Los acosadores del mundo de las letras, el periodismo o la academia existen, claro, pero no son tan fáciles de identificar porque se esconden detrás de un grado, de su poder –que no dudan en usar–, de su reputación. Aunque en el fondo no son ni tantito mejores que los que se esconden en un callejón oscuro.
De hecho, suelen ser más viles y también más peligrosos por dos razones: La primera es que usan el disfraz de “gente bien” y, algunos, hasta de feministas. Como si ser acosada por ellos fuera, incluso, un halago.
Y la segunda razón de su peligrosidad es nuestro silencio, el silencio de todos los testigos, un silencio cómplice.
Las valientes denuncias que han sacudido las redes en los últimos tres días nos evidencian a todos –no solo a los acosadores–. Lo supe cuando platicando del tema con algunos colegas empecé a darme cuenta que –más o menos– todos sabíamos algo. Las exclamaciones como “sí, ya sabía”, “él ya había sido reportado con sus jefes, pero no le hicieron nada”.
Muchos de los acosadores y violentadores (digo ‘los’ porque de las 120 denuncias por acoso, violencia y hostigamiento publicadas a través de la cuenta de Twitter Periodistas Unidas Mexicanas #PUM, 119 fueron hombres) ahora se estarán preguntando qué hicieron mal, si ellos solo estaban _____________ (coloque el verbo que mejor le parezca en la línea: ligando, bromeando, probando, molestando, etc.).
Pero todos los demás también deberíamos estarnos preguntando en dónde estábamos, qué hicimos para detenerlos.
Si en aquel momento no dimensionábamos la gravedad de la situación o normalizábamos la violencia, eso tiene que parar aquí y ahora.
No podemos seguir esperando en la viralización de un hashtag como #MeTooEscritoresMexicanos #MeTooPeriodistas #MeTooAcadémicos para anhelar que se haga justicia. Después de este momento, de leer las decenas de testimonios, tenemos, también todos nosotros, que asumir la responsabilidad del silencio cómplice y decidir de qué lado estaremos.
#NoMásAcoso
#SeVaaCaer