“Todos los días es Venezuela…”

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61% de la población vive en extrema pobreza

Así se quejaba López Obrador en una entrevista ante el insistente cuestionamiento sobre el estado de la democracia y los derechos humanos en ese país. Agregó: “cuando en México estamos mucho peor”. Esta última afirmación es falsa. Mientras que en México se dio un cambio pacífico en el partido en el poder como producto de elecciones competitivas, la oposición venezolana se encuentra tan indefensa como la mexicana durante el sexenio de López Portillo, digamos.

Ciertamente, el desempeño de la economía mexicana es mediocre y el nivel de pobreza es insultante. Aún así la gestión de Chávez-Maduro se las ha ingeniado para presentar peores resultados. Desde 2012 el PIB se ha contraído en un 40%, la inflación es de un millón por ciento y un 61% de la población vive en extrema pobreza, afirman Moisés Naim y Francisco Toro. Los 89 homicidios por cada cien mil habitantes registrados en Venezuela en 2017 más que triplican a los 25 de México.

Se entiende que haga sentido para el entonces candidato opositor argumentar que el gobierno presenta peores resultados que una dictadura incompetente e irresponsable. Pero hay algo más. López Obrador siempre ha sido renuente a criticar al gobierno venezolano, escudándose en el principio de no intervención. El mismo principio se esgrimió tras la negativa de México a firmar una declaración del Grupo de Lima (GL) desconociendo la legitimidad del presidente Nicolás MaduroEl GL está integrado por 14 países del continente americano y su intención es dar seguimiento a la situación política venezolana.

Con este acto diplomático de AMLO resucitaron las acusaciones de simpatía con la dictadura bolivariana. No es el único líder izquierdista que se ha visto presionado para deslindarse del binomio Chávez-Maduro: Lula en Brasil, Humala en Perú, Petro en Colombia y hasta el candidato presidencial francés Mélenchon, todos ellos fueron en su momento cuestionados por sus simpatías, reales o supuestas, hacia el gobierno venezolano. Como a López Obrador, todos ellos han sido renuentes a desmarcarse de manera clara, como si no fuera lo más sencillo del mundo condenar a dictadura inepta. ¿Por qué?

En todos los partidos de izquierda existen grupos radicales que tienen una gran admiración por lo que llaman la Revolución Bolivariana (la presidente de Morena es un ejemplo). Un presidente o candidato de izquierda que rechaza sumarse a las condenas, manda señales a estos sectores de la sinceridad de su propio compromiso con la ideología de su partido o movimiento. Esta transigencia simbólica permite a dichos líderes mantener tranquilos a sus extremistas a un costo muy bajo.

Los actuales gobiernos de Argentina, Colombia y Chile no pierden nada condenando al autoritarismo venezolano. López Obrador podría alienar a importantes grupos de su coalición de apoyo. ¿Y cuál sería la ganancia? Sin duda, no sería la transición democrática en Venezuela. Lo único que ha conseguido el GL con sus condenas ha sido descartarse como un agente mediador en el conflicto venezolano. De hecho, con este gesto el gobierno mexicano se habilita para llevar un papel constructivo promoviendo y facilitando negociaciones entre el régimen y la oposición. Aunque no es este el fin buscado, podría ser una consecuencia benéfica de abandonar al GL.

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