Todo empezó – como tantas cosas – por Facebook. Una mujer puso en un grupo una ficha de desaparición de su hermano, suplicando que alguien la ayudara. Y dijo “ojalá algún medio informe sobre lo que nos está pasando”.
La contacté. Le dije que Cuestione podría ayudarla a dar visibilidad a su caso. Somos un medio que quiere estar en contacto con esas historias, con la gente, queremos servirle a la sociedad. Dijo que estaba desesperada. Que su hermano había desaparecido hace cuatro días y que las autoridades “hacen menos que nada. Ni nos hacen caso. No les importa”.
Para ella, era importante que el caso brincara a la escena, como lo han hecho otros de jóvenes que desaparecen. Le advertí que a veces es contraproducente. Como en este medio constatamos, si es un caso de secuestro, viralizar la desaparición puede poner en peligro a las víctimas.
Los secuestradores quieren la menor atención pública posible. Dificulta su capacidad operativa y forzar a las autoridades a dedicar más esfuerzo a detenerlos. Varios casos de secuestro que han recibido mucha atención de los medios terminan en la muerte de la víctima, aún si se paga el rescate. Si viven, son personas más peligrosas, porque podrían identificar a los secuestradores.
“No sabes lo mucho que nos ayudarías”, insistió. Nos dijo, sin embargo, que debiéramos entrevistar a su madre, que era la que estaba más cercana de los hechos. Hicimos una valoración: no queríamos poner en riesgo la vida del desaparecido, pero tampoco queríamos que su caso quedara en el silencio. La hermana fue clara: ayúdennos.
Le pedimos agendar una entrevista con su madre. Mientras tanto, nos contó de su hermano, una persona amable y responsable, que nunca había tenido problemas. Y nos habló también de su indignación con las autoridades de la Ciudad de México. Las habían ninguneado, revictimizado. Ella sentía que simplemente no les importaba, y estaba sorprendida: con lo que está pasando, con los casos que ha habido, debieran estar muy preocupados por ayudar.
Dijo que, hasta ese momento, no habían sido contactadas por secuestradores ni habían recibido ninguna información. Transmitía su angustia. Literalmente no tenía idea dónde estaba su hermano. El no saber es lo más doloroso. Me reenvía a mis tiempos en Chile, cuando acompañaba a las familias de los detenidos-desaparecidos de la dictadura de Augusto Pinochet. Toda una vida de no conocer el destino de tus seres queridos. Como en Ayotzinapa, como en mil casos más.
En la Ciudad de México, el secuestro ha aumentado exponencialmente. Las razones son esquivas, y todas sujetas a manipulación política: ineptitud gubernamental, rebeliones policiacas contra nuevos mandos, demostración de fuerza de la delincuencia. Los leales al gobierno alegan que “ahora sí se denuncia”. Es una afirmación tan ingenua como indemostrable. No lo sabemos. Lo que sabemos es que suben las cifras.
Es cierto que esta administración lleva poco tiempo, y es cierto también que es un problema heredado. De hecho, en gobiernos anteriores era mucho peor. El problema es que estoy hablando de la administración de Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard (con Mancera mejoró, al menos en lo oficial). No precisamente “la mafia del poder”.
Pasaron un par de días y nos empezamos a preocupar. La hermana del desaparecido no nos respondía. Insistimos un poco. Insistimos un poco más. Y después nos quedó claro: “ya no puedo hablar con ustedes”.
No sabemos si lo secuestraron o si simplemente sigue desaparecido, pero sí estamos bastante claros en que no ha regresado a casa. Y también sabemos que algo sucedió que las forzó al silencio.
Ojalá estén bien. Ojalá no carguen con este dolor para siempre. Y ojalá las autoridades encuentren la forma de ser empáticos y responsables con las víctimas.
Ojalá.