¿Nos vamos a morir? Por supuesto, pero mientras tanto seamos más humanos

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Caminas todos los días viendo decenas de perros callejeros, los ves hurgando bolsas de basura para lamer los cartones de leche vacíos y buscando restos de comida, das un paso, los esquivas y sigues caminando. La escena se repite, pasa otro perro cojeando y lo espantas para que no se te acerque… 

Al dar la vuelta ves cruzar a otro, pero este se distingue, tiene collar, entonces no puedes evitar pensar, pobre perro, alguien lo estará buscando, ¿qué comerá? Te acercas, le chiflas para que se tranquilice, lo llevas a casa, llamas al veterinario, le tomas foto y repites tu camino de siempre entre perros callejeros, pero ahora colocando anuncios para buscar a su dueño. 

¿Qué cambió? ¿Será naturaleza humana no sentir lo que no sientes tuyo, no verse reflejado en el dolor ajeno hasta no sentirlo en carne propia, discriminar las causas de otros y borrar hasta a las personas? Quizás este ejemplo no sensibiliza a todos, pero ¿por qué tampoco lo hacemos cuando pasamos todos los días por el mismo camellón, donde niños de la misma edad que nuestros hijos nos piden ayuda, y de todas formas no sentimos nada? 

Podrás llamarlo mecanismo de defensa, falta de sensibilidad o incapacidad de ponerse en la mirada y en la piel del otro. Al final del día cierras tus cortinas antes de dormir y te vas a descansar, mientras muchos otros, a los que no quisiste ver, les cae la noche.

¿Pero de qué estamos hablando? El 13 de marzo fui diagnosticado con COVID-19 y después de la obligada cuarentena vino el encierro. Hoy, un mes más tarde, muchos estamos tratando de encontrar el significado que hay detrás de todo esto. Los héroes anónimos están luchando para salvar vidas, otros se cuestionan cómo podremos reconstruirnos después de los escombros que dejarán los daños económicos: ¿cómo sanaremos las distancias y el encono social que hoy se ve acentuado? Y en medio de todos nosotros está el miedo, el miedo a desaparecer. 

¿Nos vamos a morir?

Sí, por supuesto, algún día nos vamos a morir, pero que la muerte nos encuentre más humanos, más vivos, que para estar muertos está el infinito después de la muerte. 

Así que te puedes quedar paralizado en el miedo hasta que llegue una vacuna, pero por qué no asumir la realidad, asumir que todos somos vulnerables, entender que como comunidad dependemos unos de otros, de ser empáticos y solidarios. Sí, no hay secreto, venimos acarreando deficiencias en nuestro sistema de salud, un empantanamiento económico y una apatía colectiva. Sí, el futuro es un ideal catastrófico para muchos, pero es también el momento de asumirnos iguales y hacer algo. 

La emergencia agrava seriamente los esfuerzos compartidos de un grupo de ciudadanos desinteresados (no se trata de empresas, sindicatos o inversiones gubernamentales). Se trata de personas organizadas, comprometidas con otras personas, que dedican su tiempo a aquellos que muchos borramos de nuestro paisaje y que hoy más que antes alzan la mano para ser vistos. Estoy hablando de uno más de los efectos colaterales del coronavirus:

Las asociaciones civiles, las fundaciones, los albergues para pacientes con cáncer, niños de la calle y muchas organizaciones más, preocupadas por el dolor de los otros y por la desigualdad de oportunidades. Pero en este momento no hay suficientes donaciones, no hay apoyos en especie, están detenidas las ventas en los bazares con las que fondean su operación y el personal que los ayuda decide no salir de casa. Estamos hablando de una nueva capa de “invisibilidad” sobre los que apenas mirábamos de reojo.

Entrevisté a Inés Quesada del Albergue Nuestra Señora de Lourdes, quien se dedica a dar hospedaje, transporte a los hospitales y comida para enfermos de cáncer que viven fuera de la Ciudad de México. Me dijo que a consecuencia de la actual situación sus ingresos han bajado más del 80% debido a que alrededor del 50% proviene de los artículos que venden en un bazar que hoy, está cerrado, y el resto de donativos no llegan…

Sumado a esto, muchas de las personas que los apoyan no pueden apoyarlos por el encierro, algunos se han ido con incapacidad pagada y otros porque prefieren no tener el riesgo de ser contagiados. En Una Nueva Esperanza para niños con Cáncer la situación no es distinta, ahí han atendido a más de 1,250 niños y adolescentes de escasos recursos pero hoy, con esta cuarentena, han visto que sus donaciones en especie y monetarias han caído 70% y el cáncer sigue avanzando, pero ellos no descansan y no se resignan, siguen adelante. 

Así, tenemos instituciones que han comprobado su compromiso y transparencia durante muchos años, como Casa de la Amistad, Amanc, Auge, La casa del Quetzal o Dibujando un Mañana que es una fundación que ayuda a organizaciones legalmente constituidas y que hoy están invirtiendo en un fondo de contingencia para ayudarlas con la operación los próximos 3 meses según lo comentado por su directora general Katty Beltrán. Estas son sólo un ejemplo de los muchos esfuerzos y fundaciones que existen en todo el país.

Por otra parte tenemos que seguir hablando de las mujeres: llamados recientes de la UNICEF, la ONU y muchas otras asociaciones señalan claramente como cada día la violencia familiar y de género aumenta con la contingencia, con índices mucho más altos de los ya conocidos; y vemos cómo refugios que se dedican a tratar de resolver esta terrible situación hoy tampoco terminan de recibir los recursos, ya sea por falta de donaciones o por la tardía liberación de fondos.

Fondos que hoy necesita, por ejemplo, la Red Nacional de Refugios en donde están representados alrededor del 60% de los refugios del país, como nos comenta Marilú Rasso, directora ejecutiva de Espacio Mujeres para una vida libre de violencia A.C. Los fondos ya los liberó la Secretaría de Hacienda a Indesol a principios de este mes y los refugios ya presentaron sus proyectos. Ahora falta que lleguen a su destino. Esperemos que después de la última convocatoria los recursos se dispersen lo antes posible ya que la coyuntura es por demás preocupante y en estos casos cada día cuenta, porque cada día puede evitar un maltrato o una muerte. Hagamos visible que la sustentabilidad de estos esfuerzos es crucial para que las mujeres tengan dónde buscar ayuda y saber que no están solas. 

Sí, para mí, como para muchos, el coronavirus fue algo pasajero, pero los tratamientos de los pacientes y niños con cáncer, la atención psicológica y protección a las mujeres maltratadas, el cuidado a los adultos mayores y muchas otras causas de la población más necesitada y vulnerable, no son pasajeros; no pueden esperar una cuarentena ni cerrar sus puertas. Pero están en riesgo de no tener opción, están en riesgo de tener que escoger a quién pueden ayudar y a quién ya no les alcanza, porque las enfermedades avanzan, los recursos no llegan, la Fase 3 se acerca y el encierro se convierte en una condena o una sentencia donde los días están contados.

Si, la epidemia del SARS COV-2 ha puesto en evidencia a los sistemas de salud del mundo pero también a la fragilidad de una sociedad como la nuestra. Entiendo que muchos estamos tratando de cuidar nuestro trabajo, buscando la forma de salir del día a día y no soy yo quien pueda juzgar a nadie, me parece que es totalmente válido, pero también es momento, si se puede, de abrir los ojos, de “apadrinar” una causa.

Lo que te puede parecer poco se convierte en mucho para el que lo recibe. No debemos quedarnos en un encierro de compras a distancia, de memes insignificantes, sobredosis informativa o criticando a un Estado que no responde como tu quisieras. Hagamos de la necesidad del otro, nuestra necesidad.

Aprendamos que este virus, que al parecer es una microscópica proteína, nos dice todos somos iguales, pero desgraciadamente los medios que cada uno tiene para enfrentar esta adversidad hacen que lo que fisiológicamente es igual, en la realidad no lo sea por la disparidad de oportunidades para superar esta epidemia y sus consecuencias.

Tenemos que lograr que la voz y preocupación de los más necesitados se convierta en nuestra voz. No seremos médicos pero tenemos una vacuna y está en nosotros “contagiarla”. No sigamos caminando por las calles borrando lo que no nos gusta ver.

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