Purificados por el fuego

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Chocan dos Méxicos en esta coyuntura

Hablando sobre la tragedia de Tlahuelilpan, nuestro presidente dijo que “aunque no les guste y me digan mesiánico, voy a purificar al país”.

Es una declaración fuerte, que viene en un contexto doble: el horror que ya marca 91 muertos y el inicio de la construcción de una “Constitución Moral”, basada en los preceptos de una cartilla que data de 1940.

Chocan dos Méxicos en esta coyuntura. Por un lado, vemos cómo cuando se descarrila un camión con ganado, la gente corre a sacrificarlos ahí mismo y llevarse carne a sus casas; vemos cómo, ante la tentación de gasolina gratis, familias enteras se abalanzan con bidones para compensar sus magros ingresos. Pero también vemos un país que añora que se acabe la corrupción, que apoya el combate al huachicoleo, así le signifique desabasto de gasolina y largas filas.

El presidente López Obrador siempre habló, en campaña, de su Constitución Moral.  El 53% de los votantes apoyaron su posición – con o sin matices –, y respaldaron la noción de que necesitamos renovar la clase política y cambiar el pacto ético de la sociedad.

¿Es culpa de la pobreza el trágico accidente? ¿O es, como tantas personas dicen con saña, que eran una bola de delincuentes?  En sentido estricto, las víctimas estaban cometiendo un delito y lo sabían. Nadie ahí, de los mayores de edad, tenía duda que estaba llevándose algo que no era suyo. Pero la actitud que se ve en mucha gente, señalando que se lo merecían, nos habla también de que estamos muy lejos del “pacto moral” y la bondad que nuestro presidente asegura que nos une.

La voluntad de López Obrador de “purificarnos” tiene una lectura: estamos sucios. No es casual que el presidente use un término religioso -uno no se purifica de los errores, se purifica de los pecados-, mucho menos si estamos hablando de construir una nueva moralidad para México.

Pero más que sucios, creo que estamos tocados por la tragedia. No pasa demasiado tiempo entre una y otra en nuestro país. Sea Guardería ABC, Ayotzinapa, Colegio Rébsamen, Tlahuelilpan, o la cotidiana violencia del crimen organizado, somos un país que vive demasiados horrores. Quizá, siguiendo la lógica religiosa, es porque estamos tocados por el pecado.

El gobierno, sin embargo, no tiene por qué suponer que le corresponde “purificarnos” o hacernos seres “morales” -entendiendo que la moral es un impuesto ideológico-, sino de darnos las mejores condiciones para nuestra seguridad.  Hoy podemos decir que 25 soldados no podían contener a 800 personas. Seguro es cierto. Pero también no tenemos explicación de por qué había 25 soldados en lugar de un amplio equipo de protección civil disuadiendo a los pobladores.  Sabemos que hubo múltiples cosas que se pudieron hacer para evitar la tragedia, porque no fue “un accidente”. Por supuesto, es fácil dar lecciones desde el futuro. Pero es un hecho que se permitió, por la razón que sea, que esto pasara.

Con todos los gobiernos anteriores, con todas las tragedias, hemos exigido que los gobiernos asuman su responsabilidad. Rara vez lo hemos visto. Parece que seguimos igual, como diría Roger Bartra: el ajolote que nunca termina de transformarse.  Pero en camino de purificarse.

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