¿Y las ovejas negras?

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Los gobiernos de México, desde 2006 a la fecha, han tenido un deseo similar: ¿cómo agradar a los gringos en su política de contención a los transmigrantes? Hablamos de unas mil personas al día, la mayoría hondureños, que ingresan al país por la frontera sur y se dirigen a Estados Unidos.

Calderón se hizo de la vista gorda ante los secuestros masivos (zetas, maras o cualquier otra mafia grande o pequeña los capturaba y les exigía miles de dólares por su libertad). O peor aún: se hizo tonto ante las denuncias de que efectivos de la Policía Federal o el Instituto Nacional de Migración entregaron a los migrantes al crimen organizado. Era la contención vía el terror.

Peña Nieto aumentó la crueldad: impidió —con la policía o el ejército— que los transmigrantes subieran a los trenes de carga (la Bestia). Eso los obligó a buscar rutas aún más largas, más caras, más peligrosas. Al final de su gobierno un sector de los migrantes se politizó: al organizarse en caravanas se rebelaban contra los polleros, los secuestradores y el gobierno. Algunos fueron reprimidos en territorio mexicano, otros alcanzaron a llegar a la frontera norte.

López Obrador tiene una política errática. Dice: nosotros absorberemos a los migrantes. Construiremos “cortinas de desarrollo” que los detengan. Y un día entrega visas humanitarias y al otro reprime una caravana, como ocurrió en Pijijiapan.

Ahora hace deportaciones masivas vía aérea, con aviones que van de Minatitlán a San Pedro Sula (antes México deportaba en autobús). Los secuestros masivos continúan (se documentaron dos en Tamaulipas en las semanas recientes). Hace un par de semanas, el subsecretario Alejandro Encinas le dijo al periodista René Delgado que los centroamericanos construirán el Tren Maya, el Transístmico y la refinería de Dos Bocas. Los proyectos más polémicos, quizá los más ecocidas del gobierno, son también la apuesta para la contención migratoria.

Entre 2010 y 2012 escribí los reportajes de Ovejas negras (Océano). Eran los rebeldes de la Iglesia católica que habían dado un paso adelante ante la crisis de derechos humanos mexicana. La tragedia de los migrantes estaba en el corazón de ese libro a través de los perfiles de Alejandro SolalindePedro PantojaRaúl Vera, sacerdotes defensores de migrantes. Ellos no sólo daban albergue. Se habían convertido en voces proféticas —en el sentido bíblico de encarnar la voz de la tribu— al denunciar al Estado mexicano y a sus agentes. Solalinde decía: es el gobernador, el secretario de seguridad pública, el presidente, quienes reprimen y se benefician del crimen. Son los esbirros de los yanquis al tolerar los secuestros.

¿Dónde están esas voces? ¿Qué pasó con las ovejas negras?

Pienso que pasa lo mismo ante el Papa Francisco y López Obrador. A la cúspide del poder jerárquico, ya sea de la Iglesia o del gobierno mexicano, llega un personaje con un lenguaje fresco, con hábitos distintos, con los símbolos comunes de la reivindicación de los pobres. Y aquellas y aquellos que luchaban por un cambio de estructuras, por un ejercicio del poder horizontal, compartido, fraterno, de repente se congelan ante la ilusión de que un solo hombre, por el hecho de ser bueno, cambie las cosas.

El papa Francisco refrescó a la Iglesia católica a golpe de símbolos; lo mismo ha hecho AMLO con el poder presidencial. Los dos usan zapatos gastados y sucios; los dos se sirven su café, los dos se impregnan del sudor de los pobres, que los abrazan esperanzados.

Francisco, hasta hoy, ha sido incapaz de avanzar en reformas de fondo: ni curas casados, ni diaconisas mujeres, ni desclericalización de la vida católica. Con López Obrador acaso sea temprano para saberlo, pero sus medidas ante la migración, por ejemplo, no prometen un cambio sustancial respecto de sus antecesores.

La victoria de López Obrador ha convertido a miles de opositores, activistas, luchadores sociales, en pacientes observadores.  Las ovejas negras, como otros críticos, miran cómo continúan las herencias del pasado —la impunidad, la militarización, el neoliberalismo— sin que se asome una transformación más allá de la retórica.

Si el gobierno de ese buen hombre deporta a miles, o si golpea a una caravana, o si cierra sus fronteras, toca confiar en él y dejarlo hacer… ¿Cuánto tiempo permanecerán así? Las ovejas negras —no sólo los retratados en el libro, sino decenas de monjas, laicos y curas que defienden migrantes en las zonas más violentas del país— han sido los referentes morales, los héroes de una guerra absurda.

Extrañamos sus voces críticas y proféticas.

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