Pandemia y cambio civilizatorio

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Vivimos una coyuntura de gran calado, tanto en lo nacional como en el ámbito internacional. Es obvio que México y el mundo no podrán ser iguales a los de antes de la pandemia y la crisis económica mundial

No comparto el optimismo del presidente cuando dice que esta será una “crisis temporal y pasajera”, una crisis que él ya esperaba. Más allá de la conveniente ambigüedad de los términos presidenciales, a contrapelo de ellos muchos son los indicadores de que esta será una crisis profunda y duradera, una crisis que no encontrará solución en el corto plazo. 

Por el contrario, una vez que se supere en lo fundamental la telúrica urgencia del reto que está planteando la pandemia, la coyuntura continuará y es posible que devenga en una sucesión de coyunturas diversas, pues las fuerzas políticas y económicas de las grandes potencias nuevamente disputarán las posiciones dominantes del nuevo orden mundial en proceso de gestación.

Por otra parte, los problemas que enfrenta la humanidad se han acumulado y esta vez son de dimensiones que amenazan la continuidad de la especie. Esta profunda crisis y sus efectos vienen a sumarse a temas como la proliferación de la pobreza; la terrible desigualdad mundial, tanto entre los individuos como entre las naciones; el cambio climático y el deterioro ambiental; las tensiones internacionales y la posibilidad de una guerra de destrucción total mediante armas de sofisticada tecnología; la automatización y robotización en los procesos productivos y el advenimiento del mundo sin trabajo; el incremento de la violencia; los flujos migratorios; las relaciones de género; las diversas formas de exclusión y discriminación, y la desafección a la democracia sólo son algunos de ellos.

El conjunto de estos retos demanda respuestas que no pueden evadir la posibilidad de construir un futuro distinto y mejor al presente, en el que estos problemas hayan sido superados, se mantenga la continuidad de la vida en el planeta y así se avance hacia una nueva etapa civilizatoria. Creo que después de la pandemia y sus saldos deberá crecer la conciencia de que todos formamos parte de la humanidad y de que hay problemas que nos son comunes y que deben ser enfrentados de manera común, más allá de nuestras diferencias y nuestras pertenencias nacionales. 

Ahora se ha hecho evidente que nadie es invulnerable y también que hay muchos que son extremadamente vulnerables, y que no debemos ser ajenos a ellos. Frente a este tipo de problemas no hay nadie por quien no doblen las campanas. 

El sentido de urgencia que ha marcado el llamado a cumplir las diferentes medidas para la contención de la pandemia debiera permanecer frente a problemas como el cambio climático, pues la pandemia será casi nada si la comparamos con los males que puede llegar a causar el calentamiento global. La desigualdad entre individuos y entre naciones es otro tema impostergable, al que no podemos resignarnos. 

El desarrollo concentrado en algunos países y regiones se ha logrado, también, a costa de limitar o imposibilitar el desarrollo de otros países y regiones. Las luchas por la equidad de género son una gran contribución para reordenar las relaciones humanas y avanzar hacia un mejor horizonte civilizatorio. Los flujos migratorios son un creciente reto global que, igualmente, requiere ser pensado desde el concepto de humanidad presente en los derechos humanos. Las diversas formas de violencia, la discriminación y, en general, la violación a los derechos humanos, ocurran donde ocurran, no debe dejarnos en la indiferencia.

En fin, cada uno de estos problemas y todos ellos en conjunto, han puesto a la humanidad en una situación de cuenta regresiva. O los enfrentamos de verdad y hacemos lo que para ello se requiera, o más temprano que tarde estaremos al borde del precipicio. 

Por esta razón no tenemos alternativa y debemos asumir que los intereses que prevalecen en el actual (des)orden social, económico y político no ofrecen soluciones satisfactorias a los desafíos globales comentados. Ello significa que nuevamente estamos obligados a concebir y viabilizar proyectos que hagan patente que, en efecto, otro mundo es posible; estamos necesitados de ejercer el pensamiento anticipatorio que conciba nuevos órdenes posibles, y que lo haga a partir de la experiencia histórica acumulada.

Si se logra enfrentar satisfactoriamente los retos de nuestro tiempo, ello habrá significado  que se pudo abrir un nuevo horizonte de civilización en el que existan prioridades distintas a las que hoy prevalecen, en particular, en el que haya sido controlado el excesivo afán de lucro y de concentración de riqueza, que es el origen directo o indirecto de muchos de los problemas y del bloqueo a sus soluciones verdaderas. 

Creo que están dadas las condiciones para que en el futuro próximo presenciemos la proliferación de un ¡ya basta!, expresado de muchas maneras y en muy diversos contextos, con una amplia riqueza de formas organizativas y de participación, pero coincidente en que no debemos continuar como hasta ahora, que debemos cambiar, que estamos obligados a cambiar.

Una transformación de este tipo sin duda será muy compleja y llena de dificultades, pero no hay alternativa, o cambiamos como personas, como sociedades, como estados y como humanidad, o sólo habrá futuro para unas cuántas generaciones más. Por lo tanto, ahora no sólo se trata de disputar el futuro sino de viabilizar la posibilidad de futuro. 

En esta disputa se tendrá que enfrentar a adversarios muy poderosos, pero más poderoso debe ser el afán de sobrevivencia.

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