Ya no estoy aquí: un poema trágico chúntaro

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Una obra maestra de Fernando Frías

¿Cómo vuelves a un lugar del que nunca realmente te fuiste? ¿Cuáles son las ataduras de la querencia más periférica? ¿Quiénes son los Terkos y por qué tienes que dejar de hacer lo que estás haciendo y ver Ya no estoy aquí de Luis Fernando Frías, la película que ganó el festival de Morelia el año pasado y se estrenó en Netflix hace un par de semanas?

Primero, sobre todo, por la música y el baile. Porque no importa si no te gusta cantar y bailar, o si no compartes el amor por la cumbia chúntara, ver a Juan Daniel García Treviño moverse es una delicia estética;  es como un Maradona de esa forma de arte tan universal y deliciosa que es la música. Y no es el único: como buena estrella, hace brillar a sus coprotagonistas y le da a una pandilla de los barrios marginales de Monterrey el brillo inocente que solo tienen los grupos de amigos de la pubertad.

Ya no estoy aquí retrata la intimidad de un grupo de personas que normalmente no están en los reflectores, que intentamos tapar de la escena, que solo aceptamos ver en la nota roja y tratamos de excluir de nuestra vida cotidiana. Logra, por un par de horas, deconstruir el imaginario de la maldad de los pandilleros que van asesinando desde El Salvador hasta Los Ángeles y son malos porque son pobres. 

Además, Ya no estoy aquí es el resultado de una dirección impactante que se logra, sobre todo, a través de un diálogo sencillo. Frías no solo aprendió otro dialecto, sino que lo deja fluir en las relaciones y los diálogos de los Terkos y los Pelones. Deja que las señas y los signos hablen por sí mismos, observa sin interferir y retrata sin estorbar. No en vano trabajó siete años en esta peli. La dirección de actores es otro gran acierto: la mayoría no son actores profesionales, sino personas que viven lo que actúan. Y eso les da una credibilidad más cercana.

Y hay más: después de transformar el discurso sobre la migración forzada más ruda, Ya no estoy aquí se vuelve un manifiesto a la imposibilidad trágica del amor cuando al que aman está ausente. Y por eso el personaje de Lin es tan fresco y entrañable. Xeumnig Angelina Chen transmite una curiosidad inocente que deslumbra desde la pantalla a través de los ojos de una mujer migrante de segunda o tercera generación y nos enfrenta a una visión de Ulises sin el prejuicio del pandillero que tiene en México. 

El gran acierto de sacar al terko de su contexto regiomontano es doble: le da al personaje de Ulises la frescura de ser un bailarín más en una ciudad donde la excentricidad no se estigmatiza y nos recuerda que no siempre se necesitan mapas o palabras para sobrevivir en otra cultura; a veces, basta con ser humano.

Finalmente, la foto de la película es otro gran deleite. La dirección de Damián García y la luz que escogen para cada toma reflejan los sentimientos y las emociones que no siempre vemos en los personajes. Y esa manera de tratar la luz hace que la película fluya visualmente con tanto ritmo como la música. Digamos que introduce otro ritmo, el de las transiciones emocionales, a una de por sí fantástica banda sonora.

Por todas esas razones tienes que ver Ya no estoy aquí ahora mismo. 

Bueno, hay una más, Ya no estoy aquí es una interpretación mexicana del viaje del héroe. Solo que aquí Ulises no es un semidiós griego encarnado en Brad Pitt. No, aquí las cosas son reales y suceden en el contexto de una guerra que tampoco estuvo ahí, una guerra que sus perpetradores se niegan a aceptar, pero que fue tan real como los cientos de miles de muertos que ha producido y que no cesan de caer

El contexto de la película es el de la periferia de Monterrey en los años más violentos de la Guerra contra el narcotráfico en México. En 2011, los homicidios dolosos relacionados con la delincuencia organizada se duplicaron en Nuevo León. Monterrey estuvo varios meses en las noticias y preocupaciones nacionales por la cruenta lucha por la plaza entre grupos de la delincuencia organizada.

Y esa guerra que afectó a todo el país y que se ensañó con la gente de distintas ciudades, es el último ritmo al que bailan los personajes de la película. Bailan para no morir y mueren cuando no bailan.

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