Violencia de género: todos infectados

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El #MeToo mexicano, una triste oportunidad

Mi hija de siete años, tiene un compañerito que le pide su goma, pluma, lápiz… Le consulta la tarea, los trabajos y le copia en los exámenes. La semana pasada, él y otro nene le aventaron gomas y la fastidiaron a tal grado, que mi hijita decidió pedir ayuda a su maestra. Su compañerito se lo impidió. La jaló del brazo y se lo dobló.

Mi hija gritó para pedir ayuda a la profesora: “¡Miss, miss!” y por respuesta obtuvo un: “Deja de gritar y hablar en clase”. En la tarde, ella se lo platicó a su mamá entre lágrimas y gritos de frustración y enojo.

Lo que mi niña no sabe (y, claramente, las psicólogas, maestras y supervisoras de mi hija, todas mujeres, tampoco) es que esa pequeña vivió un episodio de violencia en 2o. de primaria. Las profesionales encargadas de supervisar a las niñas y niños de la escuela de mis hijas e hijo coincidieron en reaccionar con profunda extrañeza ante el episodio de violencia: “¡Qué raro! ¡Ese niño la adora! ¡Él considera que es su amiga!”, fueron algunas de las expresiones utilizadas por mujeres adultas a quienes les expusimos el caso. Este es el supuesto en el que crecimos: te pega porque te quiere. Así muestra su amor.

Claramente, la violencia contra las mujeres, el machismo, el acoso y demás están más que normalizados (tenebrosamente normalizados, diría yo) en nuestras sociedades.

En diferentes grados, de diversas maneras, pero normalizados.

No es lo mismo la violencia que sufren las mujeres en el Metro, que en sus lugares de trabajo o en los pueblos y rancherías más alejados. Pero el patrón es el mismo.

Si algo extraordinario ha sucedido en los últimos días es, por supuesto, el movimiento #MeToo mexicano que explotó en las redes sociales (en Twitter, particularmente) y que, además de denunciar violaciones, abusos y distintos niveles de hostigamiento, ha insertado el tema del acoso en la discusión cotidiana.

Hay quienes se quejan, claro, de algunos casos expuestos y temen que se convierta en un vehículo de linchamiento público. Algunos hombres, amigos míos, que fueron exhibidos en algunas de las denuncias están indignados por lo que consideran una injusticia.

“¿Y ahora cómo van a ligar las generaciones futuras?” “Es un linchamiento.” Consideran que ha habido casos “exagerados” o simplemente irreales. Injustos. “Alguien la va a pasar muy mal con esto”, me han dicho.

Yo creo que las mujeres llevan demasiado tiempo pasándola muy mal. Cientos de miles de años, para ser más específicos. Por ejemplo, mi madre (quien es una mujer muy guapa) era una jovencita despampanante y tenía que sufrir, cuando caminaba por la calle las miradas lascivas, los piropos, los lances de hombres desconocidos hacia ella.

Crecí despreciando a los acosadores, abusadores y violadores. Despreciándolos profundamente porque en mi familia hay un largo historial de todos los casos. Yo mismo fui víctima de acoso a los 16 años, por parte del hermano de una tía, quien, “amablemente”, me despertó un día acariciando mi cuerpo y pene.

Crecí suponiendo que yo, bajo ninguna circunstancia, sería un acosador, mucho menos abusador o violador. Sin embargo, el #MeToo mexicano me ha llevado a cuestionarme: ¿Habré yo mismo acosado a alguien? La normalización de nuestros muchos machismos es tan profunda y arraigada que es difícil librarse de ello.

Y no dejo de tener la duda de si, en algún momento de mi vida, hice sentir mal a una mujer. De haber sido así, alegar “no me di cuenta” sería un pretexto muy vulgar. Pero, sin duda, vale la pena sentarse un momento a recordar, reflexionar, leer los casos denunciados y buscar, tratar de encontrar ese momento, ese día, esa noche de copas, tarde de trabajo, ese maldito momento en que quizás fuimos no víctimas, sino victimarios.

Y vale la pena porque es la única manera de cambiar la historia, de revolucionar este mundo torcido y violento. De darle la oportunidad a nuestras hijas, sobrinas, primas… a todas esas mujeres que aún han de nacer, de crecer en un mundo sin violencia, libre de acoso, violaciones. Un mundo libre en el que sepan que si un hombre las trata mal, no es “porque está tratando de llamar su atención”, sino porque ese hombre es alguien de quien deben alejarse.

“¿Cómo van a ligar en el futuro?”, me preguntaba un amigo. Se me ocurre que seamos menos cavernícolas, inseguros y mediocres, y hagamos una cosa excepcional antes de querer usar nuestras técnicas neandertales (mandar besos, echar piropos, abrazar sin consentimiento y esas estupideces).

Se me ocurre comenzar a tener el valor de preguntarles a ellas si quieren pasar tiempo con nosotros y de aceptar que nos digan que no.

Por un mundo en el que mis hijas puedan ser mujeres libres de cualquier tipo de violencia, creo que ha llegado el momento de analizar si todos, de alguna manera, somos unos acosadores.

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