista en lo social. De lo que nos habla este fenómeno es que no es una clase unida por una ideología determinada, sino por una inclinación oposicionista que encuentra en “los otros” la responsabilidad de sus problemas: ya sea la élite o los migrantes, los más ricos o los más pobres.

Es una combinación peligrosa, porque hoy vemos que la democracia no les satisface – de hecho, les ha decepcionado y dejado atrás – y nadie en el centro les está hablando correctamente. Así, los Bolsonaros o los Trump se han vuelto progresivamente más atractivos y convincentes. Les resuenan, los sienten cercanos.

Una luz interesante, a la que habrá que ponerle atención, es la Internacional Progresista que empiezan a construir voces como Bernie Sanders y el griego Yanis Varoufakis puede ser una luz.

Desde la lógica de defender a la clase trabajadora pero también al medio ambiente, a la democracia y la diversidad, pueden ir creando un punto de inflexión para volver a poner los Derechos Humanos en el centro del debate.

Pero también quieren volver a enfrentar el problema de la desigualdad, entendiendo que la integración al progreso es la única herramienta para evitar los desvíos autoritarios.

Es una lucha que apenas comienza. Pero el peor error que podemos cometer, es ignorarla.

Tenemos que ser parte. Tenemos que escuchar.

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